Por Julio Bárbaro - Periodista,ensayista, ex diputado nacional. Especial para Los Andes
Enfrentar al kirchnerismo podía tener sus riesgos pero, de hecho, resultaba una obligación para quien se asumiera como democrático. Apoyar a Macri se me vuelve más complicado. Quiero que al Gobierno le vaya bien; a veces lo logra solo, otras no entiendo ni siquiera adónde va. Eso es lo malo de nuestra débil y frívola realidad política.
Por salir de Alfonsín apoyé a Menem, y sin duda me equivoqué. Por salir de Menem apoyé a Kirchner y repetí mi error. Para salir de Cristina apoyé a Macri; no estoy arrepentido porque no dudo que votar a Scioli hubiera sido mucho peor. Claro que eso ya no me alcanza... como esos divorciados que se apasionan por odiar a su ex pareja y casi no les queda energía para vivir el nuevo amor que la vida les regaló. Y a veces, muchas, siento que los del Pro prefieren al kirchnerismo como alternativa, seguros de que en esa dialéctica les toca ganar a ellos. Se equivocan; si se elige el pasado se corre el riesgo de quedarse fijado en aquella fanatizada decadencia y terminar a la altura de su enemigo.
Me molestan algunos analistas y, desde ya, me enojan varios encuestadores que apostaron convencidos a Scioli y hoy siguen pronosticando un futuro como si alguna vez hubiesen acertado. Se presentan como autorizados por las ciencias sociales pero muchas veces imagino que, para evitar los gastos de la encuesta, van a consultar a alguna pitonisa. O quizá ni eso, les alcanza con leer el horóscopo del día.
Varios dicen que, como el peronismo va a ir dividido, el Pro puede ganar fácilmente. Triste, no apuestan al consenso que puedan generar con sus aciertos sino al desmembramiento de sus adversarios. Gambeta corta, viveza, ejercicios que solo sirven para salir del paso. Hasta ahora son pocos, muy pocos los políticos que pudieron sobrevivir dignamente a su gestión.
Me irrita la idea de que lo nuevo no necesita relato. Como si la modernidad hiciera innecesarios los sueños, los rumbos, los objetivos.
Algunos oficialistas imaginan superar a la política. Si bien es cierto que fue muy mal ejercida es absurdo pensar que el fracaso la hace innecesaria.
En “El hombre en busca de sentido”, Viktor Frankl, por experiencia propia, afirma que la sobrevivencia está directamente ligada a las razones que cada persona se asigna e impone a su vida.
Es cierto que el último relato se asentó en una deformación de la memoria de los setenta con una exagerada cuota de fanatismo rayano en la demencia. Eso debe obligarnos a gestar un relato alternativo basado en la pasión por la cordura; los gerentes suelen ejecutar planes ajenos, los políticos necesitan forjar objetivos propios. La modernidad puede ser líquida como dice Bauman, pero la propuesta no puede ser tan solo un espacio vacío.
La herencia es nefasta, eso no implica que con solo decirlo podamos percibir la mejoría. Todos los días alguien me detiene en la calle y me propone, “ayuden a gobernar”, me cuesta explicarle que para buena parte del gobierno nosotros no somos de ayuda, que ellos eligieron como alternativa y enemigo a Cristina y que los que votamos a Macri -y lo volveríamos a hacer- no somos de su interés... gente que nació en cuna de oro no suele ser agradecida, como si todo se le debiera por gracia divina. O, peor aún, como si solo hubiera seguidores y enemigos y no quedara espacio para los que intentamos ser aliados en el apoyo a la democracia.
Creció la deuda, el déficit y la miseria; todo junto desnuda una serie de errores que marcan la inexistencia de un plan. No sé si de un relato, al menos de un rumbo, de un objetivo. Y cuidado, no hubo palos en la rueda sino tan solo que todavía no entendieron qué debían hacer para mover la rueda, y eso es otra cosa.
El Gobierno y la gran mayoría de los votantes necesitamos que acierten, que mejoren, que así como hicieron cosas bien puedan enmendar errores que solo son el fruto amargo de despreciar a la política. Es un arte tan antiguo como el hombre, no puede un grupo de imberbes creer que están facultados para superar lo que ni siquiera llegaron a entender.
Si los del Pro imaginan que con ser mejores que el kirchnerismo ya les alcanza y se sienten tranquilos con la división del peronismo; si todo eso no se lo pueden sacar de la cabeza, estamos en problemas.
Necesitamos que acierten con el rumbo, que nos saquen de la inflación y no nos metan de nuevo en un dólar fijo que destruye las economías regionales y nos llena de deudas. Es necesario un gran acuerdo nacional, por ejemplo, para decidir que ya nadie puede cortar una calle, que el orden no es de derechas ni de izquierdas, es imprescindible para poder vivir en una sociedad en crecimiento. Salir de la cultura del subsidio y recuperar la virtud del trabajo, ayudar a la sociedad a integrarse y no como, hasta ahora, convertir a los necesitados en eterna clientela electoral.
Avanzamos, y mucho; quedó claro que Cristina y su violencia se agotan como idea y se disuelven como partido. Que la democracia no está en juego, que las instituciones, desde el Parlamento a la Justicia recuperan su lugar con dignidad. Solo falta que el ala dura del Gobierno, esa que impulsa Durán Barba, sea derrotada por los políticos, aquellos que como la gobernadora de Buenos Aires transitan la humildad y convocan a dialogar a sus adversarios.
Necesitamos que en el Gobierno se imponga la política con mayúscula, con talento y grandeza. Entre todos reconstruir un relato, un rumbo, un sentido para nuestra ubicación en el mundo y en el esfuerzo cotidiano.
Que no me vengan con el cuento que superaron la política, que son lo nuevo y otras frivolidades. La superación del erotismo no es la impotencia. Tampoco la política puede ser obviada por el más crudo pragmatismo.