El dilema de Macri

Más allá de la información precisa que recoja en los próximos días, el presidente electo no quiere repetir el inicio quejoso y depresivo de De la Rúa, pero la herencia es bien pesada.

El dilema de Macri

Ganado por el modo zen al que lo condujo su asesora espiritual budista, alelado por los baños de afecto y multitud que recibió en una campaña electoral en la que recorrió el país como nunca lo había hecho y con su buena estrella confirmada por la victoria electoral que el domingo lo consagró como próximo presidente de los argentinos, Mauricio Macri sigue regalando a sus allegados ejemplares de la biografía de Nelson Mandela y sopesando qué hacer respecto del legado económico que recibirá de Cristina Fernández de Kirchner.

Mandela, de cuya muerte se cumplirán dos años el 5 de diciembre, fue el héroe de la unidad de Sudáfrica, el que tras ser elegido como el primer presidente negro, en las primeras elecciones verdaderamente democráticas de su país, hizo posible la convivencia de las mayorías negras con las minorías blancas que durante tanto tiempo las habían oprimido.

En apenas un mandato, entre 1994 y 1999, y tras haber estado en prisión durante 27 años, se erigió como el gran pacificador y héroe de la unión nacional sudafricana.

Tender puentes entre etnias y clases sociales tras décadas de matanzas, abusos y agravios acumulados durante el oprobioso régimen de "apartheid" racial, fue un desafío de dimensiones históricas, muy superior al que plantea superar la artificiosa "grieta" que desde 2008 instituyó el kirchnerismo con un "Relato" trucho pero políticamente efectivo.

En lo que aquí nos ocupa, ese "Relato" se aplicó con ahínco (y con el aporte "técnico" de la intervención al Indec) a esconder el verdadero estado de la economía argentina que, a riesgo de repetitivos, punteamos otra vez: 
1) Desperdicio de la mejor oportunidad de salto inicial al desarrollo de los últimos 60 años, en virtud de los excelentes precios internacionales de las materias primas, las bajísimas tasas de interés internacionales, la ola mundial de inversiones y el efecto "locomotora" de las economías china y brasileña hasta, por lo menos, 2013.
2) Reedición de un régimen inflacionario que, a un alto costo, el país había dejado atrás.
3) Deterioro y colapso de las infraestructuras energéticas y de transporte del país.
4) Consolidación de grandes bolsones de pobreza que, por cierto, habían explotado en la crisis de 2001/02, pero que luego se hicieron estructurales, pese al crecimiento a "tasas chinas" que el país disfrutó entre 2003 y 2007.
5) A partir de 2007, ralentización; a partir, de 2011, estancamiento de los niveles de actividad y de empleo productivo.
6) Altísimos niveles de gasto público y déficit fiscal, que hacen inevitable un ajuste macroeconómico, en especial ahora que cesó el "viento de cola" internacional.
7) Aislamiento de las principales corrientes de comercio e inversión globales e incursión en "default técnico" en jurisdicciones a las que se había sometido voluntariamente el gobierno de Néstor Kirchner;  
8) Pérdida de competitividad externa, desaparición del superávit comercial y agotamiento de las reservas internacionales, después de haber saqueado stocks como los fondos jubilatorios y las arcas del Banco Central.
9) Desborde del empleo público improductivo y de estructuras prebendarias y un sistema de precios relativos que llevó al absurdo de que este año, por ejemplo, el Estado gaste más de 200.000 millones de pesos en subsidios al consumo de servicios públicos muy sesgados geográficamente, concentrados en los sectores medio y medio alto, alentadores del derroche y desalentadores de la inversión.
10) Cepos cambiario y comercial que trabaron la actividad económica, consolidaron el retraso del dólar como única e insuficiente herramienta anti-inflacionaria y que llegan al recambio gubernamental pidiendo la hora, habiendo dejado las reservas netas en menos que cero y una expectativa devaluatoria de potencial desestabilizador.

La duda de Macri, mencionada al principio, es si hacer caso a asesores económicos que, como Carlos Melconián, le aconsejan hacer un exhaustivo balance de las bombas de tiempo que deja Cristina y explicar a la sociedad las dificultades a superar antes de que se vean mejoras, o priorizar el mensaje más optimista de un Federico Sturzenegger, para quien los desequilibrios son muy manejables.

Más allá de las divergencias de diagnóstico, la preferencia natural de Macri es inclinarse hacia el lado optimista (en esto, el de Sturzenegger) y no abrumar a la población con un mensaje inicial de queja. Lo obsesiona al respecto el caso de Fernando de la Rúa que, de tanto lamentar el déficit fiscal que recibió de Menem y con el ajustazo fiscal con el que buscó contrarrestarlo, instaló un clima de depresión y derrota del que después no logró salir.

Una gran diferencia es que De la Rúa ganó la elección habiendo prometido en su campaña preservar el modelo económico -básicamente, la convertibilidad uno a uno entre el peso y el dólar- pero eliminando la corrupción que había caracterizado la década menemista.

Macri, en cambio, hizo su campaña prometiendo lo contrario, al punto que su alianza con el radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió se llamó "Cambiemos". Las decrecientes prestaciones del "Modelo" hicieron atractivo ese mensaje, al que adosó el de la recuperación institucional, pero con escasa mención a la lucha contra la corrupción.

Al primer ingeniero presidente de la historia argentina le quedan dos semanas para decidir la exacta combinación con la que iniciar su mandato. Del frente económico sabe que, a menos que se produzca un extraordinario boom de inversiones (algo fuera de cualquier expectativa realista), en el mejor de los casos se podrán minimizar los costos iniciales del cambio de Modelo e iniciar una recuperación hacia fines de 2016 o principios de 2017.

En ese escenario, una lucha efectiva contra la corrupción puede tener un efecto institucional sanador y actuar como bálsamo sobre las penurias iniciales. Algo así como el consuelo de que "el que las hace, las paga". Para eso será clave cómo se procese la interna peronista.

Si se impone un polo renovador, será políticamente menos costoso exigir cuentas al kirchnerismo, incluso judiciales, de sus tropelías, mientras el gobierno y la sociedad afrontan los costos de esa herencia que Macri aún no sabe si explicitar o asumir sin quejas y con optimismo ganador.

No es un desafío sencillo pero es mucho más fácil que el que tuvo Mandela.

Aunque, por cierto, Macri no es Mandela.

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