Había que ganar y se ganó. El buen pie que lo caracteriza quedará para otras tardes, al igual que los merecimientos. Ayer el CEC le dio una patada a todos esos axiomas futboleros que se dieron en la previa y le enrostró a Palmira su falta de efectividad. Inteligente para cerrar espacios, ocupó bien los sectores vacíos en cada salida rápida desde el fondo y construyó una goleada 3-0 que no cuenta lo que en realidad pasó en los 90’.
¿Importa? Para nada. Ambos estaban un escalón por encima de Jorge Newbery, el último, en la tabla, y la obligación era sumar de cualquier forma. “El fin justifica los medios”, dirán algunos, contentos. Otros, los aurinegros, mientras se despachaban contra Hernán Mostaccio, el árbitro del encuentro -de pésimo partido-, aplaudían a sus jugadores, reconociendo el esfuerzo más allá del cachetazo.
¿Qué tuvo el CEC para sumar de a tres? Un enorme potencial individual en ese póker que conforman Cuello, Cortéz, Domínguez y González.
Ahí está el primer gran secreto en la levantada del equipo de Gianformaggio.
Palmira fue un cúmulo de voluntades sin ideas y cuando se vio desequilibrado, a partir del gol en contra de Cáseres, se nubló. Juárez intentó ser receptor de tantos envíos largos pero casi nunca pudo prosperar. Antes, el Jarillero tuvo ocasiones para ponerse en ventaja, pero Márquez mostró sus reflejos para evitarlo. Si la ventaja mínima había quebrado los esquemas del local, ni hablar cuando González marcó un golazo.
Fue el remate final para un equipo que siguió yendo, metió a su rival en el área y repitió una y otra vez la fórmula que menos réditos le dio en el torneo: el bochazo largo. ¿Mereció mejor suerte Palmira? Si, sobre todo en el amanecer del encuentro, pero volvió a repetir viejos errores y sigue sufriendo esos pecados de juventud.
