El desafío de encontrar un rumbo

El oficialismo rebosa de optimismo. Asegura, incluso, que la crisis financiera está superada por la férrea acción de ordenar las cuentas y evitar nuevos despilfarros como los del final de la gestión de Pérez. ¿Habrá margen para soñar?

El desafío de encontrar un rumbo

Por Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar

El gobernador Alfredo Cornejo cerró el primer semestre de su gestión con dos hechos de gran impacto simbólico que sintetizan el espíritu que trazó para su administración durante la campaña electoral y su posterior asunción: el combate contra la inseguridad y el ordenamiento de las cuentas públicas.

Esta semana, propinó otro fuerte golpe para reforzar la credibilidad de su gobierno al desplazar a otro grupo de comisarios por el manejo irregular de dineros públicos a través de los servicios extraordinarios de la Policía. Antes ya había hecho lo mismo con otros cuatro, sólo que esta vez la purga alcanzó hasta a un familiar directo suyo: una señal efectiva si lo que se predicó se está cumpliendo aunque ello implique costos personales.

La seguridad fue uno de los ejes proselitistas sobre los que cabalgó y sabe que todas las miradas están puestas allí. De hecho, esta semana enviará a la Legislatura la octava ley en la materia en seis meses: esta vez para agilizar las causas y el andamiaje judicial cuya lentitud suele ser más funcional a los victimarios que a las víctimas.

Asimismo, y en otro orden, con la presencia del propio presidente del Banco Nación, Carlos Melconián, Cornejo sacó pecho el viernes al firmar la renovación del contrato con el banco estatal nacional como agente financiero de la Provincia pero, especialmente, lo que ese acuerdo significaba para las cuentas públicas locales. Con habilidad y sentido de la oportunidad, el gobernador puso como condición, para la renovación del vínculo, el acceso a condiciones preferenciales y la refinanciación de una deuda de 2.200 millones de pesos acumulada por adelantos que el Nación otorgó a Francisco Pérez en su trastabillante fin de ciclo y que vencían en los próximos días.

Así, Mendoza logró reprogramar a cinco años un pesadísimo compromiso que asegura, en el corto plazo, la nivelación de las cuentas provinciales y hasta generó euforia en el oficialismo al considerar que este acuerdo no hacía más que poner moño a lo que consideran -tras el ordenamiento generalizado de los números, la regularización del pago a los estatales, las remesas municipales por coparticipación y las deudas con proveedores- “el fin de la crisis financiera” de la provincia.

El radical no había partido de promesas grandilocuentes ni soluciones mágicas. Por el contrario, auguró un gobierno de restauración del Estado y recuperación de la figura del gobernador como poder ordenador de Mendoza ante los anteriores intentos fallidos de mandatarios coaccionados tanto por la Nación como por el cacicazgo departamental o las corporaciones vernáculas.

Cornejo hizo de las metas simples no una profesión de modestia, pero sí un horizonte próximo, alcanzable, extremadamente mundano que la crisis y el desconcierto final de Pérez, le permitió desplegar en su totalidad.

La confusión del peronismo ha contribuido a la tarea. Las contradicciones que genera hoy el kirchnerismo en el pejotismo están en su punto máximo de tensión. Especialmente cuando quienes aplaudieron acríticamente a Néstor y Cristina Kirchner hoy asumen con algo de resignación (pero mucho de pragmatismo) que el futuro tiene los nombres de Sergio Massa o Juan Manuel Urtubey, dos cuestionadores de distinta intensidad de aquellos que despertaron a la realidad con el estruendo del revoleo de bolsos de José López.

En ese sentido, dos movimientos recientes: el del ex gobernador Arturo Lafalla (quien días atrás en Los Andes aseguró que no creía a sus compañeros cuando sobreactuaban asombro ante el festival de denuncias sobre actos de corrupción durante el kirchnerismo), y, más recientemente, cuando salió a pedir la expulsión de Julio De Vido del bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria-PJ.

Pero eso no es todo. El gesto explícito de los intendentes azules Jorge Omar Giménez (San Martín), Martín Aveiro (Tunuyán) y Roberto Righi (Lavalle) de hacer trascender su encuentro con Massa en Tigre, también habla por sí solo. Pese a las explicaciones, el llamado de atención es contundente y abarcativo de un peronismo en busca de un líder: justamente uno de los aliados de Cornejo en el frente que conformó para ganar las elecciones.

Así las cosas, Cornejo parece no sólo hundir el cuchillo hasta el hueso en Seguridad -incluso con leyes que involucraron a mayorías legislativas de diversos partidos y hasta la propia Corte para asegurar un rol más eficiente de la Justicia-, con leyes más rígidas para quienes cometen delitos y por ende más confiables para el ciudadano común, sino también ha articulado variables económico-financieras de todo tipo: endeudamiento (vía emisión de bonos, letras), domesticación de las paritarias estatales a fin de no disparar el costo fiscal de la plantilla pública (pero también un plan para agilizar jubilaciones en el sector) para cumplir esa pequeña gran promesa: que el Estado funcione. Está claro que -como prometió- tomó el toro por las astas. ¿Habrá domado definitivamente a la bestia?

Cumplido o encaminado ese módico horizonte de certeza sólo queda preguntarse si en todo caso detrás del orden y la limpieza hay un proyecto político capaz de proyectar -al menos- la Mendoza de la próxima década. No sólo para volver a crecer sino también para tener un rumbo más allá de pagar sueldos a tiempo o de cubrir los resarcimientos a los productores agrícolas tras las inclemencias naturales. En síntesis, una transición ¿hacia dónde o hacia qué?

Hoy por hoy, Mendoza debería ser la principal interesada, la abanderada de la puerta que también Mauricio Macri abrió esta semana en Chile cuando participó como miembro observador de la cumbre de la Alianza del Pacífico. Meter el Mercosur en ese acuerdo (y viceversa) debería ser una prioridad para nuestra provincia. Afortunadamente, así lo entiende el embajador en Chile y ex gobernador, José Octavio Bordón.

Cuando a Cornejo se le han pedido precisiones sobre el rumbo futuro, o al menos por dónde avizora una luz de esperanza, siempre aseguró que la suerte provincial estaba atada al éxito de las variables macroeconómicas nacionales.

El esperado segundo semestre que prometió Macri y sus ministros no desembarcó con la claridad esperada, aunque no son pocos los que aseguran que hacia fin de año o inicios de 2017, las “buenas noticias” comenzarán a sucederse bajo el augurio que el exigente esfuerzo de sincerar la economía empiece a rendir frutos.

El problema, para el oficialismo nacional y provincial, es que si los cálculos resultan exactos, la bonanza recién podrá percibirse cuando otra vez la lógica preelectoral, la de las legislativas del año próximo, empiece a extremar las posiciones y reducir el índice de la tolerancia generalizada que este nuevo ciclo político ha usufructuado después de que el kirchnerismo decidiera romper todas las reglas. Incluso una que la democracia reciente casi no había experimentado: la desorientación extrema del peronismo ahora cada vez más crítico de lo mismo que sostuvo con fervor hasta hace muy pocos meses.

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