"Ser la madre de un montañista no se lo deseo a nadie". La frase, realizada en el contexto más dramático, pertenece a Alba Hughes, madre de Mariano Galván el montañista mendocino por adopción perdido en Nanga Parbat, en el Himalaya.
Más allá del caso, las palabras expresadas por Alba coinciden con la de muchos familiares de montañistas, que se preocupan por el bienestar físico de quienes deciden vivir una vida alejada de las grandes ciudades, sumergidos en lo más agreste de la naturaleza de altura.
Por esta razón, Los Andes entrevistó a quienes viven pensando en escapar a la montaña. Fue para conocer qué es lo que pasa por sus mentes cuando están en situaciones de peligro, para que expliquen porqué deciden exponerse y cómo es la óptica de quienes ven “desde afuera” esta actividad.
Juan Alonso es un trabajador de la montaña, ha sido porteador en el Aconcagua en numerosas oportunidades. Afirma que como todo deporte, la montaña tiene sus riesgos y que los familiares, en su caso los padres, al no conocer a ciencia cierta de qué se trata lo que está haciendo se quedan intranquilos.
"Me parece que en la montaña el riesgo está cuando superás los 8 mil metros de altura, porque todas las situaciones de peligro se potencian", dijo Juan y agregó que andar solo también complica el panorama.
Continuando, dijo que el impulso del montañista es el de vivir la vida, exponiéndose, en pos de una libertad. “Muchos de los accidentes que ocurren allí son porque no estás lo suficientemente capacitado o porque vas solo.
Creo que la peor decisión es ir por donde no conocés”, remarcó.
Para finalizar su comentario, dijo que en su caso, los padres se ponen más nerviosos cuando va camino a trabajar, por la ruta 7, por los accidentes de auto que ocurren cotidianamente que por el trabajo en sí mismo.
Difícil de comprender
Ángel Arnesto es el montañista más experimentado en Latinoamérica en lo que tiene que ver con el Himalaya tras 17 años de trabajo en la zona más alta del planeta. Ni bien fue consultado por esto, dijo entre risas que a los 18 años lo echaron de su casa por irse a la montaña y luego agregó que es difícil comprender porqué una persona toma esta decisión.
“La cordillera te da una perspectiva diferente de todo, respecto de los valores y de como la plata carece de valor. Te enfrentás con situaciones que te hacen ver todo diferente. Si tuviera un hijo sin dudarlo le diría que sea montañista. Lo alentaría para que lo sea porque desarrollás valores como la superación que no te da otra actividad”, afirmó convencido.
También agregó que las grandes compañías están contratando a este tipo de deportistas para que den su visión a sus empleados, encajados en una zona de confort de la que muchas veces es difícil salir.
Siendo tajante, aseguró que en los momentos de peligro, la familia no pasa por su cabeza y tampoco nada que no tenga que ver con las herramientas técnicas que posee para superar los obstáculos que el monte le pone en el camino. “Pensás en todo lo que tiene que ver con salir de esa situación. En nada más”, aseguró.
Sin permiso
Natalia García llegó en 2013 al campo tres del Everest, a 7.400 metros de altura. Es una mujer que suele salir sola a escalar y es, según sus palabras, consciente de las situaciones de peligro a las que se enfrenta cuando sale a escalar.
“Yo diría que nunca he ido a la montaña con la anuencia de mis viejos. Cuando me he ido sola les digo que voy acompañada para que no se preocupen porque sé que lo hacen”, dijo Natalia a la vez que indicó que la vuelta es el momento en el que todo se cuenta, pero también donde sucede algo extraño: “Hay un matiz distinto en las cosas, porque volvés cambiado, con una energía linda”.
Su madre, según contó la montañera, siempre se queja de sus expediciones aunque también la ha escuchado decir que está orgullosa de sus proezas. “Lo genial que tienen los campamentos en la montaña es que podés viajar a un lugar donde confluyen muchas culturas sin irte muy lejos”, describió.
Recordando un caso reciente, relató que hace unas semanas fue a hacer un boulder (escalada en roca) a una quebrada y se quedó atrapada. Nadie sabía que había ido a hacer esa expedición y a la primera persona que pensó en llamar fue a su madre.
“Estaba a punto de marcar el último número y me arrepentí, porque no quería preocuparla. Terminé avisándole a un amigo -que a su vez avisó al 911- y saliendo sola, pero sí, mi primer impulso fue pedir ayuda a mi mamá.
Uno en situaciones así piensa en sus padres”, reconoció.
Gestionar el riesgo
Ignacio Rogé es el jefe del servicio médico del Parque Aconcagua y comentó que la mejor forma de dejar tranquilos a quienes dejan "abajo" es gestionar el riesgo. Es decir, saliendo con grupos de andinismo, por vías conocidas y con el equipo adecuado, entre otras variantes.
“Yo fui hijo de padres muy estrictos y para ir a la montaña tenía que ir dejando el equipo en casa de mis amigos y pasarlo a buscar antes de iniciar una expedición para que no supieran que me iba por varios días. Eso si, llamaba desde un teléfono público antes de subir para avisar y después recibía llamados por radio de mis viejos preocupados”, explicó el médico de montaña.
Ahora él, como padre, dice que querría que su hijo sea montañista porque prefiere “buscarlo perdido en la cordillera mendocina que borracho en un boliche, expuesto a los accidentes viales”.
Nicolás García es prestador de servicio de montaña y autor del libro Montañas en Alpargatas, que cuenta la vida del prócer de la cordillera mendocina Fernando Grajales. A partir de la consulta indicó que si bien el sentido común indica que es mejor no arriesgarse, las razones para hacerlo son muchas y más poderosas.
“Vas a la montaña para disfrutar los grandes espacios, porque te gusta, porque no tenés reglas. Pero sobre todo vas a la montaña porque es parte de la naturaleza humana el deseo de ir más allá. Alex Lowe (considerado el mejor alpinista del mundo y fallecido en 1999 tras una avalancha en Shisha Pangma, en el Tíbet) dice que lo importante es divertirse escalando”, contó.
Nicolás enfatizó el hecho de que las personas tienen la libertad de elegir donde quieren que sea su campo de juego, y desde ese punto de vista no se puede juzgar a nadie respecto de hasta donde quiere llegar. “Mi límite son los terceros, cuando les podés hacer un daño a otros”, sentenció.