El Cruce de los Andes: el recuerdo en libros, monumentos, obras de arte

La conmemoración constituyó un nuevo capítulo de una larga genealogía que enalteció la asociación entre San Martín y Mendoza.

El Cruce de los Andes: el recuerdo en libros, monumentos, obras de arte
El Cruce de los Andes: el recuerdo en libros, monumentos, obras de arte

Dos años atrás se llevaron a cabo los festejos del Bicentenario del Cruce de los Andes. La provincia y el departamento de Las Heras se convirtieron en escenario de la celebración de la epopeya de San Martín y del Ejército de los Andes que conquistó el 12 de febrero de 1817, la célebre batalla de Chacabuco que marcó un antes y un después del plan continental que extirpó el poder colonial en América del Sur. La agenda conmemorativa previó numerosas actividades que ganaron visibilidad en actos oficiales, festejos populares, muestras artísticas, libros, crónicas y fascículos periodísticos, productos audiovisuales, intervenciones en sitios históricos, y en las rutas que guardan el secreto del lento y tenaz peregrinar de los miles de soldados anónimos, y arrieros, que cargados de armas, alimentos y fervor patriótico atravesaron los cordones montañosos con el fin de afianzar la libertad en el continente.

La conmemoración constituyó un nuevo capítulo de una larga genealogía que enalteció la asociación entre San Martín y Mendoza. Se trata de un vínculo que el mismo Libertador acuñó antes de emprender la travesía cuando escribió: "Sería insensible al atractivo eficaz de la virtud, si al separarme del honrado y benemérito Pueblo de Mendoza no probara mi espíritu toda la agudeza de un sentimiento tan vivo como justo (…) A ellos y a las particulares distinciones con que me han honrado, protesto mi gratitud eterna". Tampoco San Martín dejó de compartir el triunfo del ejército con el gobierno y los pueblos que habían contribuido a la empresa política y militar. En el oficio que dirigió al gobernador intendente, escribió: "Gloríese el admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de sus sacrificios". Expresiones similares fueron difundidas en "La Gaceta de Buenos Aires", y en los oficios de los cabildos que celebraron la victoria.

Al año siguiente, el éxito de Maipú coronó de gloria las hazañas del general y del ejército por lo que las celebraciones y manifestaciones de júbilo se replicaron en todas las partes. El Cabildo de San Juan fue explícito al ubicar el trayecto de San Martín en la estela de los "hombres famosos" que adornaban "la historia de las naciones que abandonaban la quietud de los siglos sin luz", y puntualizó que "no aguardábamos a nuestra edad un héroe que ilustrase los anales de la independencia del sud".

Huellas del recuerdo

Aunque hubo quienes planificaron erigir una pirámide en su honor, el entusiasmo público no se manifestó en el plano monumental. No se trataba de ningún olvido de la memoria sanmartiniana. En la segunda mitad del siglo XIX, el recuerdo de la epopeya y de su líder se mantenía vivo entre los guerreros de la independencia que habían sobrevivido, y había impulsado a los más jóvenes, como Damián Hudson, a escribir la historia de su gobierno en Cuyo, y la del Ejército. La dirigencia provincial también tomó decisiones para evocar su paso por Mendoza mediante intervenciones que priorizaron el uso de su nombre para remplazar la denominación de calles y villas, y hubo quienes pusieron en juego sus contactos en Chile para que la Bandera de los Andes fuera protegida y preservada en Mendoza. Pero ningún testimonio resultaba equivalente a las estatuas ecuestres que lucían en la plaza de Retiro de Buenos Aires, y en Santiago de Chile desde 1863.

La dimensión monumental del recuerdo en la provincia cobró impulso a fines del siglo XIX, a raíz de diversas iniciativas de los admiradores del ilustre héroe cuyos restos descansaban en la cripta especialmente construida en un anexo de la Catedral metropolitana desde 1880. A juicio de algunos, Mendoza no podía permanecer al margen de la agenda conmemorativa que enaltecía al Padre de la Patria. Menos aún, después que el Mitre historiador había visitado la provincia en 1883, para recoger información que le permitiría publicar, en 1887, la monumental obra que tenía a San Martín como hilo conductor de la historia en la que colocó la excepcionalidad de la revolución rioplatense en el concierto de las revoluciones sudamericanas.

Tampoco el clima que estimuló el recuerdo era ajeno a la opinión y voluntad de los dirigentes políticos, escritores y periodistas que juzgaban conveniente fomentar sensibilidades patrióticas entre los argentinos y extranjeros que poblaban las principales ciudades, y áreas rurales del país y de la provincia. El censo nacional de 1895 había sido contundente al señalar que la población mendocina había crecido exponencialmente por los efectos del masivo ingreso de europeos. Pero la foto del censo de 1914 sería más acuciante al señalar que el 31,8% del total de habitantes habían bajado de los barcos. Esa nueva fisonomía social unida a las primeras huelgas obreras, y la convicción que la identidad nacional debía ser fortalecida entre los nativos y los hijos de inmigrantes, haría de la enseñanza de la historia en las aulas, los museos y los monumentos a los héroes de la patria una herramienta primordial de pedagogía cívica, y de cohesión social y cultural.

El momento del Centenario

Sería entonces el clima comprendido entre finales del siglo XIX y las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo, el que daría lugar a la invención de los primeros "lugares de memoria" dedicados a San Martín en la provincia, los cuales se amplificarían en el siglo XX como resultado de iniciativas oficiales (nacionales y provinciales), y de asociaciones dedicadas a preservar su memoria.

En 1890 fue colocada una modesta pirámide en el "potrero" del Plumerillo. Y casi veinte años después, en 1909, sería descubierta la que sigue luciendo en la plaza de la capital que replicó la de Buenos Aires. Años después, en 1914, fue finalmente inaugurado el magnífico monumento que la Patria dedicó al Ejército y su Jefe que dio cita a la flor y nata de la dirigencia provincial, al Ministro de Guerra, varias asociaciones de mujeres, las colectividades de inmigrantes, contingentes de escolares y un nutrido público que presenció el ritual en las laderas del cerro del Pilar. Se trataba de una fiesta relativamente tardía, a raíz de la demora en su construcción, pero que se conectó en 1916 con las celebraciones del Centenario de la Declaración de la Independencia, y el homenaje brindado a Fray Luis Beltrán y a quien había sido su principal vocero en las sesiones del Congreso de Tucumán: el Dr. Tomás Godoy Cruz.

San Martín en el relato estatal de entreguerras

Ya en los años treinta, la monumentalidad sanmartiniana cobijaría nuevos lugares de memoria. En 1933, el escritor Ricardo Rojas había publicado un libro que habría de convertirse en el clásico sobre la vida de San Martín: El Santo de la Espada, cuya narrativa exaltaba sus virtudes morales, y lo despojaba del bronce y del perfil militar que el historiador, José Pacífico Otero, había promovido a través de su obra, y del Instituto Sanmartiniano que había fundado como asociación civil. Ambas evocaciones fueron simultáneas a la ley nacional que estableció el 17 de agosto integrara el calendario de fiestas patrias.

Esa tónica tuvo eco en Mendoza. En 1932 el campamento del Plumerillo pasó a depender del Ministerio de Guerra, y el gobierno provincial dispuso la construcción de un pórtico. A su vez, en 1935, se emplazó en Canota un monumento en piedra que evocaba la división de las columnas del Ejército de los Andes que habían atravesado los pasos cordilleranos de Uspallata y Los Patos. En rigor, la iniciativa oficial obedecía a distintas motivaciones: el merecido reconocimiento del gobierno y pueblo de Mendoza a San Martín, sus oficiales y soldados; la oportunidad de mostrar los hitos de una ruta que ofrecía formidables paisajes para el turismo local, nacional y extranjero; y el clima cultural nacionalista y regional que animaba a historiadores, escritores y artistas a documentar, narrar y representar el célebre Cruce de los Andes. Una atmósfera que no era exclusiva de los ateneos y asociaciones que preservaban el legado sanmartiniano, sino que nutría la agenda del gobierno nacional y de las instituciones que custodiaban su memoria. Bajo ese registro, la "Asociación de Damas Pro Glorias", había aprovechado la visita del presidente Agustín P. Justo para colocar una placa recordatoria en el Solar Histórico (que el general había adquirido en 1818). Así también, la Basílica de San Francisco fue declarada monumento histórico nacional en 1938. Una intervención que venía a completar la realizada en 1911, cuando el bastón de mando del Libertador había sido depositado en el Camarín de la Virgen del Carmen, cuya imagen había sido coronada por el cabildo romano.


    Entre 1938 y 1944, el pintor catalán Fidel Roig Matóns compuso y expuso su obra épica sobre San Martín.
Entre 1938 y 1944, el pintor catalán Fidel Roig Matóns compuso y expuso su obra épica sobre San Martín.

Tales iniciativas obtendrían mayor vigor en los años siguientes, ya sea por la enfática actividad realizada por el historiador Ricardo Levene desde la Comisión Nacional de Museos y Lugares históricos, como también por la mayor institucionalización de los estudios históricos en la provincia. Estos habían tenido como principal refugio la Junta de Estudios Históricos, fundada en 1923, y habían hecho de su revista, conferencias y congresos la principal vidriera de difusión del pasado provincial. El vínculo se fortaleció cuando uno de sus historiadores, el Dr. Edmundo Correas, fue designado rector organizador de la Universidad Nacional de Cuyo en 1939. Ese contexto contribuyó a jerarquizar y diversificar los sitios y monumentos que evocaban el paso de San Martín en Mendoza. En efecto, por decreto de 1941, la Chacra de Barriales, y el Campamento de Instrucción fueron declarados lugares históricos, mientras la Capilla del Plumerillo pasó a integrar el catálogo de los monumentos históricos nacionales. Para entonces, el motivo sanmartiniano ocupaba un sitial relevante en la producción artística local robusteciendo el tejido de representaciones monumentales y plásticas. Entre 1938 y 1944, el pintor catalán Fidel Roig Matóns compuso y expuso su obra épica sobre San Martín y los pasos de Uspallata y El Portillo, y preparaba la que dedicó a Los Patos que concluyó en 1952. A su vez, en 1947, se inauguró en la plaza Chile el homenaje que evoca el abrazo de los Libertadores realizado por el escultor chileno Lorenzo Domínguez. Asimismo, en 1949, por ley provincial, se expropiaron los terrenos del Solar, que disparó la creación del Museo Histórico San Martín, y la construcción de la Biblioteca "San Martín".

1950: el Año del Libertador

La conmemoración del centenario de la muerte de San Martín daría a lugar a un nuevo ciclo de la monumentalidad de su recuerdo en la provincia, y en el país. No se trataba de una agenda oficial de circunstancias en tanto su figura había sido exaltada por el gobierno militar instalado en 1943, y robustecida cuando ya Juan Perón ejercía su primer mandato como presidente. En 1949 al inaugurar la convención constituyente, había expresado: "San Martín es el héroe máximo, héroe entre los héroes y Padre de la Patria. Sin él se hubieran diluido los esfuerzos de los patriotas y quizás no hubiera existido el aglutinante que dio nueva conformación al continente americano. Fue el creador de nuestra nacionalidad y el libertador de pueblos hermanos. Para él sea nuestra perpetua devoción y agradecimiento".

Ésa sería la tónica que vertebraría la ley nacional que dispuso la obligatoriedad del recuerdo en los actos administrativos, en el encabezamiento de todos los diarios, revistas y libros, y en el registro cotidiano de cada jornada escolar dando lugar, incluso, al montaje de altares efímeros en las escuelas. Mendoza tuvo un lugar de privilegio en los actos oficiales al constituirse en sede del Congreso Nacional dedicado al Libertador, y de una nutrida agenda de actividades. El rector de la Universidad Nacional de Cuyo, el Dr. Irineo Cruz, fue el encargado de pronunciar el discurso de clausura en el no sólo remarcó los beneficios del evento en "la movilización de la conciencia nacional histórica". También se encargó de colocar a la revolución peronista como "antífona exacta de la gesta sanmartiniana", y asociar "la peraltada ejemplaridad de San Martín" con la del "Libertador político y social de la Argentina que vivimos". Por ello nadie mejor que Perón, adujo el rector, podía clausurar el evento porque sólo el "segundo conductor" estaba habilitado para "hablar del primero" por disponer de requisitos excepcionales para evaluar el pasado en cuanto era entendido como "especialista del presente y constructor del futuro".

Entretanto, el programa de actividades había previsto la visita a lugares históricos que incluyeron la colocación de placas en cada paraje que atestiguaba el memorable Cruce, y la inauguración de otros nuevos. En especial, el que había reseñado el regreso del general a la provincia en 1823, el cual dio lugar a la estatua que evoca el encuentro con uno de sus oficiales en Tunuyán, y que Roig Matóns había retratado en el óleo que integra la pinacoteca expuesta en la Municipalidad de la Capital desde 1987.

El Año del Libertador culminó el 30 de diciembre con una magnífica fiesta que se realizó en el teatro griego construido al pie del Cerro de la Gloria, en la que se representó el Canto a San Martín, compuesto por el músico Julio Perceval, y el autor de Adán Buenos Aires, Leopoldo Marechal. La puesta en escena, encabezada por Perón y su esposa, demandó una intensa movilización artística nacional que reunió a músicos y artistas del Teatro Colón, La Plata, Tucumán, Córdoba y Mendoza, y coros juveniles y de niños de escuelas públicas y religiosas. Aquella formidable monumentalidad estética, que reunió algo más 20.000 personas, se desglosó en cinco partes regidas todas por un registro épico que colocaba al "héroe de la guerra" y "mártir de la espada" en la celestial dimensión de los "ángeles" y de la "gloria" merecida sólo para los "justos".

El clima evocativo sobre San Martín, su gesta y su legado habría de permanecer intacto al año siguiente cuando fueron depositados en la Basílica de San Francisco, los restos de su hija Mercedes, de su yerno, Mariano Balcarce y de una sus nietas. El ritual veía a saldar lo dispuesto por la ley nacional de 1949, y el acto que había encabezado el presidente Perón en Buenos Aires cuando sus cenizas habían llegado a la capital, y se había montado una capilla ardiente en la sede del Instituto Sanmartiniano. El acontecimiento que devolvía a Mercedes a la provincia, en la que había nacido el 24 de agosto de 1816, sería simultánea a la iniciativa oficial que amplificó los lugares históricos en la provincia. En particular, el Batán de Tejeda, el Fuerte de San Carlos y algunas localidades de montaña, como Potrerillos (próximo a Punta de Vacas) y Paramillo de Las Cuevas.

Una red que se renueva

El mapa territorial y simbólico de San Martín en Mendoza sería nuevamente intervenido, en 1975, cuando el sitio donde ya lucía el monumento en Tunuyán en la vieja estancia donde había descansado, tomado mate y comido bizcochuelo, fue declarado lugar histórico. En años recientes, la construcción del Memorial de la Bandera de los Andes sumó un nuevo eslabón a la nutrida red de sitios y monumentos sanmartinianos.

Se trata de un zócalo constitutivo del patrimonio cultural y ambiental de Mendoza que amerita ser preservado, jerarquizado y resignificado mediante intervenciones capaces de estimular y reactualizar el conocimiento del héroe antes y después de haber contribuido a la libertad de medio continente.

Mirá el especial que hizo Los Andes para conmemorar el Bicentenario de la epopeya sanmartiniana: http://new.losandes.com.ar/files/cruce/#Home

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