Alguien tiene que decirlo, alguien tiene que escribirlo, ya es hora. Y me arrogo el derecho: el sistema no admite al Chino Maidana, no lo quiere, prefiere verlo olvidado, se hacen los boludos, hablemos en criollo. Pasó un tiempo de su retiro oficial y nadie fue a buscarlo, ni Susana, ni Tinelli, ni El Gráfico, ni nada, ni nadie. La maquinaria capitalista todavía no logra digerir el suceso. Nació siendo banca, con destino de cabecita negra, y terminó con (no importa cuántos) palos verdes en el banco. Perdió sus últimas dos peleas con Floyd Mayweather, pero nunca, jamás, se fue derrotado. No se bancan, tal vez, que el tipo sea boxeador. Que un “grone" se haya llenado de plata rompiéndose el lomo, cagándose a trompadas toda su vida. Vaya paradoja. Justo en la cultura de la meritocracia, le negamos el reconocimiento a uno (en un millón) que llegó. Debe haber un doble discurso, supongo. Porque este muchacho, señores, hizo todo lo que le pedía el sistema. Logró algo trascendente (trascendió, al cabo, a la posteridad), pero ni lo ponderamos.
El sistema no admite al Chino Maidana, porque parece una contradicción que un boxeador haya terminado bien, cuando la realidad es que son más los que triunfan que los que pierden. Pero claro, los finales oscuros teñidos por las tragedias le remueven el morbo a los cronistas que necesitan la pelota y el arco vacío, para poder meter un gol, qué triste. Y acá hay que olvidar lo que pasó, porque no murió nadie, y eso no lo podemos encasillar. Maidana tenía todas las de perder. Porque su primer juguete fue un cuchillo. A los 6 años, ya trabajaba con Papa Orlando, carneando vacas y domando terneros. Su querido papá Orlando, hombre que anda chocho de la vida porque el Chino le compró una casita e hizo una gestión para que le llegara energía eléctica a su cuadra.
Más grandecito, a eso de los 15 años, el Chino coqueteó con el fútbol. Jugaba en la escuela de Sarmiento de Margarita, que dirigía el Padre Francisco Bossio, de la Liga Verense. Era un rústico número cinco, según recuerda un amigo suyo, el Diente Centurión. Rústico, por no decir, ordinario. ¡Pero quién se va animar a faltarle el respeto al Chino, ja! Iba a todos los entrenamientos con una camiseta de Colón. Se la pasaba andando en bicicleta. Vagueaba un poco. Olga, su mamá, pensaba que iba a ser ciclista, como su viejo. Pero no señora, se equivocó, la bicicleta la termino usando Floyd Mayweather, en las dos peleas que hicieron en Las Vegas.
Es un gaucho nuestro Maidana, bien nuestro. Lo puede contar Carlos Irusta, y algún colega más, para la pelea más importante de su vida se entrenó en un hangar que le prestó un amigo en el medio del campo, rodeado de patos y vacas. Lo que costó llegar hasta ahí, mamita. Qué bonitó personaje, ideal para retratarlo porque hablaba poco, balbuceaba algunas palabras, pero sus trompadas arrancaban las mejores fabulas para contar. Dos armas de destrucción masiva tenía escondidas entre sus manos. El público del boxeo, nunca, jamás, olvidará a este guerrero, por su coraje, por su bravura, por haber hecho de cada pelea una guerra, y por haber puesto siempre sus huevos de oro arriba de los rings más exigentes del planeta. Quisieron olvidarlo. A propósito. Imposible.
El ya es una leyenda.