Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Los aspectos políticos de nuestra Fiesta mayor (esos que empiezan en el desayuno de la Coviar y se apagan luego del almuerzo de Bodegas de Argentina, mientras cientos de miles de mendocinos y turistas los viven indiferentes disfrutando el Carrusel), este año parecieron apagados pero, en realidad, fueron más bien amables, acotados, nada pasionales, más esperanzados que ilusionados. Como que nadie esperara mucho de la política pero, aún así ese poco que se espera ya es bastante luego de los estropicios de los que venimos. Sed de normalidad, desprecio hacia todo tipo de excentricidad.
Los funcionarios y empresarios que hablaron, enfatizaron en el cambio de clima político. Que se vislumbra algo diferente aunque todavía no se sepa mucho en qué consiste. En ese sentido, esta Vendimia fue en miniatura una foto cabal de lo que es hoy la política luego de la asunción de Macri.
Un peronismo evaporado más por desgaste que por otra cosa. Sustitutos que ocuparon su lugar no tanto porque tuvieran un plan de transformación sino sólo algunas propuestas de reparación detrás de la módica meta de la normalización nacional. Como que se necesitara cubrir con algo de forma y contenido a un país que se había quedado sin ninguno de ambos. Que remplazó las ideas por clichés reiterativos emanados de la boca de una sola persona que ya más que hablar, aturdía. Donde las formas fueron pisoteadas hasta su desaparición. Por eso a nadie le importa aún cuál forma o contenido traen consigo los nuevos gobernantes, sino que basta con tener la certeza de que se están reconstruyendo algunas cosas básicas en un país vaciado absolutamente de institucionalidad y donde los debates fueron sustituidos por gritos e insultos reiterados hasta el hartazgo, tanto que ya ni se escuchaban.
Un clima como que hubiera terminado algo que se gastó por sí mismo y que estaría por empezar algo que, por ahora, apenas se percibe. Que nadie, ni siquiera quienes lo están llevando a cabo, parecen saber muy bien de qué se trata.
Si uno ve la diferencia entre los que gobiernan ahora y los que gobernaban el año pasado, es como si un terremoto hubiera acontecido pero a la vez no hubiera pasado nada. Como cuando cayó la Unión Soviética y sus satélites europeos donde, al principio, todo siguió igual pero sin el régimen y sus jerarcas. Un cambio tremendo, colosal, pero del modo más calmo posible. Casi como que no hubiera sucedido nada más que la desaparición de los histerismos de un poder cansado y corrompido, aunque haya sucedido mucho más.
Lástima que no estuvo el principal actor de este nuevo tiempo, el presidente Mauricio Macri, en una de las fiestas más populares y multitudinarias del país. Difícil entender por qué no vino, en particular cuando considera a Alfredo Cornejo como el más macrista de los radicales, el que más se le parece.
Tal vez porque en la coyuntura se hayan propuesto metas diferentes. A Macri le sugieren que hable poco de la herencia recibida para poder conciliar con los peronistas que quieren fugarse del lazo cristinista, mientras que Cornejo piensa más que todo en la herencia recibida, pues está convencido que el gobernador Paco Pérez le dejó una provincia en estado terminal y él por ahora no tiene muchos más objetivos que sacarla de terapia intensiva.
La otra diferencia es que Macri dio la orden a los suyos de arreglar como fuera con los gremios estatales para mostrar su voluntad de consenso, mientras que Cornejo piensa sustancialmente diferente. Para él de lo que se trata es de una lucha por el poder. En su opinión, la política ha sido confiscada por otros actores y entonces, para gobernar es necesario que el poder vuelva a manos de los políticos. Una idea bastante K. Así como cree que la prensa tiene demasiado poder, también cree que los sindicatos estatales han devenido los dueños del Estado y que mientras ello siga así él no podrá gobernar. Opina que el poder que Paco Pérez cedió a los sindicatos a cambio de paz social, fue una de las grandes razones del crac local. Por eso prefiere ir al combate.
De cualquier modo, sea por esas razones o por las que fueran, que Macri no haya venido a la gran provincia aliada suya del interior del país suena -a todas luces- como un error.
Pero más allá del faltazo, en la lucha contra los gremios, el cartelazo y los insultos al ministro Frigerio por parte de Raquel Blas le deben haber sumado ayer muchos puntos a Cornejo en la opinión pública que, con el clima político actual, ve horribles esas agresiones.
En cuanto a la interna empresarial, luego de varios años en que la Coviar fue vaciando de contenido político al almuerzo de Bodegas de Argentina, esta vez las cosas no fueron tan así. Como que casi hubo un empate. Los bodegueros están contentos con el nuevo gobierno y se propusieron recuperar algo de la influencia política perdida. Otro cambio imperceptible pero evidente.
Cornejo alabó en particular a Juan Manuel Urtubey, gobernador de Salta. Conservador, atildado, un galancete al que toda mamá quisiera para su hija, a lo Cobos. Ese tipo de político peronista que le encanta a los radicales y también a los peronistas mendocinos.
Hablando de peronistas mendocinos, uno de ellos nos dijo en la Coviar: “Cuando venían los discursos, antes ocupábamos los primeros lugares mientras que hoy si no nos apuramos nos sacan los pocos asientos de atrás que nos dieron”. Corrieron prestos a sentarse en ellos sabedores de que el tren de la historia va y viene. Hoy va por ti, pero quizá mañana vendrá otra vez por mí, se ilusionan.