Ha ocurrido casi sistemáticamente en las últimas décadas: cuando el país parece haber arrancado, algún acontecimiento externo o interno lo frenan.
Es el conocido efecto de "arranque y parada", muy bien estudiado en nuestra historia económica.
Sin entrar en la discusión de si lo que estamos viviendo es un "rebote" de la recesión del año pasado o el inicio de un proceso de crecimiento, conviene volver sobre las cuestiones centrales que hacen a la falta de competitividad de la economía y especialmente a la baja productividad.
En una reciente exposición, el economista Gustavo Reyes, de la Fundación Mediterránea, abordó estos temas. Señaló tres factores que explican los altos precios de la economía argentina, que hacen que Argentina sea poco competitiva.
Uno de ellos es que el tipo de cambio real está demasiado bajo. Conforme al promedio histórico, debería estar en los $ 25 contra los $ 18 actuales.
El segundo factor es que la economía argentina es demasiado cerrada y la baja competencia facilita que los sectores protegidos mantengan precios elevados. En este punto los datos son elocuentes: mientras el promedio de la relación exportaciones/PBI para el mundo es 20%, nosotros estamos en el 10%.
El tercero es la elevada carga impositiva: en los '90 era del 21% y ahora estamos en 31%; subió la nacional y la provincial.
Es evidente que estos factores dependen de la política económica del gobierno y que, lamentablemente, salvo unas tímidas medidas en materia de apertura, no se ha atacado hasta ahora estas trabas al crecimiento.
Incluso la reforma impositiva y previsional, en discusión en el Congreso, parecen trasladar la carga de un lado a otro, pero sin bajarla.
Se sabe de sobra que sin baja significativa del gasto es imposible bajar los impuestos, dado el enorme déficit existente.
El economista citado aportó otros datos también preocupantes en el camino del crecimiento económico: se trata de la baja de la productividad económica en relación a la de EEUU.
La productividad es el corazón de la economía, es la relación entre la cantidad producida y la cantidad de recursos empleados para ello.
Se puede considerar para el conjunto de la economía, ya sea como un agregado de todo el país; por sectores; o en la unidad productiva, una empresa.
Evaluada globalmente para toda la economía la evolución de la productividad, su aumento es determinante del crecimiento, sin lograr que con los mismos factores se produzcan más bienes, o que aumentado la cantidad de factores el producido sea mayor que el aumento de la cantidad de factores.
No se trata de magia; son relaciones muy simples que determinan desde los salarios, las ganancias de las empresas, la competitividad.
Gustavo Reyes mostró que la relación capital físico por empleado (determinante de la productividad laboral) era del 30% en los EEUU de los años `50 y ahora es del 18%.
En consecuencia la productividad laboral para el mismo lapso pasó del 61% al 39%, La productividad global del 88% al 64%.
En materia de productividad en nuestro país hay una enorme disparidad entre sectores de actividad y empresas.
Alta productividad en la actividad agropecuaria, en los mejores niveles del mundo, buena en los sectores industriales derivados de aquel sector; baja en la industria y muchos servicios; nula en buena parte del Estado.
Aumentar la productividad requiere aumentar la inversión y su calidad, mejorar la eficiencia de la organización económica, aprovechar las economías de escala y aumentar el conocimiento aplicado a la economía.
Ejemplos sencillos en nuestra provincia: la cosechadora mecánica de uva y el aumento de la productividad laboral; las compras y uso conjunto de equipos para los socios de Fecovita; el riego por goteo para el cultivo de tomate tanto para industria como para consumo.