Corría 1962 cuando el oceanógrafo francés Jacques Cousteau aterrizó en Puerto Madryn, Chubut. Los buzos a bordo del Calypso, su famoso barco, se quedarían por un año en la zona de Golfo Nuevo. Aunque las posibilidades turísticas de la región eran evidentes, Península Valdés era como la Cenicienta: se sabía que era importante pero pocos la tomaban en serio. Además había que estudiar científicamente los riesgos, por eso sólo en 1974 se aprobaron los avistajes de ballenas con barcos que salían desde Puerto Pirámides, en la península.
“Cuidar el recurso era clave, teníamos entre manos un paraíso natural que sólo puede compararse en Sudamérica con las islas Galápagos, dice hoy el académico Antonio Torrejón, autor de “Cien años de turismo argentino: 1907-2007”. Hacia 1964 Torrejón era la autoridad turística oficial de Chubut y había mucho por hacer. La provincia tenía 1.500 camas hoteleras “antiguas”, el asfalto en la ruta nacional 3 terminaba en las afueras de Bahía Blanca y faltaban vuelos.
Con el tiempo, desde el hijo del emperador japonés Hirohito hasta lady Diana Spencer visitarían la zona. Para 2000, Chubut ya tenía 12.000 camas hoteleras y varias empresas dedicadas a observar ballenas, lobos marinos y pingüinos. En 2013, más de 100.000 turistas llegaron a la región para la “temporada de ballenas”, entre ellos, 20.000 turistas extranjeros.
Historias como las de Puerto Madryn ilustran la complejidad del hecho turístico. Se lo puede comparar con un reloj armado con engranajes hermosos pero frágiles, porque siempre están expuestos a factores difíciles de controlar como la ecología, el clima, las modas, los cambios tecnológicos, la situación política y económica, entre tantas variables. En ese reloj interactúan los turistas con sus gustos, las empresas de todo tamaño -proveedoras de una amplia gama de servicios- y también las iniciativas y leyes creadas por el Estado para dar un marco a la actividad.
Números y contrastes
A pesar de todo, el turismo crece cada día más y para los 156 países que integran la Organización Mundial del Turismo (OMT) -dependiente de Naciones Unidas- es una industria fundamental, donde no faltan los contrastes. Se sabe, puede impactar bien o mal en el medio ambiente natural y cultural -que es la materia prima de muchos productos turísticos- y por eso hoy se habla de "turismo sustentable".
También puede ayudar a aliviar la pobreza, promover la paz y comprensión entre distintas culturas. En 2010, la OMT indicaba que el turismo y los viajes internacionales sostenían 235 millones de empleos. En 2014 el turismo generó 1.245.000 empleos; 1.245 millones de dólares y 1.135 millones de viajeros.
Por caso, hubo 182 millones de turistas en América y 584 millones en Europa. Antes de 2030 se llegaría a la cifra de 1.800 millones de turistas por año en el mundo entero. De hecho el lema de este año de la OMT es Un millón de turistas, un millón de oportunidades y presta especial atención a la contribución del turismo a uno de los pilares fundamentales para conseguir un futuro más sostenible para todos: el desarrollo comunitario. Además la organización afirma que el turismo, representa el 9 % del PBI mundial, genera 1 de cada 11 puestos de trabajo en el mundo y es un sector fundamental de generación de ingresos en las economías emergentes y en desarrollo.
El caso argento
En la Argentina los números también son importantes y dan cuenta del fenómeno turístico. Según las estadísticas del Ministerio de Turismo de la Nación, en 2014 llegaron al país 5,9 millones de turistas extranjeros que gastaron 4.500 millones de dólares. Más de 6,5 millones de argentinos viajaron al exterior el año pasado y allí gastaron 5.100 millones de dólares, sobre todo en destinos clásicos de Europa y Estados Unidos. En cuanto al turismo interno, movilizó en 2013 a más de 32 millones de personas.
La ciudad de Buenos Aires, las playas de la costa atlántica bonaerense, las sierras de Córdoba, las Cataratas del Iguazú, Bariloche, El Calafate y otros sitios de la Patagonia, Salta y Mendoza atraen las preferencias.
Hoy en el país 500.000 empleos dependen de la hotelería, la gastronomía y el turismo según datos de Fehgra, la cámara que agrupa desde 1941 a hoteleros y empresarios gastronómicos. En la Argentina actual existen 15.000 hoteles de distintas categorías y 35.000 restaurantes, bares y cafés. El crecimiento es notorio: en 2000 había 400 mil plazas hoteleras, hoy son 600 mil.
Por las características geográficas de nuestro país -con distancias enormes y varios destinos turísticos ubicados en lejanas zonas de frontera- es esencial sostener buenas conexiones aéreas y terrestres. Hoy los jets de Aerolíneas Argentinas y Austral, trasladan 8.300.000 pasajeros por año uniendo 36 destinos en el país y 21 en el exterior. Los trenes de pasajeros de larga distancia nacional declinaron hasta casi desaparecer en la década de 1990 pero, en parte, ese servicio quedó en manos de 130 empresas de ómnibus que hoy unen 900 ciudades de más de 10 mil habitantes y transportan 64 millones de pasajeros por año, según datos del Ministerio del Interior y Transporte.
La versión 2015 del turismo
Todos estos números indican un punto de llegada, o sea, la versión 2015 del turismo. Pero para entender cómo se llegó hasta aquí, apreciar los cambios y asomarse al futuro, hay que hacer un poco de historia. Es que hubo un tiempo en que no abundaban los feriados puente ni las escapadas de fin de semana. No había tantos hoteles boutique ni de cadenas internacionales. No abundaban los “paquetes” de viajes a pagar en cómodas cuotas ni las autopistas, ni los teléfonos celulares conectados a Internet por wi-fi.
Hubo un tiempo en que viajar en avión era una rareza, por caso, en 1955 un vuelo desde Buenos Aires a Nueva York en un Super Constellation de la aerolínea Braniff -el avión a hélice más rápido en esos años- demoraba 36 horas y tenía 7 escalas. Todavía en 1970 viajar a Europa era un acontecimiento que merecía cenas de despedida en un restaurante y la presencia de familiares y amigos en el puerto, porque un barco como el “Augustus” unía a Barcelona con Buenos Aires en 12 largos días de travesía.
Huellas del pasado
El turismo no empezó en 1945 en la Argentina y por eso los estudiosos -entre ellos Jordi Busquets, asesor de instituciones del sector- hablan de una historia que abarca cuatro etapas. Hubo una fase “artesanal” que arranca a fines del siglo XIX y llega hasta la década de 1950 con producción reducida, para una clientela que crece a poco.
Le siguió “la fase Fordiana” que se extiende hasta la década de 1980 con productos estandarizados, apuntando al menor costo posible y un turismo masivo. A esa etapa le siguió, hasta comienzos del siglo XXI, “la era de la especialización”, donde avanza la segmentación de los mercados turísticos, con la creación de productos adaptados a distintas necesidades. La etapa actual, marcada por la posmodernidad y la aceleración de los cambios, apunta al “diseño de experiencias” para turistas que se sienten protagonistas y comparten su viaje en las comunidades virtuales de Internet.
“Conozca su patria, ¡veranee!”, decía en 1931 la revista El Hogar, emblema de la clase media en esos años de turismo artesanal. Pero los traslados eran difíciles y caros: el pasaje y estadía por 15 días en la zona de Nahuel Huapi costaba 400 pesos fuertes y el mismo plan hacia Iguazú, valía 445 pesos, cifras que no estaban al alcance de todos.
The Times book on Argentina, el libro que el diario inglés dedicó al país en 1927, decía que Iguazú competía con las Cataratas del Niágara en Canadá o Victoria Falls en Sudáfrica, pero “no es un destino habitual de vacaciones”: implicaba un viaje en tren de 36 horas con trasbordo en tres empresas ferroviarias distintas. La opción era ir en un barco de la naviera Mihaniovich. La travesía duraba de 8 a 14 días.
En la Argentina anterior a 1945 los turistas eran pocos. Siguiendo el modelo europeo, el turismo moderno nació aquí con la construcción de grandes hoteles asociados a empresas ferroviarias. El ícono era el hotel Bristol en Mar del Plata. Le siguieron, entre otros, el Sierras Hotel en Alta Gracia, el Yacanto en Villa Dolores, el Edén en La Falda y los hoteles termales, como los de Cacheuta y Puente del Inca en Mendoza, o el de Rosario de la Frontera, en Salta.
En su libro “La conquista de las vacaciones”, la historiadora Elisa Pastoriza anota que hacia 1940 los tres destinos más frecuentados eran Mar del Plata, las sierras de Córdoba y Uruguay, con unos 60.000 turistas en cada uno de estos sitios. Pero ya se respiraba un cambio de época. En las décadas de 1930 y 1940 el Estado creó políticas de apoyo al turismo. Crecían los clubes de automovilistas, como el ACA y el Touring Club. De pronto, el turismo y el deseo de viajar fueron apreciados como una actividad “patriótica”. Conocer el paisaje era conocer la Nación. Hubo créditos para construir hoteles, abaratamiento de las tarifas de transporte, más y mejores caminos.
La nueva Dirección de Parques Nacionales, liderada por Exequiel Bustillo, recreó el paisaje de Bariloche, casi una comarca suiza unida desde 1934 por ferrocarril a Buenos Aires. La legislación impulsada por el gobierno de Perón –aguinaldo, vacaciones pagas, jubilaciones- alentó el turismo social en hoteles. En un año típico, 1953, hubo 17.906 turistas en Embalse Río Tercero y 24.206 en Chapadmalal.
“Ya sea a través de la Fundación Eva Perón o las iniciativas del gobernador bonaerense Domingo Mercante, el rol del peronismo fue clave en la democratización de las vacaciones y el turismo. Cambió para siempre un balneario de élite como era Mar del Plata, pero tengamos en cuenta que quien accede en esos años es más bien la clase media. Los hoteles sindicales son un fenómeno de la década del 60”, dice Pastoriza. Era la época en que el gobernador Mercante difundía aquello de “usted se paga el viaje y la provincia el hospedaje”. En la temporada 1940-41 llegaron a Mar del Plata 376.893 turistas, en 1950-51 ya eran 990.542.
Barco, auto, avión
En esos mismos años, quien tenía auto se sentía un turista en potencia. En 1942 había 450 mil autos en el país y el Automóvil Club Argentino tenía 51.786 socios, pero en 1954 ya eran 87.596 socios. La historiadora Melia Piglia destaca en su libro “Autos, rutas y turismo” que ya en 1943 el Automóvil Club Argentino impulsaba las carreras de coches -el Turismo de Carretera- y eso influía en el deseo de viajar por el país. En esa época, el club tenía más de 80 estaciones de servicio asociadas a YPF, campings en Buenos Aires y el interior.
El Estado hacía su aporte con las rutas que construía Vialidad nacional y el acuerdo por los combustibles entre YPF y el ACA. “El auto va unido al ocio y en la década de 1940 ya compite con el ferrocarril. Viajar en auto implicaba una verdadera aventura, descubrimientos inesperados, la libertad de disponer de los horarios. Los clubes de automovilistas hacían posible otro tipo de turismo al usar las rutas para el viaje de placer”, dice Piglia.
En 1949 se inaugura el aeropuerto de Ezeiza y en 1950 nace Aerolíneas Argentinas, que ese año transportaba 294.711 pasajeros. En 1952 con aviones a hélice Douglas DC-6 la empresa volaba a Nueva York, Londres, París, Amsterdam, Roma, Frankfurt, Madrid, Lisboa. Pero hasta fines de la década de 1960 era más habitual viajar en barco. En 1950 la naviera Costa Cruceros transportó 695.881 pasajeros por el océano Atlántico, mientras 317.164 personas hicieron esa ruta en avión. En cambio, en 1958 hubo 959.325 pasajeros por mar, frente a 1.292.166 por avión. La tendencia era clara, llegaba la edad del jet.
A volar mi amor
Nuevos medios de transporte pueden crear nuevas demandas turísticas y el transporte puede ser una atracción turística por sí mismo. Sucede hoy con los cruceros.
En 1958 llegaron a Ezeiza los De Havilland Comet IV, primeros aviones jets comerciales comprados por Aerolíneas en el gobierno de Frondizi. Aquí y en el mundo, la década de 1960 fue marcada por el Boeing 707 y el Douglas DC-8. Con esos aviones nació la “clase económica”, de tarifas más accesibles.
Ya en 1970 la industria impuso los aviones de fuselaje ancho como el Boeing 747, mientras los europeos competían con diseños de su propia fábrica, Airbus. El hecho es que los jets abarataron el precio de los viajes y así nació "la era Fordiana" del turismo, en busca de una clientela masiva que compraba un "paquete de vacaciones" por consejo de la agencia de viajes preferida.
En 1951 nació en la Argentina la Asociación de Agentes de Viajes, que hoy se llama Faevyt y está presidida por Fabricio Di Giambattista.
Hoy reúne a 4.800 agencias que emplean a 25.000 personas y se especializan en distintos tipos de turismo: de aventura, de nieve, de salud, cultural o religioso, entre otros. “El rol de las agencias no se agota en la creación y venta de un paquete turístico. Siempre tratamos de informar, acompañar, financiar y garantizar un viaje seguro, explica Di Giambattista, dueño de la agencia Columbia. El avance de Internet obligó a las agencias a actualizarse -en esto fue pionera Despegar.com- porque hoy muchos viajeros arman el itinerario en casa. Reservan hoteles, excursiones y pasajes, sin pisar una oficina.
Aun así, las complejidades de la globalización juegan su parte. El experto Jordi Busquets cree que los paquetes turísticos “seguirán existiendo porque hay muchos tipos de público, diversidad de idiomas, intereses y productos, sitios en el mundo que aún son más accesibles con la compra de un paquete”.
En la década del 60 el turismo interno aprovechó la mejora en las rutas. Ya había 73.000 km de caminos y 18 mil km eran asfaltados. Fue el gran momento de las casas rodantes y los mochileros. En 1963 unos 600 mil argentinos viajaron al exterior, 400 mil de ellos a Uruguay. En esa época nació el paquete “viaje de egresados” a Bariloche.
Hacia 1970 la empresa Sol Jet impuso a Chapelco y otros centros de esquí en el sur con paquetes inspirados en aquello de “viaje primero y pague después”. En 1978 con el auge de la “plata dulce”, 700 mil personas viajaron a Miami, a Nueva York, a Brasil, Sudáfrica y México, destaca la investigadora Regina Schlüter en “El turismo en la Argentina: del balneario al campo”.
La experiencia de esos años se repitió en la década de 1990 durante la convertibilidad. El dólar barato acercó a muchos a las playas de Cancún y Punta Cana, los atractivos de Miami, París, Roma y Madrid. En la Argentina, en 2000, el nuevo aeropuerto de El Calafate, Santa Cruz, puso en el mapa a la Patagonia de los glaciares.
El reino de la diversidad
Ya se iba hacia la diversidad actual, las rutas temáticas y la especialización. “Es que el paradigma del típico turismo de sol y playa hizo crisis en el mundo en la década de 1980. Los destinos tradicionales buscaron reinventarse. Hoy los turistas quieren ser protagonistas, no espectadores”, explica el académico Torrejón. Con el fin de siglo se afirmaron las rutas que ponían en valor el patrimonio cultural de cada país, desde los sitios históricos y museos hasta las costumbres, comidas y fiestas populares.
Pero desde 2001 la experiencia de tomar un vuelo internacional cambió luego del atentado contra las Torres Gemelas. Hay más restricciones a la libertad de movimientos, más controles de seguridad. Para los argentinos, entre otros, la exigencia de conseguir una visa antes de ir a Estados Unidos. En la década de 2000 la preocupación por la emisión de gases de carbono en el aire, típica de los jets, impulsó una nueva generación de “aviones ecológicos”, como el Boeing 787 Dreamliner. Otros jets brillan por su tamaño: Airbus A-380 es hoy el avión comercial más grande. Puede llevar hasta 800 pasajeros.
Hoy, cuando Internet parece acercar el mundo a cada hogar, la fantasía es diseñar y vivir una experiencia memorable. Acaso un viaje en crucero por el mar Mediterráneo, un vuelo en parapente por las sierras de Córdoba o, para muchas nenas, festejar su cumpleaños de 15 en Disney World. Pero hoy como ayer, el viaje empieza con un sueño, mucho antes de viajar. CC