Carlos Salvador La Rosa- clarosa@losandes.com
Esta semana el gran público pudo acceder al modus operandi con el cual los capitalistas amigos del kirchnerismo fueron construyendo sus fabulosas fortunas con la plata de todos nosotros. Primero a destacar es lo grosero, lo vulgar de sus métodos, característica cultural de este nuevo sector de arribistas económicos surgidos de decisiones voluntarias y conscientes del poder político.
Un video muestra a unos gerentuchos del grupo Báez brindando con whisky cual mafiosos de ficción mientras cuentan parvas de dinero. Parecen escenas extraídas de un film clase b de hampones de última categoría.
Una profunda investigación del periodista Hugo Alconada Mon descubre que un supuesto gran empresario kirchnerista edificó su imperio reteniendo para sí el dinero de impuestos que estaba obligado a retener para el Estado. Fue tal el susto del gran empresario que apenas se enteró que divulgarían sus picardías transfirió todas las empresas fallidas, en particular las mediáticas. a su supuesto socio, que más parece un testaferro ni siquiera suyo sino de alguien que supo estar en la cúpula del gobierno hasta hace pocos meses.
Toda esta pornografía más que develar grandes crímenes demuestra la precariedad, la chabacanería, la improvisación, en pocas palabras el chanterío de esta nueva élite empresarial que surgió al calor de su amistad con el poder político. Élite que mientras duró el kirchnerismo no pudo superar la categoría de testaferro y que ahora, cuando algunos intentan liberarse de sus viejos lazos políticos para quedarse con las empresas viables y mandar a la quiebra las fallidas, los descubren en menos que canta un gallo de tan torpemente que actuaron. Adicionando impunidad a torpeza de una manera que si no fuera por el mal que causaron, resultaría de patética comicidad. Cual ladrones de medio pelo.
Siempre hubo capitalistas amigos que crecieron más por los apoyos estatales que por su eficiencia económica. Los países que en los últimos años en América Latina se autodenominaron antiimperialistas fueron quienes más incentivaron a este tipo de empresarios creyendo que con ellos podrían sustituir a los capitalistas tradicionales. Pero los forjaron tan dependientes del poder político, tan ineficaces económicamente, que a la postre sólo contribuyeron a represtigiar a los viejos capitalistas, no por méritos de ellos sino por deméritos de los nuevos. Luego de ver el nivel de los Báez o de los López como soportes empresariales del kirchnerismo, que Menem se haya apoyado en Bunge y Born lo hace casi un estadista. No porque Bunge y Born haya hecho algo positivo durante la gestión menemista -que no lo hizo-, sino porque al menos no produjo los estropicios de comedia bufa que hicieron los empresarios K.
Los primeros que apostaron de modo grupal y sistemático por gestar a sus capitalistas amigos en la Argentina fueron los militares del Proceso que le encargaron esa tarea al ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. Lo original de la idea del ministro de la dictadura fue que en vez de apoyarse en los empresarios más poderosos de la época, decidió gestar los propios del proceso militar mediante la direccionalidad de la deuda externa, que en su gestión se aumentó de siete mil millones de dólares a cuarenta mil millones.
Convencidos de que había que fundar autoritariamente un nuevo país sobre los restos del anterior que suponían muerto, o sino se proponían matar, Videla y Martínez de Hoz recurrieron a un grupo de empresas y empresarios de larga trayectoria en el país pero que habían sido siempre más o menos marginales, para ponerlos a ocupar un papel central, convencidos de que podría existir una fusión entre el poder político-militar y los nuevos empresarios surgidos gracias a ellos. En el ya clásico libro “El nuevo poder económico en la Argentina de los años 80” de Azpiazu, Basualdo y Khavisse (Legasa, 1986) se puede ver con lujo de detalles quiénes formaron parte de este primer gran capitalismo de amigos y cuál fue su lógica de funcionamiento.
Sin embargo, cuando algunos de ellos se excedieron en los manejos financieros, en los autopréstamos, a la luz de la impunidad que les daba el poder, Martínez de Hoz los mandó a la quiebra. Así les pasó al Banco de Intercambio Regional (BIR), el Banco de Los Andes, el Banco Oddone y el Banco Internacional. Mientras que a los que sobrevivieron luego Cavallo les estatizaría su deuda, con lo cual los consolidaría definitivamente, pasando a ser los nuevos grandes empresarios, ahora en democracia y más allá de los gobiernos.
Los kirchneristas no tuvieron ni siquiera las precauciones de los militares para sacarse de encima a los “amigos” más chantas, a los que más rápido quisieron enriquecerse sin cuidar ni siquiera alguna forma. Por eso apenas cae el poder político que los apañó, los capitalistas K quedan desnudos ante la opinión pública, más por incompetentes que por corruptos.
Es que quizá estos nuevos empresarios amigos ni siquiera hayan sido tales. A uno Kirchner lo sacó de un puesto de cajero bancario y lo hizo su testaferro. Pero a otros que tenían algunos antecedentes empresariales, también los hizo intermediarios, no socios.
Los militares, con toda su maldad a cuestas, quisieron crear una burguesía a su imagen y semejanza. Los kirchneristas ni siquiera eso pretendieron, porque los jefes políticos querían ser directamente ellos la nueva burguesía, los nuevos patrones de la gran estancia en que querían convertir a la Argentina.
Los militares querían gestar un nuevo poder político y un nuevo poder económico con estrechos lazos entre sí. Los kirchneristas querían que ambos poderes se fusionaran en una sola persona, o un solo matrimonio.
Lo de los militares fue un experimento que se desarrolló en el medio de una tragedia manchada de sangre. Lo de los kirchnerista fue una farsa, además fallida. Un episodio de las andanzas de Patoruzú donde alguien que se creyó -igual que el quijotesco indio- dueño de media Patagonia, quiso a partir de allí quedarse con la Argentina entera. Una utopía desmesurada pero que en un momento pareció factible. Que se fue derrumbando por su propia locura, cuando se la quiso confundir con una revolución, manteniendo su estructura corrupta pero suponiendo que ella se diluiría en la ideológica. Fue allí cuando las andanzas de Patoruzú devinieron las locuras de Isidoro. Esa historieta cuyo primer capítulo se llamó Amado Boudou y a la que esta semana se le agregó la visión cruda y patética de lo que fue el chanta-capitalismo, la única y lamentable herencia económica de un tiempo que, si no fuera por su increíble corrupción, sólo sería merecedor del olvido.