Días pasados, con motivo del dictado de una conferencia especial sobre el tema, Mendoza tuvo acceso a la información que ratifica la importancia alcanzada por el turismo vitivinícola.
Se supo, por ejemplo, que el 80 por ciento de los turistas visitan al menos una bodega durante su estadía en la provincia, mientras por otra parte se conoció que 1,5 millón de extranjeros pisan suelo argentino atraídos por el turismo vitivinícola y que de ese total más de un millón vienen a Mendoza.
Se indica que la designación e integración en el grupo denominado Grandes Capitales del Vino y el funcionamiento aceitado de actividades en los Caminos del Vino, han tenido una influencia fundamental en ese incremento turístico.
Son varios los elementos que se concatenan para alcanzar la realidad actual.
Hasta no hace mucho tiempo -dos décadas como máximo- Mendoza era conocida a nivel del turismo nacional e internacional por la montaña (tanto en la práctica de esquí como también el ascenso al cerro Aconcagua); las calles arboladas; un incipiente crecimiento del turismo aventura en San Rafael y la cordialidad y amabilidad del habitante mendocino.
La provincia ocupaba un lugar expectante en el ámbito turístico nacional, aunque muy lejos del atractivo que significan las playas del Atlántico o las sierras de Córdoba o Tandil.
Pero la situación cambió radicalmente cuando los empresarios mendocinos encontraron "la veta" que significaba el turismo vitivinícola.
En su apertura al mundo con sus productos fueron conociendo -y trasladando a nuestra provincia- la experiencia lograda en otras regiones del mundo.
Así por ejemplo tomaron conocimiento de que gran parte de los ingresos por turismo en Francia, además de la atracción de París, estaba dada por el turismo vitivinícola que, además de aportar por la venta de productos que conformaban el merchandising (como destapadores o decanters) constituía un ingreso importante por el consumo de vinos. Esencialmente por el hecho de que nadie que visitara Francia se iba sin degustar un vino del país.
Una situación similar se daba en España y en Italia y, en el caso de América, en la incipiente vitivinicultura brasileña.
Muy pronto los bodegueros mendocinos comenzaron a invertir en la infraestructura necesaria para captar visitantes.
En un principio, tal como lo señaló el titular de una centenaria bodega de Maipú, las visitas al establecimiento y el restaurante comenzaron a funcionar a modo de fortalecer la fidelización del cliente.
Sin embargo, los hechos demostraron que se abría una veta importante en el ingreso de recursos económicos y que podía ser aprovechada.
Los expertos aseguran que la marca Vino Argentino y su proyección al mundo tuvieron una incidencia fundamental, a lo que se suman la ampliación en la cantidad de hospedajes con distintas alternativas en lo que a precios se refiere, las que alcanzan no sólo a la región central sino también al Valle de Uco y al Sur provincial.
Es más, se produce una amplia competitividad entre las propias bodegas en lo relacionado con la oferta gastronómica, aunque en este caso valdría advertir que los precios "internacionales" (accesibles para los visitantes) que se cobran, terminan en detrimento de los bolsillos de los visitantes locales.
Es mucho lo que se ha hecho, mucho lo que se ha invertido y muy alto el prestigio alcanzado.
Sin embargo, tal como lo señaló un dirigente del sector, "los desafíos fueron cambiando.
Al principio era que abrieran las bodegas al público, después que mejoraran los servicios y diversificaran los productos y hoy es que sean innovadores.
El enoturismo no es sólo bodegas; es también mostrar la identidad del lugar".
El desafío está planteado y queda en manos de los empresarios cumplir con las tareas necesarias para alcanzar los objetivos.