1862. Pura selva. El verde estallando, arremolinándose entre los caminos de tierra fértil, bañada por los ríos Hondo y Sibun. En las costas, los arrecifes de coral reciben la espuma de ese mar del Caribe.
Estamos en Belice, paraíso vegetal y sofocante del trópico. Estamos en 1862. Desde el otro lado de esas olas turquesas llegaron los colonizadores británicos; tomaron territorio. Pusieron su huella sobre las pisadas mayas que transitaron libres el territorio del continente, e instalaron allí la Belize Estate and Produce Company.
Los árboles de caoba fueron los lazos entre los isleños y la colonia. El sonido de los machetes de los esclavos picaba rítmico en los días tibios y lentos de Belice. Luego esos árboles viajaban lejos, a los palacios de Londres. Pero se sabe: los negros tienen el ritmo en su cuerpo y la música contiene y acompaña los pesares. Los transforma en fiesta.
Esos sonidos son los que pueden encontrarse en las músicas de fines del XIX, en temas tradicionales de Belice como "Good morning neightbour", interpretado por el Mini Musical Female Duet, con Debbie Perriott y Jennifer Middleton en voz, y Lloyd Perriott en guitarra; o la canción para niños "Go Mango Walk!", del disco "Brukdown Belizean Calypso", interpretado también por el Mini-Musical Female Duet de Perriot y Middleton.
De ese caldo de dolores, de cruzas latinas, criollas, mestizas, inglesas y mayas brotó el brukdown, la música tradicional de Belice. Para los belicenos la música es parte de la identidad nacional, una forma de enlazar el presente con los antepasados.
Y fue allí, a fines de 1800, en los campamentos de caoba de la llamada 'Honduras Británicas' que era Belice antes de su independencia, que los pies desnudos de los hacheros empezaron a marcar el pulso de las melodías. Rotas las cadenas por los amos, los negros siguieron en la selva de caoba. Y, en sus ratos libres, empezaron a concebir una lista de canciones que entibiaría sus fiestas: le llamaron "buru". Lo bailaron, lo cantaron, lo convirtieron en sátira sobre los sucesos de los bosques en los que trabajaban.
Los taladores, después de largos meses de trabajo en el bosque, llevaron de regreso a sus casas estos nuevos ritmos. Y allí, en las ciudades, el "buru" se volvió menos rural. Un buen ejemplo suena en el tema "Tata Daniel", de la Brad Pattico & Co, con Brad Pattico en guitarra, armónica y voz; Steve Ottley, Phillip Lewis y Delphin Garnet, en guitarra.
Banjo, tambores y la quijada de burro fueron los instrumentos protagonistas. Pero claro, los pies golpeteando el piso, escobillándolo en la danza de los festejos, fue la que le dio humanidad al sonido del "buru". Ya a mediados del siglo XX nadie se acordaba de que alguna vez este ritmo pegadizo y cadencioso, repleto del calor caribeño, se había llamado "buru". Todos le decían "brukdown": música broken down, música destartalada.
Otros dicen que hace referencia al broken-down calypso. Pues en el calipso jamaiquino el brukdown encuentra sus contenidos líricos, melódicos y rítmicos. Claro, hablamos de mezclas de culturas. Y desde Jamaica, durante dos siglos, vinieron los obreros que llegaban a Belice. Un buen ejemplo de este tipo de orquestas es la The Mahogany Chips, que interpreta "The Rooster"; al estilo de una orquesta boom and chime.
Hoy el "brukdown" suena en duetos de voces ríspidas y estridentes, acompañadas de guitarra; en cuartetos de acordeón, batería, maracas y pandero: son las orquestas conocidas como boom and chime. La quijada de burro, que es su sello de origen, se ha transformado en un tambor de rueda de coche percutido por una varilla de acero.
Esto es el "brukdown": lo que esa selva de los árboles de caoba gestó como testigo de los choques entre dominadores y dominados. Allí, en el Caribe, entre corales y turquesas.