La imagen es atroz. Un niño, de tan sólo 3 años, yace sin vida en una playa turca, luego de que la frágil embarcación en la que se desplazaban naufragara.
El incidente también se llevó la vida de su hermano, de cinco años, y de su madre. El único sobreviviente, su padre, sólo espera ahora poder trasladar sus cuerpos a su Siria natal, para darles sepultura.
Antes habían pedido asilo político en Canadá, pero el país de América del Norte les cerró sus puertas, alegando complicaciones en las aplicaciones de refugio que llegaban de los sirios kurdos en Turquía, a quienes la ONU no registra como refugiados y el gobierno turco no les da visa para salir del país.
A la familia no le quedó otro recurso que subirse a un bote para cuatro personas, junto a otros once pasajeros desesperados por viajar desde Turquía a Grecia. Su único deseo era que el futuro de los chicos estuviera lejos de la guerra civil y del horror que el Estado Islámico implementa en Siria.
El drama de los refugiados se multiplica día tras día en distintos países europeos. En Hungría miles de inmigrantes desesperados lograron subirse a un tren para poder llegar a la frontera con Austria y de esa forma acercarse a Europa Occidental.
Pero el convoy es detenido estaciones más adelante, en un intento del gobierno húngaro por ubicar a los refugiados en un centro de inmigrantes. Hubo lucha entre las familias y los uniformados y el tren quedó varado, sin que pudiera conocerse el futuro de esas miles de familias.
De acuerdo con las cifras dadas a conocer por la Organización Internacional para las Migraciones, en lo que va del año más de 2 mil inmigrantes han muerto en su afán por ingresar a Europa desde África, mientras 190 mil han sido rescatados en el mar Mediterráneo.
La ruta más mortífera es la del Mediterráneo central, que va desde el norte de África hasta Italia, y la gran mayoría perdió la vida en el canal de Sicilia, en el naufragio de barcazas muy precarias. Y si bien Grecia es el otro lugar elegido para ingresar a Europa, las cifras de mortalidad en el intento son muy disímiles, ya que 1.930 personas murieron intentando llegar a Italia y sólo 60 tratando de hacerlo por Grecia.
En numerosas oportunidades El Vaticano se ha hecho eco del dolor de los inmigrantes, a través de fuertes llamados a la comunidad internacional, primero a través de Benedicto XVI y luego con acciones de Francisco, quien realizó su primer viaje fuera de Roma hacia la localidad de Lampedusa, la isla que se ha convertido en el punto de llegada de los miles de inmigrantes ilegales desde África y Asia, calificando de "vergonzoso" a lo que estaba sucediendo.
Una nota de El País, de Madrid, refleja el dolor que recorrió al mundo cuando aparecieron las fotos del niño muerto: "La muerte de un chico es una afrenta, un grito de la vida contra la muerte… Un chico muerto en la playa, buscando refugio en el mundo, huyendo de la guerra, escapando del cruel sonido de las armas y también del hambre… Su único destino, el de sus padres, el de sus pasos, era sobrevivir; su horizonte no era ni siquiera vivir, tener oficio, amores y despedidas, pero el mundo se lo quitó todo". Más claro, imposible.
La Unión Europea, que es la que recibe el flujo de inmigrantes, y la comunidad internacional en general tienen frente a sí el gran desafío de encontrar los caminos que permitan paliar el drama que sacude a centenares de miles de familias. La situación es gravísima y la solución muy compleja, pero el mundo no se puede quedar de brazos cruzados ante hechos como el reflejado en las imágenes, con el pequeño muerto en la playa.
