Asociada a las transformaciones que serán necesarias cuando finalice la pandemia, muchas actividade deberán reintentarse como forma de enfrentar la crisis económica y social.
Una de ellas son las huertas orgánicas y familiares que tantos beneficios aportan a la salud de la familia y que dan medios de vida sostenibles, como sostiene la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Según datos de noviembre de 2017, en Mendoza había 28.000 huertas orgánicas, que alimentaban a más de 100.000 personas, quienes hallaron en estos espacios el modo de enfrentar la crisis y el encarecimiento de frutas y verduras.
Esperamos que los valores no hayan caído por el tsunami que se abatió sobre las pequeñas economías hogareñas pero, datos aportados por el Programa Nacional Pro-Huerta, en los oasis Norte, Este y Sur, se podían contabilizar un poco más de 7.000 huertas en cada uno, mientras que en el Valle de Uco llegaban a 6.000.
Es importante el aporte que pueden hacer las municipalidades y, principalmente, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), con su ya tradicional asesoramiento para el desarrollo de estos cultivos de dimensiones reducidas a medianas. Esta institución incluye en su oferta la preparación y enseñanza de animales de granja.
Porque además de las huertas comunes, se desprenden otras experiencias como huertas comunitarias, otras en escuelas, y hasta la implementada con fines de rehabilitación en el Hospital Neuropsiquiátrico El Sauce (El Bermejo). Incluso, en determinado momento hubo un cultivo en la biblioteca popular en Jesús Nazareno, Guaymallén.
Calculamos que varias de las huertas que estaban en funcionamiento antes de la emergencia sanitaria deben haber reducido sus prestaciones o simplemente se abandonaron por dificultades inherentes a las medidas de aislamiento impuestas por las administraciones. Un caso concreto son los vergeles de este tipo que se llevaban a cabo en muchas escuelas de la provincia.
Pero es necesaria la vuelta de las huertas, no sólo para el beneficio de los hogares sino también para apoyar la solidaria acción que están llevando a cabo cientos de comedores populares en nuestro territorio, a los que se les puede proveer de alimentos.
El abastecimiento alimentario enfocado a los grupos más vulnerables con necesidades básicas insatisfechas, es una necesidad imperiosa en estos momentos. Y como las buenas ideas deben ser estimuladas e imitadas, cerramos este comentario refiriéndonos a las huertas impulsadas por la M
unicipalidad de la Ciudad de Mendoza, en los habitados barrios Olivares y Flores.
El municipio estableció un espacio para que se cultiven diferentes verduras con el objetivo de fomentar la participación y la integración en esas barriadas. En esos ámbitos, además del operativo de plantar y recoger de la tierra verduras y otros productos, se promovió la concientización ambiental, la gestión del tratamiento de residuos y limpieza de espacios públicos.
El plan de huertas urbanas comunitarias pretende crear una conciencia ambiental con buenas prácticas agroecológicas y proveerse de vegetales cosechados en estas huertas para consumo en comedores populares, el intercambio de semillas y la producción de subproductos.
Resultará muy auspicioso que este tipo de acciones se recreen en otras partes, siempre con la mira puesta en apoyar a las economías hogareñas más enclenques. Se deben hacer los mayores esfuerzos para reanimar esta práctica de las huertas familiares, que mejorarán la capacidad de pequeños agricultores o grupos hogareños, con ventajas muy apreciables para enfrentar los problemas interrelacionados de seguridad alimentaria, nutrición, salud y seguridad económica.