El domingo la mayoría de los mendocinos iremos a votar por tercera vez en el año. Digo la mayoría porque hay un 25%, los que viven en Lavalle, San Martín, San Rafael y Tunuyán, que lo harán por quinta vez. Que serán seis (y cuatro para el resto) cuando el 27 de octubre vuelvan al cuarto oscuro para elegir presidente. Y ni hablemos si hay balotaje en noviembre: otra vez a las urnas.
Esta catarata de elecciones continuadas no son una rareza (el año 2015 fue similar) pero sí una incomodidad para muchos ciudadanos que no entienden por qué el calendario los obliga a ir a votar tantas veces en tan poco tiempo. ¿Por qué si hace poco votamos Presidente en las PASO (que más bien fue un simulacro de voto porque no se eligió nada) ahora vamos a elegir Gobernador, al que ya habíamos votado en las PASO de junio? Y encima otra vez tenemos que ir a votar Presidente en octubre… ¿Y en noviembre también?
Esta ensalada electoral con la que nos han mareado los políticos en Mendoza y el país, en un año que ha sido pésimo para casi todos los argentinos (no así para los políticos), empezó para la mayoría en la provincia -como dijimos- hace solo 3 meses y medio (el 9 de junio), pero parece que llevara una eternidad.
Es que la campaña electoral que estamos viviendo está instalada hace más tiempo que el específico de las urnas. Podemos decir que en la Argentina el proselitismo no se termina nunca (”gobernar es eso que hacen los políticos cuando no están de campaña”, dijo alguien), pero para ser más precisos -y un poquito menos injustos con nuestros funcionarios- la campaña electoral 2019 en Mendoza empezó… en 2018. No sabemos bien por qué si la Ley estipula que las campañas deben empezar 25 días antes de una elección, ya llevamos más de un año con candidatos promocionándose de manera “no oficial”.
Fue a principios de agosto del año pasado, mientras se agudizaba la crisis financiera, económica y política en la que entró la Argentina y todavía no sale, cuando dos funcionarios de signo opuesto se lanzaron anunciando que querían ser gobernadores. El primero fue el ministro provincial Martín Kerchner; la segunda fue la senadora nacional Anabel Fernández Sagasti.
Un año y (casi) dos meses después, el primero ya no está en carrera; la segunda sí, junto a otros que fueron lanzándose en sucesivos actos públicos (Rodolfo Suárez, José Luis Ramón, los intendentes, los legisladores, los concejales...) que empezaron a condimentar la ensalada que hoy degustamos.
Una ensalada que suma, desde marzo pasado (es decir, hace solo 6 meses), el condimento de un sinfín de elecciones en el resto de las provincias. Este festival desdoblador lo pagamos todos (con recursos del Estado) para capricho y provecho de nuestros dirigentes, que se acomodaron el calendario electoral a gusto y piacere (”Se vota cuando yo quiero y me conviene”). Y generaron consecuencias como que el Congreso nacional tenga en 2019 la menor actividad desde 1983. Porque todos están de campaña electoral.
Por supuesto, tamaña arbitrariedad tiene sus límites. Por eso ya hay proyectos de ley para eliminar las PASO (una buena herramienta que los políticos argentinos “rompieron”). Y resuenan otros para concentrar el calendario electoral cada cuatro años y no cada dos como es hoy, así evitamos estas campañas eternas que empiezan apenas termina la anterior. O que no terminan nunca.