“El club Montecaseros ha tenido siempre buenos jugadores, pero pocos como Domingo Toriglia... Un muchacho muy atrevido con la pelota: arrancaba de atrás y llegaba gambeteando al área para dejarle el gol servido a Fava, que también era de los buenos y encima goleador”, recuerda Ángel Toledo (84), mirando algo en el horizonte y con una sonrisa nostálgica. Luego piensa un poco y completa: “Alguna vez Toriglia se fue a probar a San Martín, era bueno en serio y podría haber llegado muy lejos pero no quedó porque le pidieron ponerse botines y él estaba acostumbrado a jugar de alpargatas”.
Para el que no conoce, sepa que el pueblo de Montecaseros y sus 5.000 habitantes son sinónimo de fincas, viñedos y trabajo rural; tierras donde en cada vendimia se cosechan enormes cantidades de quintales, al punto que se lo ha distinguido como el distrito de mayor producción vitivinícola del país. Sí señor. Y allí, a un costado del camino principal y sobre el kilómetro 11, un grupo de vecinos se largó hace casi 90 años a fundar el club; eso fue por agosto de 1927, cuando el lugar apenas comenzaba a poblarse.
Como tantos otros de por allí, don Toledo es hincha y vecino del club Montecaseros, institución de escudo blanquinegro que, para simplificar las cosas, se ha convertido con los años en el ámbito social y deportivo más importante de toda esa amplia región de distritos rurales que hay al norte de la ciudad de San Martín.
En aquellos primeros años, el club tuvo a Nicanor Zavala como su presidente, un puntano emprendedor que también fue maestro y director de escuela y que fijó los terrenos para darle forma a la cancha del Montecaseros, a la que delimitó con un alambrado de tres hilos.
Noches de milonga
Hay en los clubes de pueblo rural una constante, nacen por una misma necesidad: no tanto la de practicar un deporte como la que tiene la gente de contar con un espacio para encontrarse y divertirse en aquellas pocas horas que deja el trabajo duro y solitario de campo.
Y así, en el Club Social y Deportivo Montecaseros primero fue la cancha de fútbol, pero enseguida llegaron la cantina, las bochas y también las noches de baile y de milonga. “Acá hace 60 años, los fines de semana se encarpaba el patio y venía gente de toda la región a bailar”, cuenta un vecino y sigue: “Las mujeres salían siempre a la pista, porque eran bailes con mucho respeto, sin mala intención. Mire cómo sería que si una mujer se quejaba de algún hombre, la comisión enseguida lo echaba y le prohibía cualquier entrada”.
El frente del club es grande y de punta a punta debe rondar los 100 metros; por el sur limita con la escuela Patria y sus aulas, donde toman clases los pibes del lugar; y al otro extremo, donde están la cantina y la churrasquera, las instalaciones tienen como vecina a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
“Así lo quiso don Federico Abone, que era dueño de todos estos terrenos y que los donó precisamente para levantar la escuela, el club y la iglesia”, cuenta Raúl Salas (79) y recuerda que a lo largo de su historia la cancha se corrió de lugar algunas veces y que incluso a fines de los ‘80 estuvo casi abandonada. “Como cualquier institución, este club ha tenido buena y malas; hoy, gracias a Dios y a la gente, pasa su mejor momento”.
José ‘Pipo’ Álvarez es presidente del club y el dirigente que, apoyado por un grupo de voluntariosos colaboradores, prácticamente refundó a la institución y la rescató de aquellos años grises en los que estuvo a punto de desaparecer. “Si el club se salvó fue gracias a la gente de las bochas, que lo mantuvo en actividad y con esa llamita de esperanza que dice que las cosas van a mejorar”, explica Álvarez, que fue diputado y senador y hoy dirige la cooperativa eléctrica Alto Verde, pero que nunca se olvidó del club Montecaseros, del “Lobo del Norte”, como se conoce a la institución.
En agradecimiento, el club restauró las bochas y le construyó un estadio cerrado con dos canchas y tribunas con asientos: un lujo para los bochófilos de la región.
Hoy, la primera del Lobo del Norte milita en el fútbol del Federal B donde se ubica en los primeros puestos, algo que al presidente lo tiene contento pero que no le quita el sueño: “Los éxitos en fútbol van y vienen, hoy estamos arriba pero perdemos tres partidos seguidos y quedamos abajo; por eso lo importante es lo otro, el hacer cosas que perduren: mejorar las instalaciones, poner cerámicos, levantar una pared o empezar con el vóley, uno de los proyectos que tenemos”.
El estadio de fútbol se levanta detrás de la sede y en los últimos años ha crecido: hay nuevo alambrado y tribunas para 3.000 personas; los camarines también fueron mejorados y se levantaron cabinas de transmisión; dice la gente que es una de las canchas más lindas de la provincia y de hecho, allí sabe hacer pretemporada la primera de Independiente Rivadavia.
Pero a pesar de los avances, el club tiene poco más de un centenar de socios. “Es triste, pero con la crisis que hay en la viña la gente hoy no puede darse el lujo de seguir a Montecaseros”, se lamenta Federico Franco (22). Igual, la sede tienen mucha actividad social, los hombres van a truquear por las noches a la cantina y el salón es alquilado para los cumpleaños de 15 y las fiestas de casamiento; también están los chicos del hockey y las chicas del fútbol femenino.
Ya es media mañana y desde hace rato entrena en la cancha la primera del Lobo del Norte; cerca de allí se asan unos pollos para el almuerzo de los jugadores y detrás del alambrado, don Toledo ve la práctica y sin quitar la vista de la pelota, aconseja: “Ya soy grande y al Montecaseros lo conozco de pibe por lo que puedo decirle alguna cosa; la historia de este club está llena de trabajo y sacrificio. Y vea mijo, todo lo que en la vida vale la pena, exige sacrificio”.