Una recorrida por el interior del Rainbow Warrior III, asiento de aventuras y denuncias, que espera, plácida y moderno, en la Dársena 3 del Puerto de Buenos Aires, adonde llegó para festejar los 30 años de Greenpeace Argentina y permanecerá abierto al público hasta el domingo de Pascua.
Si el mundo conoce a esta organización ecologista y polémica es por la espectacularidad en la denuncia de crímenes ambientales en diferentes puntos del planeta, realizadas en su mayoría desde el Warrior, un buque verde, que, a ambos lados de la proa parece avanzar con una paloma y el arcoiris, emblema de los ecologistas.
Construido en los Países Bajos con las más altas exigencias ambientales, contiene equipos de seguridad y herramientas de acción como cuatro embarcaciones inflables -los famosos gomones con los que interceptan otras embarcaciones- y las instalaciones para un helicóptero.
Envueltos por una aureola de heroísmo y audacia, los 16 tripulantes del barco, encabezados por el capitán catalán Pep Barbal Badía, están en el Puerto de Buenos Aires para homenajear a sus simpatizantes argentinos por tres décadas de trabajo ambiental con actuaciones, algunas rutilantes, en los debates por las papeleras, bosques, basura y glaciares, entre otros.
Los visitantes, que tienen entrada libre y gratuita, escucharán también la larga historia de la nave insignia que -entre otros episodios- incluye el hundimiento de su primera versión por parte de los servicios secretos franceses en 1985 en el océano Pacífico, donde los ecologistas buscaban detener pruebas nucleares.
Pero para los socios y voluntarios de Greenpeace, unos 140 mil en la Argentina, formar parte de la tripulación de la emblemática nave “es un sueño para el que sólo se necesita pasión”, según dijo Emili Trasmonte, primer oficial en el barco, catalán también y entusiasta navegante desde 2009.
Acompañados por un equipo internacional y multirracial (chilenos, argentinos, españoles, ruso, alemán, panameño, italiano, libanés, estadounidense y fijiano), la mayoría de los tripulantes a las 8 de la mañana ya están desayunados y listos para emprender el día con un corte a las 12 para el almuerzo.
Luego hacen tareas hasta las 17 -cuando termina la jornada- y a las 18 ya está la cena, preparada por el jefe de cocineros, Daniel Bravo.
Hablan en inglés, “el idioma de trabajo de toda la tripulación”, dice Trasmonte- aunque aclara que cualquier persona con un mínimo de manejo de esa lengua tiene posibilidades de incorporarse al velero, El Rainbow Warrior (Guerrero del Arcoiris, según una leyenda de los indios norteamericanos Cree) utiliza energía eólica en lugar de combustibles fósiles. La forma del casco maximiza la eficiencia energética.
Cuenta con un mástil y velas con armazón en forma de A, lo que permite optimizar la navegación. Realiza el tratamiento biológico de aguas residuales y aguas grises. Tiene una central de ventilación y sistema de llenado de combustible y aceites para evitar derrames. Y su pintura no es contaminante.
Cuando hay condiciones climáticas desfavorables, “cambia al motor de potencia de propulsión diesel-eléctrica”; y en el caso de tempestad simplemente “se cierra como un submarino” y la nave “flota sobre las olas”, dice Emili, al referir que nunca les tocó una tormenta perfecta.
“Tuvimos olas de siete metros, de la altura del puente, pero el barco flota en las olas, se mueve mucho y si no te mareas es cansador, pero solamente eso”, completó con aire de baqueano. A la hora de fundamentar las acciones, Trasmonte dice: “Somos absolutamente no violentos y nunca vamos a atentar contra personas o propiedades”.
A los argentinos, el primer oficial del buque ecologista nos dice finalmente: “Tienen un país muy grande en el que hay mucho para proteger”.