"Cuando vean que para producir necesitan obtener la aprobación de quienes no producen nada; cuando vean que el dinero fluye a quienes comercian favores y no bienes; cuando vean que los hombres se hacen más ricos a través de la estafa que del trabajo, y sus jueces no los protegen de ellos pero los protegen a ellos de ustedes; cuando vean que la corrupción es recompensada y la honestidad se convierte en un sacrificio personal; sabrán que su sociedad está condenada".
Ayn Rand
Es común escuchar entre nosotros esta frase: “... y bueno, en todas partes hay corrupción”.
Estas reflexiones van contra esta liviana afirmación, tan bien aprendida.
En nuestro país, la corrupción excede los límites de una banda o un grupo de personas y constituye un entramado de prácticas comunes que se encuentran diseminadas por todo nuestro cuerpo social.
Y la impunidad, es decir la ausencia de justicia, excede ampliamente la Justicia Federal y afecta a la Justicia de todo el país.
Asimismo, estos dos fenómenos, corrupción e impunidad, forman un sistema entrelazado que vincula a políticos de todas las provincias, niveles y cargos. El dicho popular “a los políticos no les cierra el blanco” y el nivel de desprestigio de la clase política que muestran las encuestas lo expresa muy bien,
También forman parte de este sistema de corrupción e impunidad: la justicia en forma de jueces, abogados, fiscales, secretarios, policías de todos los niveles y cargos, el Estado en sus diferentes niveles y organismos nacionales y provinciales, hermanos, primos, hijos, esposas, cuñados, suegros , dirigentes de clubes de fútbol, personal y directivos de bancos de diferentes niveles y cargos, miembros de la Iglesia, organismos de control y de la cultura, intelectuales, profesionales de las más variadas ramas, sindicalistas, administradores de obras sociales, empresarios, miembros de estructuras intermedias de las más varias actividades y una larga lista de etcéteras.
Es todo un sistema socio-cultural integral y no sólo una banda, y mucho menos “algo que pasa comúnmente en todos los países del mundo”.
Cuando se refieren a una banda, como se ha caracterizado la corrupción k, hablan de algo fuera del sistema que puede ser cercado y destruido pero, en nuestro caso, la corrupción e impunidad es algo mucho más grande: es la expresión final de todo un sistema sociocultural que se fue creando a lo largo de 50 años y que se fue acumulando al amparo de la impunidad que dio nuestra Justicia y que terminó estallando en el 2016.
Se fue formando lo que los expertos en cambio llaman “masa crítica”, y así un día explotó.
Esta es la causa que explica cómo una banda pudo hacer lo que hizo durante los años k, pero el fenómeno social lo excede ampliamente.
Al ser todo un sistema sociocultural, quiere decir que más de la mitad de nuestra población ha cometido actos de corrupción alguna vez, la tolera como algo normal, opina que no hay que actuar, salvo cuando se ve sin plata en el bolsillo y entonces sí se enoja, no porque sean corruptos sino porque no tiene ese dinero.
Y se resumen en la frase “qué le vamos a hacer, es lo que hay”.
Es decir que, lentamente, sin prisa pero sin pausa, la corrupción e impunidad se fueron convirtiendo, a lo largo de estos 50 años, en parte de nuestra forma de vivir, de pensar, de valorar, de entender la vida, el éxito, el bienestar económico, las relaciones humanas y modos de ejercer ciertas actividades.
Por eso gran parte del 48%, en las ultimas elecciones, votó por que siguiera el “cristinismo”, Aníbal Fernández, Scioli, intendentes, gobernadores, etc.
En estos momentos, hay mucha gente que simplemente lo vive como algo normal o considera que está muy bien justificado.
Los seres humanos y sus dirigentes son el producto de su sociedad.
Las preguntas que surgen son: ¿se puede cambiar esto? ¿cómo se cambia esto? ¿cuánto tiempo hace falta?
Algo que se formó en 50 años, a pesar de que muchos creen que se puede y debe cambiar en seis meses, es imposible, pero sí puede ser el principio del fin de este sistema de corrupción e impunidad.
Esta implosión seguro que se va a llevar puestos a varios y puede marcar lo que en procesos de cambio se llama puntos de no retorno, como fue, por ejemplo, la última dictadura militar, que definitivamente nos hizo valorar y aceptar la democracia.
Para que esto pase se deben producir procesos clave a cargo de actores centrales del sistema, como jueces, fiscales, abogados, policías de los más variados rangos, además de generarse un cuerpo legal que no trabe causas, no proteja al corrupto y lo meta preso por largo tiempo y que se apruebe la ley del arrepentido y extinción de dominio hoy frenada en el Congreso.
Otros actores clave son los políticos, quienes van a tener que hacer un cambio enorme, porque les cuesta mucho dejar las prebendas y beneficios que este sistema les ha dado a lo largo de estos treinta años y hoy es uno de los modos más eficientes de ascenso social.
Su incapacidad para cambiar se pudo palpar después del 2001, ya que del “ que se vayan todos”, no sólo no se fueron sino que volvieron hasta los que se habían ido.
Pero va a depender también del ciudadano que vota, que cuando tenga que hacerlo, respecto de la corrupción e impunidad, le dé lo mismo, no le importe, lo olvide, le interese solo si en ese momento no tiene plata en el bolsillo, piense “ es lo que hay” o, por el contrario ayude, con su voto a consolidar este cambio, exigiendo a los candidatos que expliquen expresamente qué van a hacer con esta corrupción e impunidad, qué propuestas concretas van a llevar adelante, y crea definitivamente que una sociedad así está condenada, no al éxito sino a un futuro cada vez peor.