En la década de 1980, durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín, Teresa Parodi compuso el Candombe de Morondanga, que popularizó con Antonio Tarragó Ros, sobre todo porque claramente satirizaba al entonces presidente, una rara avis de la política argentina que reunía convicciones democráticas y republicanas con valentía, dignidad y honestidad personales.
La mentalidad escasamente democrática de la cantautora, que se manifestaría plenamente durante su actuación como funcionaria del gobierno kirchnerista, la llevó a construir un relato de las andanzas de Aristóteles Morondanga, un político charlatán, sólo preocupado por el poder, que usaba a los votantes para conservarlo. En el malicioso discurso era inevitable asociar a Alfonsín con la voz de quien lo imitaba en la canción, y decía, entre otras cosas: "La claridad está en la participación. Pero ustedes afíliense nomás… Los candidatos se los elegimos nosotros. Usted vote, afíliese y siga trabajando catorce horas por día, mientras nosotros nos desangramos en la conducción", haciendo énfasis en las últimas cinco palabras. Completaba expresando una serie de barbaridades económicas que ponían en ridículo a Morondanga/Alfonsín porque mezclaba conceptos absolutamente antagónicos, afirmando por ejemplo que "hemos detenido taxativamente el avance de la inflación, aunque no ha sido posible detener los precios".
La referencia a Morondanga viene a cuento para señalar la calidad de la gran mayoría de los políticos argentinos (hay excepciones), cuya vida está centrada en ocupar cargos de poder dentro de la estructura del Estado y, en el peor de los casos, mantenerse en ellos hasta que obtengan la posibilidad de ascender, para lo cual no dudan ni un instante en subirse al caballito y circular dentro de la calesita en que se ha convertido el sistema político argentino. Un sistema con cientos de partidos, meros sellos, generalmente propiedad de individuos que pujan por alcanzar el señalado objetivo de vida. Estos individuos tienen discursos de ocasión dirigidos a "solucionar los problemas de la gente", a "combatir la corrupción", a la "lucha contra la inseguridad y el narcotráfico", etc.
Todos se definen como los únicos democráticos, defensores de la república y capaces de sacar al país de la decadencia que arrastra, con altibajos y matices, hace por lo menos 80 años; desprecian al resto con toda clase de calificativos ("inútiles", "tribuneros", "no confiables", "mesiánicos", "populistas"… ). Jamás presentan un plan estratégico, de largo plazo, que en los planos fundamentales (economía, educación, salud, defensa, seguridad, ciencia y tecnología, por caso), otorgue certidumbres a la sociedad acerca del rumbo que tendrá la nación, al menos, durante un par de décadas. Hacerlo significaría buscar -y lograr- consensos amplios que conformen mayorías que aseguren la consecución de los objetivos. Pero los consensos conllevan la obligación y la responsabilidad de compartir el poder; y allí surgen los problemas: si se comparte algo, se pierde algo, en este caso, de poder. Se vuelve entonces a lo conocido: el discurso vacuo, el cortísimo plazo para cualquier decisión, la incoherencia entre la palabra y la acción, las decisiones aisladas para emparchar, el puro gatopardismo.
En esos contextos, aparecen el oportunismo como motor de la acción política, y la cooptación, como herramienta eficaz para incorporar dirigentes y discursos. Cuando esos políticos, aguzando sus sentidos del tacto, olfato y gusto, perciben la cercanía de las cumbres que les permitan salir del llano, se suben a la calesita y apuntan con su dedo índice a la sortija que abre la puerta al premio apetecido, el cargo ejecutivo o diplomático, la candidatura "entrable", etc. Una vez obtenido, vienen las elaboraciones discursivas para justificar ante la opinión pública el cambio que producirá en un político la obtención de la sortija. Se habla, entonces, de ética, de moral, república, democracia, transparencia… Algunos tal vez tendrán convicciones y lo que dicen lo sentirán, pero a la luz de los hechos y la historia, me permito dudar, cada vez más, de esos discursos.
La calesita política tiene múltiples paradas, en las que en cada elección se bajan dirigentes políticos de nota, acompañados de su mayor o menor prestigio e imagen, y de sus seguidores. Pero, en definitiva, hacen una trayectoria circular que, por momentos, los alejan de sus orígenes 180 grados aunque pueden volver, tiempo más tarde, al fin del recorrido de 360 grados.
Hay infinidad de casos que vemos todos los días. Hacer nombres y contar sus itinerarios llevaría varias páginas de este diario, pero se pueden resumir algunos. Una señora rompió con su centenario partido de origen y fundó otros. Dijo hace algunos años que un señor, muy importante hoy, era un "delincuente"; ahora es estrella central en la alianza que integra junto al otrora acusado y a su partido inicial. Los que están fuera de esa alianza son réprobos, corruptos y hasta narcos. Otra señora, que se inició en política con la anterior en una cruzada anticorrupción, se separó al poco tiempo para asumir un cargo ofrecido por un presidente que no sólo salía de compras al supermercado político sino que era el objetivo de aquella cruzada moralizadora; luego aceptó otro cargo de mayor jerarquía con quien sucedió a ese presidente. Emigró de ese gobierno para ser opositora junto a un empresario devenido político que quería llegar a presidente pese a ser nacido en Colombia. Esta señora decidió en 2015 acompañar a otro político en la elección de la Capital Federal (precisamente quien hoy fue vetado para ir a internas en ese distrito dentro del espacio gobernante). Y ahora, con su sello partidario, vuelve a sus orígenes en otra estación de la calesita, y se abraza fuertemente con la primera señora y con el señor muy importante. Ambas dirigentes dan una pátina de honestidad al elenco oficialista. Los tres son republicanos y democráticos, pero en su "espacio político" no admiten internas y las listas de candidatos las definen cuatro o cinco personas como mucho.
Este ejemplo podríamos multiplicarlo al infinito si nos refiriéramos a ese y a otros "espacios", especialmente a quienes Borges definió como "incorregibles". En la provincia de Buenos Aires, por caso, el ir y venir de los intendentes que especulan diariamente con qué candidato prenderse como sanguijuelas para asegurarse el control de sus feudos, daría para escribir un libro, no este breve artículo.
Por ello, estimado lector, a la hora de votar no se olvide de que, como Morondanga, la mayoría de los dirigentes políticos se eligen entre ellos, en círculos cerrados o muy estrechos, y reservan al ciudadano -si lo convencen con el relato- la exclusiva misión de ratificarlos en las urnas. Al menos a eso aspiran. El problema que estas conductas nos generan a los ciudadanos, lo resume parte del estribillo del candombe refiriéndose a Morondanga: "Nadie cree en él, nadie cree ya. Nadie más". Peligrosa circunstancia para la democracia republicana cuando sobran Morondangas y hay ausencia de Estadistas.
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