Bar, boliche, cafetería, confitería son varias las denominaciones del lugar donde se junta la gente a libar algo. El más conocido es café. Café viene de café.
Sé que muchos me dirán “¡Qué deducción más ingeniosa la tuya!”. Pero es la verdad. Café es el nombre de varios objetos.
Nombre del grano que produce la planta de cafeto, nombre de la infusión que con la molienda de esos granos se prepara y nombre del lugar donde esa infusión se toma.
En Argentina se le llama café; en otros países toma diversos nombres. Definitivamente entre nosotros el café huele a tango, tiene ADN de Buenos Aires.
Ahí están las composiciones del dos por cuatro que lo tienen como protagonista: Cafetín de Buenos Aires, Café la humedad, Café de los Angelitos, entre los más nombrados.
Fue un café en donde Homero Manzi escribió sus mejores tangos ahí en esa esquina que él inmortalizó en “Sur”: San Juan y Boedo antigua.
Cuando la gente tiene que citarse para una charla formal o informal, rápida o extensa, generalmente elige un escenario de café. Allí representa su obra de vida tal vez ante un solo espectador: él mismo, que tiene la benevolencia de ponerse a separar en un dúo de uno, sus mejores recuerdos.
En Buenos Aires están las composiciones del 2 x 4 que tienen al café como protagonista.
Son notables las acciones del tipo que tiene en el café su ámbito. En los cafés se traman negocios millonarios, se confabulan actividades non sanctas, se planean viajes increíbles que tal vez no se hagan pero se conforman con ser planeados.
Hubo un café en Buenos Aires que fue protagonista de grandes decisiones institucionales: el café El Molino, que estaba en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Callao, en el barrio histórico de Balvanera.
Fue inaugurado el 9 de julio de 1916 y cerró sus puertas en 1997. Su edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional y se lo tiene bien merecido.
Una vez me contó un legislador nacional por Mendoza que en ese café - confitería fue donde se habían logrado grandes acuerdos nacionales en torno a leyes en gestación que luego se llevaron al recinto del Congreso (que está al frente) para ser aprobadas. Me dijo: “Las conversaciones históricas que se dieron en ese café jamás se dieron en el Congreso”.
Los cafés son partes de la idiosincrasia de los argentinos. En él nos juntamos para encontrarnos simplemente, pero también para armar planes en conjunto para contarnos nuestros pesares y nuestras alegrías, para buscar o dar consuelo ante situaciones que arrugan el alma.
Es en el café donde los hombres se reúnen para desarrollar los tres temas que son lugares comunes de los hombres: fútbol, política y mujeres. Pero también se juntan las mujeres para desarrollar los temas en los que, seguramente, habrá algún hombre y algún bebé.
En ellos se junta el funcionario y el obrero; la dama de alcurnia y la prostituta; el profesor y el alumno; el médico y el paciente; el abogado y el que lo sufre; el chanta y el señor formal; el verborrágico y el que las mata callando; la novia sufrida y la novia satisfecha; la maestra que llora su sueldo y el alumno que pide un puntito más. En ellos se mezclan la avaricia, con la humildad; el lujo con la pobreza; la desesperación con la indiferencia; algún adiós con alguna bienvenida.
Sobre sus mesas se desparraman los mejores y peores sentimientos, la palabra inútil y la útil y hasta el silencio sanador. Tal vez los café hayan sido instalados por Dios para saber cómo andamos.