Los mercaderes, el comercio y el mismo capital existen desde la antigüedad; el régimen económico denominado capitalismo comienza en el siglo XVII, conocido como Siglo de las Luces, debido a que durante el mismo surgió el movimiento intelectual denominado Ilustración.
Capital son las tierras, los bosques, las armas, los castillos, edificios, elementos de labranza, caminos, medios de transporte, las ideas, los descubrimientos, entre otros.
Desde el punto de vista económico, capital es lo que no se ha consumido, existencia de valores, ahorro, sinónimo de riqueza. Lo que se ha producido y no se ha utilizado o los recursos naturales que no se han utilizado; es decir, los valores económicos existentes.
La crítica más notoria al capitalismo opina que es un sistema caracterizado por la explotación de la mano de obra, ya que considera al trabajo como una mercancía.
Sin embargo, la doctrina capitalista no propicia la explotación de ninguna de las partes económicas; por el contrario, defiende la libertad social e individual, la propiedad privada y el sistema de mercado.
Tanto el capital como la mano de obra, empresaria, directiva y ejecutiva, son factores imprescindibles para producir e intercambiar bienes y servicios.
Ambos factores requieren condiciones adecuadas para operar en plenitud y brindar las mejores posibilidades económicas.
Las leyes físicas son las que permiten el equilibrio universal; las leyes humanas son las que permiten o impiden el desarrollo económico.
Para lograr el mayor bienestar social posible se requieren armonía y estabilidad. Ambas condiciones son efecto de reglas de juego justas que permitan y determinen precios verdaderos, requisito sine qua non de la tan ansiada y benéfica competencia perfecta.
¿Cuál es el resultado de la competencia perfecta? Indudablemente precios verdaderos. En consecuencia, si comenzamos por reglas de juego justas, obtendremos precios verdaderos, cuyo efecto es competencia perfecta, fuente natural de bienestar, progreso y desarrollo.
Para Carlos Marx la explotación del capitalismo resulta del aprovechamiento de la plusvalía, es decir de la diferencia del valor de las materias primas (tierra, semilla, arcilla, materiales, etcétera) y los productos terminados.
Resulta que el autor de "El Capital" no tiene en cuenta en su postulado el concepto y origen del valor económico.
El valor económico es un efecto de la necesidad humana y abundancia o escasez de cada bien o prestador del servicio.
La plusvalía es una opinión similar a valor agregado. Ningún valor económico puede ser agregado a otro; ni trabajo alguno agrega valor por cuanto cada bien o servicio tiene el valor natural económico que le asignan sus consumidores. Todos los esfuerzos realizados y los elementos utilizados en la producción, transporte y/o comercialización son costos, exclusivamente.
No surge el capital por arte de magia. Inclusive las existencias y reservas naturales requieren capital para cazar, recolectar, extraer, etcétera, que implica, indudablemente, esfuerzos previos al proceso productivo.
Público o privado, el capital siempre existe y es necesario, junto con el trabajo, para producir, transportar y transar bienes y servicios. En un régimen socialista por cuenta y orden de la comunidad; en un régimen capitalista, por cuenta y orden privada.
En todos los casos es el hombre quien decide y actúa. Nunca lo son el Estado, ni el gobierno, ni las empresas, ni las asociaciones ni sociedades, que son figuras jurídicas que no tienen voluntad ni capacidad mental ni física para decidir ni hacer. Siempre son personas físicas las que deciden y realizan funciones y actividades.
Por lo tanto, la variable del fenómeno económico es el hombre, quien favorece o impide el proceso natural y sus consecuencias.
En cuanto al análisis de los resultados, muchos economistas fundamentan sus conclusiones en datos históricos, es decir, en lo que se ve.
En el libro de Thomas Piketty, "El capital en el siglo XXI", cuyo enfoque central es la distribución de la riqueza, en un detallado y extenso estudio histórico asevera que cuando la tasa de retorno de la inversión en capital es mayor que la tasa de crecimiento económico en el largo plazo, el resultado es la concentración de la riqueza, y esta desigual distribución de la riqueza causa inestabilidad social y económica.
Pero resulta que la estabilidad es efecto del equilibrio y por lo tanto, la inestabilidad es ausencia de equilibrio. En consecuencia, no es la concentración de la riqueza ni su desigual distribución la causa de la inestabilidad social.
Si la tasa de cierta inversión se mantiene alta en el tiempo indudablemente hay una falla en las reglas de juego, por cuanto para toda inversión altamente rentable habrá empresarios dispuestos a invertir, lo que por ley natural provocará una disminución del precio del producto que hará disminuir su rentabilidad
Son las medidas humanas las que provocan la concentración de la riqueza y la inestabilidad social y económica.
La causa de la situación económica no es lo que se ve; no surge de datos históricos, esos son resultados, son consecuencia del efecto provocado por la causa.
Para el autor del citado libro, las naciones no han respondido en la misma forma, a su denominada ley básica del capitalismo, según la cual el rendimiento del capital suele ser superior a la tasa de crecimiento de la economía.
Dicha afirmación confirma lo expuesto precedentemente: la causa de la citada ley básica del capitalismo son erróneas y distintas políticas económicas y los rendimientos superiores del capital a la tasa de crecimiento económica, su consecuencia.
¿De qué dependen la armonía y estabilidad universal?
No cabe la menor duda que dependen de las leyes que las rigen, que indudablemente son acordes para mantener el equilibrio.
También en materia económica la causa original son las leyes (en este caso humanas). Cuando son correctas, las relaciones se desarrollan en armonía y equilibrio.
Y, ¿cuándo las reglas de juego son correctas?
Indudablemente cuando son similares a las naturales; cuando no benefician ni perjudican individualmente a la Tierra, Júpiter ni Urano; Vía Láctea ni Andrómeda.