El bosque, el lobo y los complots

El análisis político de una semana en la que el cristinismo se mostró cabalmente en todo su modo de ser, desde los tuits cuasi bélicos de la Presidenta hasta la construcción de enemigos desmesurados con los que disimular la propia torpeza.

El bosque, el lobo y los complots

Hay que admitir que la Argentina continúa poseída por un dispositivo político jamás antes puesto en vigencia con tanta tenacidad y durante un lapso tan prolongado. Este gobierno, el más longevo que ha conocido el país desde Rosas, no parece resuelto a apaciguarse en su afán de perpetuar su presencia en el núcleo del acontecer político nacional.

Antes bien, sus reiterados empujones en una fuga hacia adelante que no reconoce pausas, han surtido el efecto de anestesiar parcialmente las energías internas que desde la sociedad pudieran forzar un cambio de rumbo consensuado. No existe tal cláusula en el programa ideológico y en la mecánica operativa del Gobierno. Nunca reconocerá un error; menos admitirá que han fallado sus previsiones. Tampoco demandará consejo o pedirá opiniones alternativas.

Se consume a sí mismo, procurando relanzamientos que maquillen sus falencias. Para manejarse de ese modo, apela incesantemente a situar sus trastornos en enemigos internos o externos, groseramente sobredimensionados siempre, enormes, malignos, inagotables. 
Antes de viajar a Roma y Manhattan, Cristina Kirchner reiteró sus proverbiales sofocones retóricos vía Twitter, una red social que ella usa como si fuera artillería letal, manipulada bajo la forma de falanges de mensajes disparados uno tras el otro.

En lugar de valerse de los 140 caracteres para intervenir de manera puntual y ocasional en determinadas situaciones, pareciera que ella confecciona largas retahílas de palabras, que va disparando como balacera de ametralladora. Antes de irse del país, le dio carácter oficial a la versión paranoica de los complots siniestros que se traman en el exterior contra la Argentina, en aviesa sociedad con elementos anti nacionales que serían directamente enemigos de la patria. Ha transformado el auto convertido galimatías con los fondos de inversión que no acordaron el canje con la Argentina en 2005/2010, en una batalla épica.

De acuerdo con su aproximación al tema, este entuerto argentino tiene proyección mundial y los "buitres" son ubicuos, omnipresentes y todopoderosos. ¿Lo cree realmente o finge? Su coqueteo con la imprudencia es asombroso: presidente de la Nación que al viajar por el mundo deja ocupando ese cargo a Amado Boudou, no tuvo mejor idea que, en sus capciosas y recalentadas filípicas contra "los medios", bautizar como Radio "Buitre" a Radio Mitre, la emisora de AM que lidera la audiencia de Buenos Aires y área metropolitana con unos márgenes mayoritarios sin precedentes. ¿Para qué lo hizo y de qué le sirve?

Entender a Cristina Kirchner es un esfuerzo racional a menudo coronado por el fracaso. En el caso de ella, es imposible no advertir que sus manifestaciones parecen estar poseídas con frecuencia por el despecho, la ira y hasta cierta confusión. Le está diciendo a ese masivo 40 por ciento de los oyentes de radio AM en el país que todos ellos son llevados del hocico por una bestia rapaz y carnicera, que los engaña y traiciona. Los subestima y menosprecia, al estilo de las viejas vanguardias autoproclamadas de los años setenta, para las que las masas peronistas eran plastilina moldeada por su alienación ideológica, que había logrado que aceptaran la conducción política del enemigo, la burguesía.

Las diferentes operatorias adoptadas por el Gobierno para encarar la coyuntura no dejan de ser una colección de herramientas para salir del apuro, pero desprovistas de todo encadenamiento conceptual que las conviertan en parte de una estrategia razonable y, sobre todo, duradera. Prima en este modo de operar un cortoplacismo desesperante; todo lo que se ejecuta (planes de consumo, Ley de Abastecimiento, modificación de la sede del canje de bonos) está empapado de ese perfil rabiosamente coyuntural que es la marca registrada del kirchnerismo.

La bonanza fenomenal que se vivió en toda América Latina en la segunda mitad de la primera década de este siglo ha terminado. La Argentina la vivió y también padece ahora la fatiga suscitada por el fin de época. Pero eso le sucede al país con unos rasgos que, en cambio, no se dan en las naciones vecinas, en las que se ha ralentizado visiblemente el vigor de la economía y del crecimiento, pero han quedado a salvo del padecimiento de la inflación y de los ribetes más crudos de la recesión. No hay problema de inflación en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Paraguay, Ecuador y Colombia.

Por el contrario, lo quiera o no, el gobierno de Cristina Kirchner se parece cada vez más en su lenguaje y en sus reacciones instintivas, a la Venezuela bolivariana donde se vienen denunciando complots y conspiraciones hace ya quince años, mientras el país se hunde visiblemente, plagado por la escasez, el costo de vida descontrolado y una penuria incomprensible en la nación petrolera más rica de todo el hemisferio, y una de las mejor dotadas de reservas naturales en todo el mundo. En lugar de admitir los contratiempos con austeridad retórica e inteligencia política, el gobierno argentino considera que no tiene nada que admitir y que estos once años y cuatro meses de gestión son un collar de aciertos impecables.

Escocia, una democracia admirable, resolvió esta semana en un referéndum continuar formando parte del Reino Unido como lo viene siendo desde 1707. El primer ministro de este país de por sí ya muy autónomo, el popular Alex Salmond, no solo se empeñó totalmente en la campaña por la causa de la independencia escocesa, sino que hizo de ella su razón de ser como jefe político de la vieja nación céltica. El pueblo no lo acompañó y el 55% de sus conciudadanos optaron por seguir siendo británicos, sin dejar de ser escoceses. A 24 horas de su estrepitosa derrota, Salmond renunció a su cargo.

Democracia parlamentaria, eso era normal y aceptable en Escocia, como en gran parte de Europa. No fue un golpe, ni una "destitución"; fue asumir la realidad y obrar en consecuencia. En la Argentina presidencialista, esta opción es imposible y además sería maligna. Pero, ¿hacerse cargo de que hubo errores y corresponde enmendarlos es acaso imposible y dañino para un gobierno?

En la Argentina se confunde coherencia con terquedad, persistencia con empecinamiento, adecuación a la realidad con traición a las promesas. Con la entrada en escena de Máximo Kirchner se agrega, además, otro elemento de distorsión de la realidad, muy coherente con pasadas prácticas del justicialismo. Como sucedió con Juan Perón en 1973 y con Carlos Menem a fines de su segundo mandato (1995-1999), los Kirchner hablan ahora de "proscripción" porque Cristina no puede ser votada de nuevo para un imposible tercer mandato.

Se confronta, así, una severa toxicidad institucional en la Argentina, un precipicio que se proyecta como enorme e histórico desafío para las oposiciones, que a menudo parecen estar jugando a las escondidas entre ellas. Pero jugar no es gratis, porque ¿y si el lobo ya merodea por el bosque?

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