Maarten Torfs (28) tenía su vida encaminada a desarrollar la carrera de profesor de nivel medio, en su ciudad natal, Amberes (Bélgica), una de las ciudades más importantes del norte de Europa, pero el encadenamiento de distintas circunstancias lo convirtió en maipucino por adopción.
Casado con la mendocina Andrea Calori (32, agrimensora e investigadora del Conicet), hoy es un simpático elaborador y vendedor de waffles, una especie de torta de crujiente masa, muy popular en su país.
Con un delantal con los colores de la bandera de su país -negro, amarillo y rojo-, atiende en un pequeño quiosco en calle Pescara, a media cuadra de la plaza departamental.
De sonrisa espontánea, alto y ojos azules, Maarten cuenta en su puesto de atención las idas y venidas que atravesó antes de establecerse como gastronómico y convertirse en una personaje simpático del centro maipucino.
Recaló en Mendoza hace 9 años, cuando tenía 19, merced a un programa de intercambio de la organización cultural Youth For Understanding (Juventud para el entendimiento), estableciéndose en el hogar de la familia Manzano, de San Martín, como alumno del colegio Nacional de la Zona Este. “Allí aprendí a hablar el español, a la fuerza”, afirma con su imborrable sonrisa.
Finalizado el beneficio, volvió a Bélgica y cursó el terciario en el instituto Karel de Grote-Noges School, donde se recibió de profesor de Biología, Educación Física y Ciencias Naturales. “Me puse a enseñar a nadar a niños y adultos, y luego dejé la docencia para trabajar en la construcción de viviendas con mi padre, que es maestro mayor de obras”, cuenta.
En esa época, comienzos de la década pasada, se produjo el primer episodio de cambio de planes. “Me sentía desanimado, depresivo, algo ocurría en mi cabeza. Resolví retornar a Argentina, 6 años después de mi partida, en diciembre de 2012. Luego de una breve estadía en el hogar de los Manzano, me trasladé a Chile. En un hostel de Viña del Mar conocí a Andrea, con quien hubo una inmediata conexión.
Charlamos como grandes amigos durante 8 días, tal vez explorándonos mutuamente. Nos separamos y seguí la travesía hacia el sur de Chile, hasta la isla de Chiloé”, recuerda.
Antes de separarse, la pareja se prometió reencontrarse varios días después en la calle Los Filtros, donde se encuentra el Instituto del Verbo Encarnado y el convento de Santa Catalina, donde la mendocina realizaba un retiro espiritual. Para cumplir con el encuentro -fijado al mediodía de un sábado-, el belga retornó del país vecino y llegó a San Carlos de Bariloche.
Tras pasear un poco por la pintoresca localidad patagónica, el trotamundos se dirigió a la estación de ómnibus a comprar el boleto que lo llevaría a retomar contacto con la argentina que tanto le intrigaba y atraía. Y ocurrió algo inesperado, aunque también un episodio corriente entre los viajeros: perdió o le robaron la tarjeta de crédito con la que pensaba comprar el pasaje. “Sin un peso encima, daba vueltas, sin encontrar consuelo. La reunión no iba a poder concretarse”, resume.
Inesperado auxilio
En esos pesares se encontraba, cuando inesperadamente apareció otro mochilero, un porteño, que le preguntó qué le pasaba. Explicado el contratiempo, el viajero, de quien no sabía ni el nombre, le prestó $ 700, que le alcanzaban para tomar el colectivo que lo llevaría a San Rafael. Nunca más lo vio, aunque le devolvió el dinero a través de un giro bancario.
En el Sur mendocino volvió a quedarse sin fondos, así que caminó 10 kilómetros hasta la sede del instituto, pero faltaban 2 días para el ansiado reencuentro. Una vez más el azar le tendió una mano.
Un hermano del Verbo Encarnado escuchó sus penurias y lo alojó en el seminario de varones, donde se forman los curas de esa orden. “Ellos mismos me llevaron al punto de la cita con quien todavía era una amiga. Regresamos juntos a Maipú, pero debía volver a Bélgica”, apunta.
La pareja tuvo una tercera oportunidad de reunión. Andrea ganó una beca de investigación en una universidad de Roma (Italia), y en las calles, plazas y bares de la histórica urbe, se consolidó el noviazgo. Tras vender todas sus pertenencias, el alegre confitero retornó por tercera vez a Mendoza, y en octubre de 2014 la pareja se casó en la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, en Maipú.
Había que trabajar
Imposibilitado de enseñar en suelo cuyano (necesitaría revalidar el título), empezó con la venta ambulante de waffles, que muchos compraban sin saber qué era. “Resultaba incómodo. Llevaba todos los implementos a cuestas, incluida una wafflera y un hornito; la leche en el bolsillo del pantalón. No resultaba. Resolví instalarme en este quiosquito con habilitación municipal. Además de golosinas, bebidas, licuados y mi postre belga, ofrezco licores de mi elaboración”, invita.
El alimento es básicamente, masa cocida entre dos planchas calientes. Marteen se especializa en uno que se llama de Bruselas, que se remata con queso picado y jamón. Pero la variedad de agregados es a gusto del consumidor: frutilla, banana, dulce de leche y hasta crema batida.
El emprendedor no oculta que le está yendo “muy bien”. Varias veces, la charla se interrumpe ante la solicitud de comensales al paso. Roxana Leiva (45) contó que no conocía los waffles, hoy uno de los preferidos por sus dos pequeños hijos. Lo mismo hizo el pastor evangélico Pedro Alarcón, quien se tentó con un waffle de Bruselas.
El comerciante Oscar Sanders, establecido con ferretería al lado de la boca de expendio, definió al muchacho como “un simpático gastronómico, que vende por calidad y agradable trato”.