El papa Francisco canonizó, el 16 de octubre, a José Gabriel del Rosario Brochero, conocido y venerado como El Cura Brochero.
Este santo, de pura cepa cordobesa, nació el 16 de mayo de 1840, en Villa Santa Rosa, a orillas del río Primero. Su canonización es un hermoso regalo para la Argentina y el reconocimiento de la ingente labor pastoral y de desarrollo humano que cumpliera el Cura Brochero en sus 74 años de vida.
Párroco de Villa del Tránsito, sierras de Córdoba, misionó también en la provincia de San Luis y en los llanos riojanos.
A lomo de su mula Malacara, llevó el auxilio espiritual a los paisanos de sierras y pampas, los catequizó, les administró los sacramentos, les inculcó la devoción a la Eucaristía y a la Virgen, a la que llamaba “La Purísima”.
Misionero sacrificado y de gran celo: “Me hice cura para robarle almas al diablo”, solía repetir. Cuanta novena había, no importa el paraje que fuere, ahí estaba el santo cura.
Para los retiros espirituales llevaba a los paisanos a Córdoba, domando las cumbres, a 2.300 metros de altitud. Cruzaba la Pampa de Achala siguiendo senderos y picadas abiertas por los comechingones, aborígenes de la zona. Brochero transformó esas sendas en camino, hoy llamado de las Altas Cumbres.
Fecunda fue su obra espiritual y loable su contribución al desarrollo material de la zona. Arremangado, junto a los paisanos, incluidas las mujeres, construyó caminos, abrió acequias, construyó casas, tendió puentes, fundó escuelas, levantó hospitales; hasta soñó -¡qué visión de futuro!- con traer el ferrocarril a Traslasierra.
El Cura Brochero, hombre de pico y pala, curtido por el sol, peregrino de las almas, hizo sonreír a tantos de sus coterráneos, que veían en su cura al guía espiritual y al adelantado del progreso. Cuando alguien le decía: “Padrecito, es demasiado trabajo para usted”, Brochero respondía: “Mi alegría es que los paisanos estén cada día mejor”.
La política y el sindicalismo son un verdadero sacerdocio; una permanente y generosa mano tendida al otro. Por naturaleza, políticos y sindicalistas deberían ser personas solidarias, seducidas por el bien común, soñadores de futuros mejores, forjadores de proyectos que beneficien a quienes les votaron o a sus afiliados, para que, como decía Brochero, cada día los ”paisanos” estén mejor.
Políticos y sindicalistas, hombres y mujeres con utopías y miradas escrutadoras de necesidades, pobrezas y abandonos. Ciudadanos que sepan plasmar en realidad las promesas y en obras, las mediaciones y diligencias.
Políticos y sindicalistas sin fronteras ni amiguismos; honestos hasta la médula y transparentes como un espejo. Compatriotas cuyo discurso sea la coherencia de vida y cuya convicción, el trabajo.
Nadie está obligado a optar por los dos posibles caminos arriba citados. Quien tome esa decisión es para felicitarle, siempre y cuando esté dispuesto a encanecer en el servicio y promover el bien a toda hora y a todo hombre.
Es más digno ser cultor de hermandad que guardián de fortunas. Es más noble que me recuerden por lo que hice que por lo que prometí o acumulé. Es mejor ser agente de diálogo y de paz que acopiador de poder, por años y más años.
Dios quiera que la figura del Cura Brochero, hombre con el corazón en Dios y las herramientas en las manos, seduzca a todos los ciudadanos y nos impulse a crear una patria de hermanos, donde la justicia sea patrimonio de todos; la verdad, riqueza a compartir; la corrupción, lacra superada, y el bien, camino cierto que consolida la democracia y lleva al progreso y a la santidad.