El crecimiento desmesurado de la deuda pública combinado con un monumental déficit fiscal no sólo demuestra la impericia del gobierno en el manejo de las cuentas públicas sino que trae aparejado un retraso del tipo de cambio que aleja las inversiones y desalienta a las exportaciones.
El persistente desequilibrio de las cuentas públicas y la falta de políticas encaminadas a terminar con ese problema, refleja además el estado de anemia de la actividad productiva privada, desalentada por una excesiva presión tributaria.
Los últimos movimientos del gobierno muestran que no sólo no tiene intención de cambiar el rumbo sino que apuesta a intensificar la emisión de deuda para enmascarar los problemas fiscales.
El lanzamiento de bonos argentinos al mercado requiere de mayor cautela, oportunidad sobre todo de corregir el desorden fiscal. Lejos de lo que considera el ministro de Finanzas, Luis Caputo, este no es un buen momento para empapelar el mundo con deuda argentina ni tampoco las condiciones del país son las más propicias.
La Argentina muestra una condición fiscal muy endeble y la calificación de su deuda soberana se encuentra en un umbral muy bajo.
Los números de 2016 son concluyentes con respecto al PBI: 4,6 por ciento de déficit fiscal primario, mitigado por el blanqueo que representó un 1,5 por ciento, lo que arrojaría 6,1 por ciento de desequilibrio primario. A ello hay que sumarle 1 por ciento más de déficit de las provincias, 2 por ciento por el pago de los servicios e intereses de la deuda y otro 2 por ciento del déficit cuasi fiscal del BCRA, con lo cual, la Argentina muestra un rojo superior al 11 por ciento del PBI. En otros términos, el país necesita conseguir unos 55.000 millones de dólares para cubrir el desorden financiero del sistema político.
Las principales calificadoras de riesgo no han cambiado la nota del país precisamente por la debilidad de sus cuentas públicas.
Moody’s acaba de calificar las últimas emisiones de deuda del país con la nota B3 la cual significa “alto riesgo crediticio y pobre calidad de crédito, sujeto a especulaciones”.
Es más, la agencia fundamenta esta nota en que “la debilidad de las instituciones siguen siendo la principal limitación de las calificaciones de Argentina. Consideramos la inflación como un indicador de la efectividad política. La inflación de Argentina, que terminó 2016 en más del 40%, ha sido una de las más altas entre los países soberanos calificados por Moody’s”.
Más adelante, la agencia muestra que la emisión de deuda no soluciona los problemas como por arte de magia como cree la administración Macri. Así, destaca de manera concluyente que “la posición fiscal de la Argentina se caracteriza por un aumento de la carga de la deuda y una alta proporción de esa deuda en moneda extranjera. Esperamos que la deuda con respecto al PBI alcance el 53% este año. Los coeficientes de deuda seguirán aumentando debido a un alto déficit fiscal que prevé alcanzar casi el 5% del PBI en 2017”.
Para Moody’s, “la perspectiva estable de la calificación B3 de Argentina podría empeorar si no se corrigen rápidamente los desequilibrios macroeconómicos y fiscales -inflación y déficit-, porque podrían llevar a un aumento de la carga de la deuda del gobierno, o a un incremento de las vulnerabilidades externas debido a una aguda caída de las reservas internacionales”.
En otros términos, la agencia lanza una alerta que si el gobierno persiste en esta política de emisión descontrolada sin corregir el déficit, aumenta su incapacidad de repago de la deuda y, con ello, las probabilidades de una abrupta salida de capitales.
Caputo fundamentó la colocación de deuda en la perspectiva de un eventual aumento de la tasa de interés, por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos, a partir de la asunción de Donald Trump. Sin embargo, en medio de una guerra de divisas en el mundo, no parece que Washington esté dispuesto a fortalecer su moneda y dañar sus exportaciones cuando el resto del mundo tiende a una devaluación.
El flamante secretario del Tesoro de EEUU, Steven Mnuchin, lo dejó claro y sostuvo: “un dólar fuerte perjudica a las exportaciones”, alejando las posibilidades de una corrección de las tasas.