El Congreso, asolado por los bárbaros

Cuando el Poder Legislativo incumple su papel de representación plural de las voces de la sociedad, la democracia se resiente en su calidad.

El Congreso, asolado por los bárbaros
El Congreso, asolado por los bárbaros

El Congreso Nacional, sede del Poder Legislativo  con sus Cámaras de Diputados y Senadores, es la institución donde las fuerzas políticas con representación electoral tienen un lugar en proporción al porcentaje decidido para cada una de ellas por la voluntad popular. Así como en el Poder Ejecutivo el sector político mayoritario es el encargado de conducir la administración del Estado, en el Poder Legislativo el debate y diálogo entre los distintos actores elegidos por el pueblo -mayorías y minorías- es la esencia, el fundamento, su razón de ser. Allí es donde se plantean las diferencias pero también donde se construyen los consensos.

Dicho Poder es tan consustancial con el régimen democrático que cuando una dictadura usurpa el poder político, se apropia del Ejecutivo y controla el Judicial, pero al Legislativo lisa y llanamente lo disuelve, porque las voces únicas no pueden tolerar ese sitio institucional donde la diversidad y la pluralidad reinan.

Sin embargo, aún en una democracia se puede des-jerarquizar el Poder Legislativo cuando se lo banaliza, se lo bastardea o se suprime el debate reemplazándolo por los gritos sordos donde nadie escucha a nadie o por las agresiones verbales o físicas. Y mucho peor aún, cuando se usan fuerzas de choque rodeando al Parlamento (el lugar donde se habla) para intentar que no pueda sesionar.

Todo ello a la vez ocurrió en la sesión legislativa de Diputados el pasado miércoles cuando se trató el Presupuesto nacional para el año próximo. Anomalía que no es la primera vez que ocurre, puesto que en las sesiones de diciembre del año pasado, aún con más violencia que ahora, un sector de la oposición -el más sectario y fundamentalista- también intentó con métodos agresivos o lisa y llanamente violentos, que el hecho institucional no tuviera lugar. Porque así como las dictaduras cierran el Poder Legislativo, los autoritarios, aún en democracia, lo que quieren es que éste no sesione si ellos no tienen las mayorías.

El burdo método con el que se intenta anular el funcionamiento parlamentario es tristemente simple: a las movilizaciones de protesta que acontecen en los alrededores contra la política oficial que se está tratando legislativamente, se le adelantan a modo de vanguardia un grupo generalmente no muy significativo en número pero muy violentos, que rompen todo lo que tiene a su paso e intentan provocar a las fuerzas de seguridad para que los repriman y así auto-victimizarse (en diciembre pasado los vándalos destruyeron la plaza arrojando piedras y ladrillos de todo tipo a la policía de la Ciudad de Buenos Aires que protegía al Congreso sin armas). Y mientras por fuera los violentos agreden, por dentro quienes los apoyan piden suspender la sesión parlamentaria porque dicen que el que está siendo agredido es el pueblo, cuando suele ser al revés ya que los que atacan son estos grupos de inadaptados. En ese mismo momento, la violencia verbal llevada a su máxima expresión hace que el diálogo plural devenga suma de improperios entre los representantes del pueblo, por lo cual nadie escucha a nadie. Ese “modus operandi” se repite una y otra vez, generalmente por los mismos políticos.

Sin embargo, los señores legisladores deberían tener presente que ellos no hablan solo entre ellos y para ellos, sino que en tanto representantes del pueblo, le deben a éste la fundamentación de sus posturas. Pero cuando los gritos suplantan a las palabras y los insultos a los debates, todo diálogo se vuelve imposible y el patoterismo se impone.

Lamentablemente, hay quienes buscan deliberadamente que esa suma de chicanas legislativas y provocaciones callejeras se combinen para producir algún tipo de explosión política que afecte la gobernabilidad. Cosa que felizmente hasta ahora ha sido evitada gracias a la prudencia de los legisladores más moderados, tanto del oficialismo como de la oposición.

No obstante, más allá de eso, que las voces plurales se vean apagadas por estos amagues de violencia incipiente, degrada la democracia, la hace menos rica, menos fecunda, la separa del pueblo. Los políticos devienen corporativos porque con esas actitudes terminan  representándose solo a sí mismos en vez de representar a los ciudadanos a los cuales se deben porque son los que los pusieron en ese noble recinto degradado por los intolerantes de todo signo.

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