Por Alejandra Chicchitti
El corset que ahora puede parecernos un accesorio de uso ocasional, antes resultaba imprescindible y tuvo enemigos y defensores a lo largo del tiempo.
Durante las primeras décadas de 1900, la Facultad de Medicina lo condenaba, porque “deformaba el tórax, alteraba el aparato respiratorio y digestivo, desviaba el hígado y maltrataba la vejiga de las damas”, entre otras cosas.
Sus adeptos en cambio, afirmaban que protegía los órganos de la mujer de la presión de los vestidos y que los corsets eran indispensables para sostener la ropa y las prendas interiores femeninas que según se calculaba, tenían un peso de 7 u 8 kilos. En verdad, la mayoría pensaba que era una necesidad impuesta por el uso de “los tiempos modernos” y ninguna dama estaba dispuesta a contradecir la moda y las buenas costumbres.
Viste bien, da mejor forma al cuerpo, suspende el vientre, lo mantiene en su posición natural y Suprime los Dolores.
Las mujeres de gran poder adquisitivo, disponían de una variada gama: el de baile (cuya finalidad era reducir el talle 5 cm), el de mañana (de batista y poco emballenado), el usual (de satén negro, azul pálido o rosa), el de noche (que se cerraba a un costado), el de viaje (muy suelto para poder ensancharlo durante la noche), el de montar a caballo (con caderas elásticas), el de montar en bicicleta (reducido a un cinturón con cordones para gozar absoluta libertad de movimientos).
Las más famosas tiendas ofrecían todos los modelos y para todos los cuerpos, como “Casa Sans”, que se ufanaba en proclamarse como “ La única en Buenos Aires al estilo europeo”.
Se aconsejaba usarlo hasta los 6 meses de embarazo y colocarlo un mes después del alumbramiento.
Las publicidades con más texto en las revistas leídas por la clase alta argentina, se explayaban dando detalles del reconocimiento del que gozaban sus productos por los entes de gobierno y por el aval de reconocidos médicos.
Mme. Petrel por ejemplo, era miembro activo de la Sociedad de Higiene de Francia y condecorada con las Palmas Académicas por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Ofrecía además fajas higiénicas y ortopédicas en calle Callao al 734, Buenos Aires. Lo curioso de esta publicidad, es que aseguraba a la mujer embarazada “disimular su estado, sin perjudicar órgano alguno”, pero no hacía ninguna referencia a la integridad del bebé que quedaba atrapado y apretujado contra ese accesorio de uso ¡indiscutible!