Cuando Estados Unidos se retiró de su largo y sangriento conflicto con Irak en 2011, creyó que había acabado con la amenaza de lo que solía ser un temible enemigo: el Estado Islámico, que tuvo muchos nombres y encarnaciones pero, en esa época, no era temible ni un estado.
Obligado a retroceder por la presión de las tropas estadounidenses y combatientes tribales de suníes, se consideraba que era una amenaza tan disminuida que la recompensa ofrecida por Estados Unidos por uno de sus líderes había bajado, de 5 millones de dólares a 100.000 dólares. El nuevo jefe del grupo tenía apenas 38 años, un clérigo miope, ni siquiera combatiente, sin la fuerza de su predecesor Abu Mudsab Al Zarqawi, el padrino de la insurgencia de Irak, muerto por los militares de Estados Unidos cuatro años antes tras una implacable cacería.
Sin embargo ahora, cinco años más tarde, el Estado Islámico está siguiendo una trayectoria muy diferente. Ha pelado hasta el hueso una frontera colonial de 100 años en Oriente Medio, controlando a millones de personas en Irak y Siria. Ha superado a su ex socio y rival, Al Qaeda, primero en batalla y después como el grupo preeminente del yihadismo en alcance y reclutamiento.
Ubica sus orígenes tanto en los campos de entrenamiento terrorista del Afganistán de Bin Laden como en la invasión estadounidense de Irak en 2003, alcanzando su resurgimiento a través de dos medios enfocados: control de territorio y, por diseño, crueldad indecible.
Sus emblemas son la bandera negra y la cabeza cortada.
Desde la primavera pasada el grupo, también conocido como ISIS, se ha estado expandiendo más allá de su lucha local hasta el terrorismo internacional.
En las últimas dos semanas, hizo eso de manera espectacular, primero adjudicándose la responsabilidad por el derribo de un avión ruso con 224 pasajeros, después enviando escuadrones de asesinos que acabaron con las vidas de 43 personas en Beirut y 129 en París. A medida que el mundo lucha por responder, las preguntas se acumulan como los muertos: ¿Quiénes son ellos? ¿Qué quieren? ¿Hubo señales perdidas que pudieran haber detenido a Estado Islámico antes de que se volviera tan letal?
Y efectivamente hubo más señales de los planes y potencial del grupo. Un informe de la Dependencia de Inteligencia de la Defensa de EEUU de 2012 fue directo: El caos creciente en la guerra civil de Siria le estaba dando a milicianos islámicos allá y en Irak el espacio para extenderse y florecer.
En fechas más recientes, el presidente Barack Obama y sus aliados han sido criticados por no tomarse con la seriedad suficiente el ascenso del Estado Islámico. Los estadounidenses querían creer que la guerra de Irak había terminado en triunfo, y las tropas fueron retiradas al poco tiempo.
Sin embargo, las tensiones empezaron a subir casi de inmediato entre los suníes y el gobierno dominado por chiítas del Primer Ministro Nouri Al Maliki apoyado por Estados Unidos e Irán, el gigante chiíta al oriente. Los salarios y empleos prometidos a tribus que cooperaran no fueron pagados. Todo parecía indicar que había poco espacio para suníes en el nuevo Irak. Los viejos insurgentes suníes empezaron a verse atractivos de nuevo.
Al Bagdadí fue nombrado jefe de Estado Islámico en 2010, y su grupo parecía particularmente adepto para explotar estos temores. Entraron a un periodo de "reflexión" concentrada, desarrollando un plan militar detallado y preciso para la resurrección en 2009.
En 2010 estalló una guerra civil en Siria: un nuevo y prometedor frente para las ambiciones del Estado Islámico.
En 2011 estallaron protestas en contra del presidente del gobierno de Siria, Bashar Assad, en medio de la mayor Primavera árabe en Túnez, Egipto, Libia y otras partes. El mundo luchaba con formas de ayudar y tras una brutal represión de fuerzas gubernamentales, grupos sirios de protesta se metamorfosearon en combatientes.
Al principio, muchos eran desertores del ejército y locales, concentrado en defender sus comunidades y derrocar a Assad. Pero, debido a combatientes extranjeros, algunos inmersos en ideologías extremistas, a menudo terminaban siendo los mejor organizados y financiados, cobraron impulso en el campo de batalla.
A medida que Estado Islámico se fue estableciendo -al principio, no sólo en Raqa y la provincia oriental de Alepo y buena parte de Deir al-Zour, sino también en comunidades y puestos de avanzada diseminados en Idlib y el oeste de Alepo- sus combatientes generaban curiosidad, atención y, a veces, ridículo por su presunción. Colocaron letreros en caminos al comienzo de territorio que controlaban, los cuales leían: “Bienvenidos al Estado Islámico”.
De hecho, Estado Islámico sí tuvo éxito en la construcción de una semblanza de estado, suministrando servicios así como imponiendo las reglas más severas. Trabajó para financiarse solo, a través de petróleo, comercio en antigüedades invaluables y, aseguran muchos, simples empresas criminales como secuestro y extorsión.
Además, como siempre prometió, Estado Islámico era brutal, aterrando a otros grupos y al mundo en general con prácticas como esclavitud sexual, inmolaciones, crucifixiones y decapitaciones. Estos incluían asesinatos bien producidos en video, y se extendieron a través de medios sociales.
El clímax del ascenso de Estado Islámico llegó en junio de 2014, cuando derrotó de manera contundente a la policía iraquí y capturó Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, borrando la frontera de un siglo de existencia entre Irak y Siria establecida tras la I Guerra Mundial.
El califato había sido declarado el mes previo, pero al poco tiempo después de la captura de Mosul, al-Bagdadí llegó a la mezquita Nuri en Mosul para formalizar ese estado. La central de Al Qaeda se había convertido, de alguna forma, en el tío cauteloso y cada vez más irrelevante. París fue la prueba de eso.