Dos años atrás se llevaron a cabo los festejos del Bicentenario del Cruce de los Andes.
La provincia y el departamento de Las Heras se convirtieron en escenario de la celebración de la epopeya de San Martín y del Ejército de los Andes. La agenda conmemorativa previó numerosas actividades que incluyeron actos oficiales, festejos populares, muestras artísticas, crónicas y fascículos periodísticos, audiovisuales, intervenciones en sitios históricos, y en las rutas que guardan el secreto del tenaz peregrinar de miles de soldados anónimos y arrieros que atravesaron la cordillera para afianzar la libertad en el continente.
La conmemoración constituyó un nuevo capítulo de la larga genealogía que enalteció la asociación entre San Martín y Mendoza. Se trata de un vínculo que el mismo Libertador cuando antes de emprender la travesía expresó “gratitud eterna” al “honrado y benemérito Pueblo”, y que renovaría al cosechar la victoria. Sin embargo, y aunque hubo quienes planificaron erigir una pirámide en su honor, el entusiasmo público no se manifestó en el plano monumental hasta fines del siglo XIX.
Huellas del recuerdo
No se trataba de ningún olvido del paso de San Martín por Mendoza. Su recuerdo se mantenía vivo en la memoria de los guerreros de la independencia, y había impulsado a los jóvenes a escribir la historia de la gesta. Las huellas del recuerdo latían en el remplazo de nombres de villas y calles, y había dado lugar a preservar la Bandera de los Andes en la provincia. Pero ningún testimonio era semejante a las estatuas ecuestres que lucían en las plazas de Buenos Aires y Santiago de Chile desde 1863.
La dimensión monumental del recuerdo recién cobró impulso a fines del siglo XIX, a raíz de diversas iniciativas de los admiradores del héroe cuyos restos descansaban en la cripta especialmente construida en un anexo de la Catedral metropolitana desde 1880. Mendoza no podía permanecer al margen de la agenda que enaltecía al Padre de la Patria. Más aún, cuando la nueva fisonomía social producida por el ingreso masivo de inmigrantes europeos, y las primeras huelgas obreras, había convencido a políticos, escritores y periodistas que la identidad nacional debía ser fortalecida por lo que la enseñanza de la historia en las aulas, los museos y los monumentos, debían convertirse en instrumentos de educación patriótica, y cohesión social y cultural.
Momento del Centenario
Entre fines del siglo XIX y las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo, se dio lugar a los primeros “lugares de memoria” dedicados a San Martín en la provincia, los cuales se amplificarían en el siglo XX como resultado de iniciativas oficiales, y de asociaciones dedicadas a preservar su memoria.
En 1890 fue colocada una modesta pirámide en el “potrero” del Plumerillo. Casi veinte años después, en 1909, sería emplazada la estatua que luce en la plaza de la capital. Y recién en 1914, se inauguró el magnífico monumento que la Patria dedicó al Ejército en el Cerro del Pilar. Se trataba de una fiesta relativamente tardía, a raíz de la demora en su construcción pero que logró conectarse con los festejos del Centenario de la Declaración de la Independencia, y los homenajes brindados a Fray Luis Beltrán, y al vocero de San Martin en el Congreso de Tucumán: el Dr. Tomás Godoy Cruz.
San Martín en el relato estatal de entreguerras
En los años treinta la monumentalidad sanmartiniana cobijaría nuevos lugares de memoria en sintonía con la ley nacional que dispuso el 17 de agosto feriado nacional. En 1932 el campamento del Plumerillo pasó a depender del Ministerio de Guerra, y el gobierno provincial dispuso la construcción de un pórtico. A su vez, en 1935, se emplazó en Canota un monumento en piedra que evocaba la división de las columnas del Ejército de los Andes que habían atravesado la cordillera. En rigor, la iniciativa oficial obedecía a distintas motivaciones: el merecido reconocimiento del gobierno y pueblo de Mendoza a San Martín, sus oficiales y soldados; la oportunidad de mostrar los hitos de una ruta que ofrecía formidables paisajes para el turismo; y el clima cultural nacionalista y regional que animaba a historiadores, escritores y artistas a documentar, narrar y representar el célebre Cruce de los Andes.