Inversamente proporcional a la escalada del mercurio en el termómetro es el chorro de agua que llega desde la red domiciliaria a mi casa. Es que la vecina de la esquina abre el surtidor para regar a manto su jardincito de la puerta, mientras que la señora que hace la limpieza en los departamentos de al lado barre con el agua de la manguera el patio interno, las cocheras de los cuatro vehículos y la vereda y -como si eso fuera poco- riega la calle de tierra.
La situación de mi barrio, donde cada mañana se pueden ver estas mismas prácticas en otras cuadras, no es exclusiva de la zona donde vivo. Hace un mes, otros lectores de Los Andes (al igual que en cada diciembre, enero y febrero de cada año) daban cuenta de experiencias similares, aunque habían llegado al extremo de no tener suministro. “Cuando hay agua, los vecinos la derrochan regando las plantas y las veredas con mangueras, incluso usan hidrolavadoras. Tenemos que ser solidarios y los inspectores deben recorrer los barrios y aplicar multas”, contó Norma Orpianesi, del barrio SUTE.
Los reclamos ya se han transformado en el clásico del verano.
Está claro que los gobiernos han hecho la “vista gorda” en tema de inversiones para garantizar un mejor servicio de agua. Tampoco quito responsabilidad a los empresarios que se han guardado las ganancias en vez de renovar el tendido de cañerías. Ahora, dicen, con la ampliación de la planta Benegas prometen al menos triplicar la producción de agua potable: de los 400 litros por segundo actuales pasará a 1.350 litros por segundo.
¿Esto significa que los habitantes del este de Godoy Cruz y zonas de Guaymallén -como Dorrego- podrán gastar tranquilamente en exceso?
Rotundamente, no.
Las estadísticas advierten que cada mendocino consume alrededor de 500 litros por día, mientras que la Organización Mundial de la Salud recomienda un consumo diario de 250 litros per cápita. En Mendoza, Aysam se conforma con reducir el consumo a 350 litros.
Según la ONU, para 2050 la demanda mundial de agua dulce crecerá en más del 40 por ciento y la cuarta parte de la población del mundo vivirá en países con una “falta crónica o recurrente” de agua limpia.
No es muy loco pensar que Argentina y Mendoza, específicamente, estará en ese 25 por ciento. Entonces, no nos queda otra que cada habitante tome cartas en el asunto para lograr un consumo responsable y solidario.
“El consumo de agua endosomático aumenta de forma proporcional al crecimiento demográfico, mientras que el consumo exosomático varía en función del cambio de hábitos sociales”, explica el Aqualibro de Irrigación y sigue: “Desde principios del siglo XX hasta la actualidad, la población de la Tierra se ha multiplicado casi por tres, mientras que el consumo de agua lo ha hecho por seis. Esto pone de manifiesto que el principal incremento se ha dado en los usos”.