Invitamos a analizar la realidad del COVID-19 y las perspectivas de las Universidades desde una mirada de la gestión, pero con fundamentos de neurociencias. Ya estamos en la crisis y avanzamos como mejor podemos. La duda recae sobre el día 41 o el que sea cuando termine la cuarentena ¿Habremos reflexionado, aprendido y modificado algo? La realidad que enfrentamos y los próximos meses, es suficientemente dura como para no necesitar más advertencias. Nuestro cerebro tiene los mecanismos más que desarrollados para advertirnos del peligro de quedarnos quietos, paralizados o reaccionar inadecuadamente.
Desde la Universidad, donde se desarrollan las mayores y más diversas investigaciones del País, estamos obligados a pensar sobre lo que debemos cambiar post pandemia. Una variable a considerar es la velocidad con que la gestión respondió en comparación al avance de la pandemia. Llamemos para reflexionar al concepto del eutrés, que es eso que nos motiva y nos permite enfocar nuestra energía hacia la resolución o adaptación positiva ante el problema. Eso que hace que el gato que está en la medianera y ve a un gran perro, perciba una potencial amenaza, que su cerebro reaccione, que salte a la primera rama lo suficientemente alejada para que el perro no lo alcance y se quede tranquilo ahí. Esa es una respuesta adecuada. Por el contrario, si el gato viendo que el perro jamás lo va a alcanzar, aun así, sale disparado de rama en rama y de techo en techo como un enajenado. Esto sería una respuesta inadecuada y ya podemos presumir cómo va a terminar. O, en vez de un perro verdadero, si era un juguete de peluche y el gato salió igualmente descontrolado, esto será una respuesta o identificación del estímulo inadecuado.
Quizás esto induzca a darnos cuenta sobre los cambios que la sociedad viene reclamando de las Universidades y, son una acción necesaria que debemos aplicar sin más debate. Herramientas como la educación a distancia, el trámite ágil y digital, el reconocimiento de trayectos formativos comunes, la actualización y adecuación de los planes de estudio, son cambios que debemos concretar ya, sin que el señor Coronavirus nos vuelva a golpear la puerta. Usted tendrá muchos temas más seguramente, pero aquí el desafío y la motivación no debería ser pasar esta cuarentena, sino la próxima.
El dilema neurobiológico es identificar el verdadero problema y responder adecuadamente dentro de nuestras organizaciones universitarias. A esta altura de la cuarentena ya nos hemos dado cuenta que habitualmente nos preocupamos por muchos “perritos de peluche”, que nunca nos pusieron en peligro. Hemos aprendido que muchas veces salimos disparados por problemas que sabíamos que nunca nos iban a alcanzar. Para esto también el cerebro ha evolucionado a fin de darnos las respuestas emocionales, más que las racionales, en contra de lo que habitualmente podemos pensar. Esta cuarentena y las semanas próximas que van a venir, nos dan la oportunidad única para aplicar los cambios positivos que hemos logrado a nivel personal, organizacional y, sobre todo, que no retrocedan en el tiempo.
La intestina lucha entre investigación básica o aplicada, entre las ciencias duras o blandas, sobre todo cuando los recursos provienen del Estado, hace que en situaciones de crisis comprobemos que se deben priorizar temáticas, alcances y necesidades. No todo está en un mismo escalón desgraciadamente. El endogámico autoengaño hace que muchas veces terminemos convenciéndonos que todo lo que investigamos es fundamental y lo más importante, pero cuando la ola rompe, sólo sale a flote lo que realmente nuestra sociedad necesita. Y es ahí donde debemos ponderar cuánto nos prepara cada disciplina para enfrentar situaciones complejas como una pandemia o un período de crisis. Entonces, el investigar por investigar, queda en un segundo plano.
La toma de decisiones en las universidades, también es una respuesta que adquiere diferentes matices en las épocas de crisis. El deseo de sostener la continuidad de las acciones y del movimiento, por el hecho en si mismo, no debe ser el único elemento de tracción. Pensar en la panacea de la educación a distancia, sin que se conozca la verdadera situación de los docentes frente al desafío y la capacidad de adaptación de los estudiantes, puede hacernos perder de vista la calidad de la enseñanza, con el consecuente impacto negativo en el proceso de enseñanza y del aprendizaje.
Pero se nos abre un interesante panorama. Quizás sea una buena oportunidad para optimizar recursos, consolidar y articular magistrales cátedras virtuales y fomentar trayectos comunes a varias disciplinas. Ahora más que nunca, un estudiante podría elegir la mejor entre infinitas cátedras del mundo, cursarla desde la comodidad de su casa, demostrar sus conocimientos y continuar con sus estudios. Solo se lo impediría nuestras propias reglamentaciones y viejas ataduras. Y si esto funciona en tiempos de pandemia, debería poder continuar igual cuando termine todo.
Pensar que, por el solo decreto de un cambio de modalidad, espontáneamente todo funcionará, es quizás una expresión de deseo. Para un sistema donde menos del 30% tiene algo de virtualidad efectivo, que de un día para el otro pasemos al 100%, suena un objetivo demasiado ambicioso. Forzar al sistema humano, donde se necesitan capacitaciones, mediación de contenidos, preparación de materiales, establecer un cronograma medido de actividades, es algo más sustentado en mantener el status quo, que enfocado en asegurar la calidad educativa.
Cualquiera es Capitán de La Cuyanita en el lago del Parque, pero ahora estamos ante una oportunidad única de navegar en una tormenta real. Por lo tanto, pensemos como el gato eligiendo inteligentemente hasta dónde tenemos que saltar. Si la rama es muy fina nos sostendrá solo un tiempo. Cuando el perro no esté y el peligro desaparezca, podremos estar ante un nuevo riesgo, el de caer al vacío producto de nuestras decisiones.