El cura Brochero, un hombre de acción

El cura Brochero,  un hombre de acción

"Ponchito marrón, cigarrito'i chala, un rezo aquí, un rezo allá, 
desgranando rosarios el cura va...
Va con su mula firme y segura, 
va don Brochero, va"

Canto Brocheriano 
Carlos Di Fulvio 
    
En la plaza de la antigua Villa del Tránsito que hoy lleva el nombre de Cura Brochero, en 1922 se erigió un monumento para rendir un homenaje a la memoria de don José Gabriel del Rosario Brochero en el que se ve a "un clérigo de pie, correctamente vestido y apoyado en su bastón". Se cuenta que el doctor Ramón J. Cárcano, quien fuera dos veces gobernador de Córdoba, algo molesto por no haber sido invitado a la inauguración, al ver la estatua exclamó: "Éste no es Brochero. Parece un cura que realiza un paseo higiénico en una tarde apacible. El Brochero que debe conmemorarse sólo se concibe en la acción, como yo lo conocí, con la sotana atada a la cintura, sombrero de alas anchas, espuelas sobre botines gruesos, el breviario en una mano y en la otra el rebenque. Ése era Brochero".

Para titular esta nota nos hemos apoyado en esta descripción del Dr. Cárcano, quien fuera su amigo y uno de sus primeros biógrafos. A primera vista, el título parece más adecuado para destacar la labor de un empresario y no para referirse al sacerdote que será canonizado mañana domingo 16 de octubre en el Vaticano, convirtiéndose así en el primer santo nacido y muerto en nuestro país. En todo este proceso para llevarlo a los altares seguramente ha prevalecido su alma sacerdotal, su fe, la solidez de sus virtudes humanas y cristianas, su gran caridad, la certificación de los milagros, su obsesión por la promoción humana y la evangelización, sus métodos pastorales... Se estima que llevó a más de 70.000 personas a realizar “Ejercicios Espirituales”, algo aparentemente reservado para cristianos con formación intelectual y moral, lo que claramente no era la situación en aquel lugar.

Sin desconocer lo anterior, quisiéramos destacar que fue un organizador incansable, hacedor imparable y constructor infatigable, ya que fue un cura emprendedor, que no sólo curaba almas sino que también emprendía grandes obras.

Con 29 años llega a San Alberto este sacerdote culto, licenciado en Filosofía por la Universidad de Córdoba, que decide adoptar maneras “gauchas” para acercarse a los serranos y hablarles de las verdades eternas en el lenguaje de todos los días. Era una zona sumergida en la pobreza y la incultura, aislada material y espiritualmente. Allí emprendió la construcción de la iglesia; se puso él mismo de albañil y maestro mayor de obra; se quebró una pierna al bajar una cuesta trayendo una viga a cinchas. Lo mismo hizo después en Villa del Tránsito, pueblo que se volvió su centro de operaciones, donde encaró la construcción de la iglesia, la Casa de Ejercicios y el Colegio de Niñas. Los indolentes criollos se desperezaron y empezaron a ayudar a este cura con sotana atada a la cintura, y es sabido que quien venía de visita se contagiaba y echaba una mano.

Además de convertir gente y “ganar almas”, fue un gran civilizador preocupado por llevar el progreso material para la zona de Traslasierra.

Algunos afirman que fundó más escuelas que Sarmiento, hizo templos, acueductos, canales, aproximadamente 200 km de caminos vecinales, algo portentoso dadas las circunstancias y la escasez de recursos. Los constructores argentinos y las personas dedicadas a esta actividad tendrán su santo patrono a partir de este domingo. Los Consejos Profesionales de ingenieros y arquitectos deberían honrar su memoria con un minuto de silencio. Todas las ciudades argentinas deberían tener una calle con su nombre.

Al final de su vida contrajo la lepra por asistir a personas con esta enfermedad; estuvo seis años ciego, con llagas y agonía, pero su fortaleza natural alcanzó un grado heroico. Decía de memoria la Misa de la Virgen cada día, después se hacía leer un trozo del Evangelio y luego exclamaba: “Ya tenemos la comida del alma”, y pasaba a resolver asuntos como si estuviera sano, cumpliendo aquello de “primero la oración, luego la acción”. Mientras tuvo aliento, bregó por el ferrocarril serrano Soto-Villa Dolores, que legisló el Parlamento y no se hizo.

Fiel a su lenguaje popular, sus últimas palabras fueron: “Ahora tengo ya los aparejos listos pa’l viaje”.

Asumimos que en el Cielo no estará informado de las noticias en nuestro país (no sería Cielo si así fuera). Sólo le decimos que andamos a los tumbos, con muchos argentinos viviendo en la pobreza, nos escandalizamos de los chanchullos y corruptelas que salen a la luz cada semana, nos sentimos heridos y agobiados (como reza una oración por la Patria). Por todo esto le pedimos una gauchada al Santo Cura Brochero, que interceda ante el buen Dios y ante la Purísima que es más bella que una estrella (como le gustaba decir), para que nos envíe un puñado de criollos bien nacidos, capaces de llevar la salud material y espiritual a lo largo y a lo ancho del país. Los reconoceremos por sus “mulas malacaras, sombreritos alaos, ponchitos, cigarritos’i chala, rebenques cruzaos, espuelas de fierro...; como Brocheros irán con sus rezos y consejos, sin apuro, firmes y seguros”.

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