Cuando la calle Rawson deja de pertenecer a Godoy Cruz y pasa a ser de Luzuriaga, a mano derecha camino al este, a la altura del 2596, aparece una vivienda con todas las características de las de una villa de emergencia (está en el barrio "Amas de Casa") y queda en la zona conocida como "Triple Frontera" donde confluyen Luján, Maipú y Godoy Cruz.
No hay vereda; para entrar han colocado un palet que hace las veces de un pequeño puente de madera que luce bastante endeble sobre una acequia. Un nailon de color amarillo que flamea al compás del viento tiene la inscripción "Comedor Pancitas llenas".
Entre el acceso al comedor y el cartel está el piso de tierra desnivelado y con barro porque ha llovido hace poco. Tres niños de entre dos y cuatro años juegan entre cocinas oxidadas y otros elementos también oxidados que alguien "donó" -o se sacó de encima- al comedor. También hay perros que no juegan como los niños: los perros parecen estar cansados de ser perros pobres. Los niños no se cansan.
Un frente construido como se pudo con maderas que no resistirían un viento fuerte es la antesala del comedor que es regenteado por Soledad Lencinas, una madre de 33 años que tiene la palabra Sole impresa en un chaleco a cuadros. La mujer está frente a una olla en la que vuelca papas, arroz y pedacitos de carne mientras revuelve todo.
Son las 11.30 de la mañana del jueves 13 de junio y en un rato comenzarán a llegar los comensales de los muchos barrios de la zona. "No pueden comer acá -aclara Soledad- porque no tenemos lugar, así que tienen que venir con un tupper y se llevan la comida a su casa".
Hace tres meses
El comedor funciona hace tres meses y le da de comer a 180 personas. Los martes, jueves y sábados hay almuerzos y por la tarde se da una copa de leche a la que hay que ir a buscar con alguna botella. "Es la situación económica la que nos lleva a esto", dice Soledad que es beneficiaria de la Asignación Universal por Hijo.
“Antes, con lo que cobraba, compraba bolsas de residuos o películas en CD para ir a vender por las casas, pero cada vez me compraban menos”.
Mientras cocina bajo un techo de plástico negro, Soledad presenta a quienes la ayudan: Rosana, con hijos y nietos, desocupada; Sebastián que lleva cuatro quincenas sin cobrar como obrero de construcción porque la obra se ha detenido. "Cada vez hay menos trabajo y cada vez tenemos más personas para darles de comer".
Soledad ahora no trabaja de vendedora ambulante. "Me dedico a esto porque, además de ayudar, de acá les doy a comer a mis cinco hijos".
En un cuaderno lleva anotados a todos los beneficiarios; las personas que se acercan para que les dé comida. "Son más de 180 personas entre adultos y niños; unas 38 familias, empezamos hace tres meses con 70 niños", cuenta mientras muestra el cuaderno donde anota los apellidos de personas prolijamente escritos. En la página que dice "situaciones especiales", figuran los que no pueden irse sin algo de comida; "porque a veces no alcanza para todos. A veces tenemos problemas con las donaciones, nos llegan tarde los menudos de pollo y hacemos viandas solo con arroz y fideos y algo de pan que nos da una panadería amiga".
Mecanismo
Llegar a las 180 raciones para esos tres días es el desafío de la gente de "Pancitas llenas". "Ahora estamos cerca de cobrar la asignación así que sacamos parte de ese dinero y lo ponemos para comprar la comida que falta".
Entre quienes colaboran con el comedor está Ivana Alonso; "nuestro ángel", la definen en el comedor. Es una comerciante del barrio Covimet que se ha vuelto indispensable para la logística del comedor. "Ella va, pone su auto y va a buscar las donaciones donde sea". (ver aparte).
Las donaciones no se terminan en la comida ya que también hay quienes entregan ropa.
"Tenemos una página de Facebook que se llama comedor 'Pancitas Llenas' en las que mostramos todo lo que nos llega y cuándo y cómo se reparte. Cada persona que nos colabora firma el cuaderno y ponemos todo lo que nos deja", dice Soledad como si alguien la controlara, cosa que no ocurre, "porque no tenemos ayuda de ninguno de los tres municipios de la zona".
Comida y más
El lugar donde cocina Sole, cuyo techo y paredes también son de nailon vendría a ser el acceso a su casa; una construcción de abobe que se vale de dos parantes gruesos de madera porque la propiedad no está lejos de derrumbarse. Esa casa cobija a tres familias.
"Nosotros estamos esperando la casa pero mucho tiempo más no podremos estar acá. Cada vez que llueve él (por el albañil Sebastián) tiene que subirse al techo y tratar de sacar el agua que se junta en los plásticos; sino todo se vendría abajo", dice una de las vecinas que comparte el inmueble que desde la calle no se ve porque está tapado por, justamente, los lienzos de plástico.
Mientras Sole revuelve la olla llegan los primeros comensales. Algunos hombres con su tupper miran al piso mientras esperan por su ración. Son desempleados, parte de los rostros detrás del 8,4% de desocupación que midió la semana pasada la DEIE en el Gran Mendoza.
Los niños en cambio, están ocupados en jugar con un triciclo de plástico que hace tiempo no tiene vida útil: está viejo y sucio y le falta una de las tres ruedas.
Algo de lo que hace falta
* Leche, cacao y azúcar. Aceite de cocina.
* Estufas eléctricas sobre todo porque hay casas que son de nailon.
* Mejorar la estructura edilicia principalmente el sistema eléctrico; hay que reponer todos los cables.
* Un horno eléctrico ya que se usa gas envasado.
* Frazadas y mantas; ropa y calzados.
* Carne (es difícil conseguirla y más de una vez la ponen de sus bolsillos).
* Nailon ya que hay que reponer constantemente por lluvias o vientos.
* Guantes.
Para colaborar
comunicarse con los teléfonos 261 230-5814 - 261 680-9637 - 261 360-6091.