Por Néstor Sampirisi- nsampirisi@losandes.com.ar
Mira el reloj, se derritió
Rebobinando hacia adelante
te alcanzó
Ecos de antes rebotando
en la quietud…
Gustavo Cerati (Déjà vu,
del álbum Fuerza Natural)
Para algunos analistas se trató de una demostración de fuerza, no más. Con destinatarios precisos: la interna del PJ y el presidente Mauricio Macri. Agregaría que también la sociedad debería estar atenta al mensaje del gremialismo.
Según esta línea, al PJ, el sindicalismo le comunicó que tiene el poder para sacar a más de 100 mil personas a la calle y que continúa siendo una pata fundamental del movimiento que fundó Juan Domingo Perón. Más que el kirchnerismo, quieren decir, que semanas atrás juntó “apenas” 20 ó 30 mil en la reaparición tribunalicia de la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner.
Al macrismo le advirtió que conserva suficiente poder de fuego y que deberá prestar atención a sus reclamos por la inflación, la suba de tarifas, la postergación del 82% móvil a los jubilados y la indefinición sobre las modificaciones al impuesto a las Ganancias.
A la sociedad le avisó que las tres CGT (Azopardo, Azul y Blanca y Balcarce) se volverán a unir en agosto para ser una sola. Es así, Cristina los dividió y Macri obró el milagro de unirlos. Pero la marcha porteña -"un paro virtual", confesaban en off varios dirigentes- también incluyó a las dos CTA (Autónoma y oficial), el gremialismo no peronista que también fue dividido por Cristina y, al parecer, Macri unirá. Es más, todos ya preanuncian un paro nacional por la ola de despidos que, según aseguran, se está produciendo en todo el país o si el Presidente veta la ley que avanza en el Congreso para prohibirlos.
Más allá de que la excusa para salir a la calle haya sido el Día de los Trabajadores, hubo reclamos concretos, gestos duros y palabras amenazantes. Todo a un gobierno que lleva menos de cinco meses de gestión y que recibió un país con un déficit fiscal equivalente a 7% del PBI (similar al que en 1983 heredó la renaciente democracia tras el Proceso y la guerra de Malvinas), un Banco Central con reservas mínimas, cuatro años sin generación de empleo privado, cepo al dólar, en default y sin acceso al mercado de crédito internacional.
Hay que recordarlo, hay que saber de dónde venimos y cuál es la dimensión del desafío. Porque sería un error creer que es sólo tarea de los gobiernos elegidos para afrontarlo. Hace falta compromiso de la dirigencia opositora, empresarios con la responsabilidad social que tanto declaman y, sobre todo, inteligencia para encontrar puntos de vista comunes desde donde construir soluciones.
Como también sería erróneo pensar que no dolerá volver a tener una economía sensata, a tono con la mayoría de los países razonables del mundo. Las noticias que llegan desde Venezuela nos muestran como un espejo lo que nos esperaba de no hacerlo. No hay magia.
"Esta bien, muchachos, son cosas de la democracia" contestó alguna vez Raúl Alfonsín cuando le recordaron los trece paros generales que la CGT realizó durante sus casi seis años de gobierno. Si hacemos la cuenta, veremos que el gremialismo peronista comandado por Saúl Ubaldini (y el metalúrgico Lorenzo Miguel) le hizo al presidente de la recuperación democrática un paro cada cinco meses. Quizás por eso suena a déjà vu ver en las calles a estas CGT.
Coincidencias no faltan. Entre quienes marcharon ayer permanecen varios dirigentes de aquellos años, buena parte de los denominados "Gordos", aunque a última hora se haya bajado el gastronómico Luis Barrionuevo (líder de la CGT Azul y Blanca) que bancó sin chistar la reforma del Estado y las privatizaciones de los '90 que implicaron el despido de miles de estatales y un final de década con 22,4% de desocupación.
Pese a esto el primer paro contra el gobierno de Carlos Menem se produjo a los cuarenta meses de gestión (más de tres años después de prometer el salariazo y la revolución productiva) que en diez años de mandato terminó acumulando ocho paros impulsados, entre otros, por el camionero Hugo Moyano (actual líder de la CGT Azopardo). En cambio, el radical Fernando de la Rúa no gozó de la paciencia sindical: el primer paro lo sufrió a los tres meses de asumida la Alianza, cuando lanzó su proyecto de reforma laboral. En apenas dos tumultuosos años, De la Rúa acumuló nueve paros.
Para que la cuenta sea completa hay que consignar que el justicialista Eduardo Duhalde sufrió un paro general en su año y medio de gestión, Néstor Kirchner no tuvo paros en su contra y que el gremialismo enfrentó a Cristina Fernández por primera vez en diciembre de 2012, cuando ya llevaba cinco años en la Rosada.
Mientras asistimos al destape de la escandalosa corrupción de la "década ganada" -que de tan desmesurado casi resulta increíble- no viene mal hacer memoria. Aunque sea para no tropezar otra vez con la misma piedra.
Habrá que estar atentos: acaso ayer se haya echado a andar una vez más la trituradora de gobiernos no peronistas.
Como un fatídico déjà vu.