El edificio de la escuela Nº 4-024 de Bellas Artes del Barrio Cívico, sobre calle Patricias Mendocinas esquina Pedro Molina, fue antes sede de la Academia Provincial de Bellas Artes, aquella que se fundó en 1933 y que concentró a grandes profesores y dio notables artistas.
Ese edificio tal como lo conocemos hoy, se terminó de construir en 1954, configurando una moderna sede educativa, en el corazón del Centro Cívico, muy cerca de la actual Casa de Gobierno, que por entonces no estaba totalmente concluida.
El autor del proyecto, arquitecto Hugo Raina, propuso colocar una figura escultórica de grandes proporciones en el muro externo, caja de la escalera, sobre Patricias. El director de la institución era el poeta maipucino Jorge Enrique Ramponi.
Se quiso plasmar una representación alegórica, tarea que fue encomendada a un egresado, el artista Mariano Pagés, que años antes había hecho el monumento al Cacique Guaymallén, uno de los íconos escultóricos del Gran Mendoza, en San José. Mariano, hermano del conocido locutor de radio y televisión, Tito Pagés, era ya un creador de relevancia, pese a su juventud.
Un 23 de marzo
“La efectiva presencia de esta figura angélica ha quedado en el recuerdo, ya que por confusas razones, se la mandó derribar”, se señala en un historial de la Escuela de Bellas Artes, compuesto por María Eugenia Herrera Tejón (“60 años de Bellas Artes”, 1993). La eliminación de la figura se produjo el 23 de marzo de 1955. Gobernaba el país Juan Domingo Perón (quien sería derrocado el 16 de setiembre de ese año).
Y la provincia el doctor Carlos Horacio Evans.
Al parecer la empresa encargada de bajar la obra no lo pudo hacer sin romperla, debido a la firme sujeción de la misma a la pared, y entonces los golpes de una maza hicieron la “tarea”. La obra artística salió de su emplazamiento antes de ser inaugurada.
Andes del 24 de marzo del '55 consignó: “Ayer observamos que se levantó un andamio y en la tarde, como al parecer no era sencillo descender la escultura, se empezó a destruirla. La medida es extraña y adolece de asesoramiento técnico o bien no ha sido consultada con las autoridades, pensamos que debería ser reconsiderada…”.
No hubo marcha atrás, que pidió al mandatario de turno, entre otras entidades, la Sociedad de Escritores de Mendoza.
El suceso, triste, revelador de las grietas que por cuestiones ideológicas y religiosos han hostigado y perjudicado muchas veces a los argentinos, quedó asentado en crónicas de época. Pero, en los tiempos actuales no se lo tiene muy presente en las aulas del importante centro educativo del arte. Aunque, como se ha señalado, está asentado en los antecedentes de la escuela.
El escritor y ex subdirector del matutino, Antonio Di Benedetto, retrató el caso en más de una narración, especialmente una que formó parte de la compilación que hizo la mendocina-brasileña Liliana Reales, bajo el título de “Relatos periodísticos”.
En la página 113 de ese volumen, el autor de “Zama” decía: “A principios de 1955, ocurrió el llamado 'episodio del ángel', que se ventila ante la justicia (1957): para la decoración exterior, el escultor Mariano Pagés hizo una figura alada, que representaba el arte, la inspiración y, por ciertas suspicacias propias de aquel momento crítico del país, fue destruida a mazazos”.
Como hay pocos referentes actuales que se acuerden de lo ocurrido o que quieran hablar, recurrimos a las memorias del propio Pagés, quien escribía lo que sigue en un libro de su autoría.
“La figura de 4 metros de altura en grueso fibrocemento representa el espíritu del creador. El artista que escucha y dice. Aún se conservan las marcas de sujeción. Luego la destrozaron”.
Añade el creador que no lo tomó dramáticamente. “Fue producto -sigue escribiendo- de la estupidez del momento, de gobiernos provinciales que marchaban al compás de los sones de bombos peronistas: hacían buena letra y eran más papistas que el Papa. No se podía inaugurar una escuela de bellas artes con un ángel en su frente, aunque era un ángel laico. En ese tiempo quemaban iglesias en Buenos Aires. Acudí a todo lo posible de influir: sindicatos, obispado, a funcionarios amigos, nada se pudo hacer”.
La demolición de la efigie fue custodiada por el jefe de Policía del momento y los daños causados no se pagaron.
Luego del derribo de la Figura alada, el escultor inició juicio a la firma encargada de la “limpieza”, que fue ordenada verbalmente, sin atender a las leyes que protegen la propiedad intelectual. Se apeló a los códigos, aparte de los de nuestro país, a los de Francia, Alemania, España. Un abogado del foro mendocino, Isidoro Busquets (luego interventor provincial), llevó adelante la querella.
La consulta en Tribunales no dio resultado, inicialmente. Hacen falta datos sobre juzgado, número de expediente y carátula para encontrar la documentacón, si es que no se ha perdido. Beatriz Pagés, hija de Mariano, pintora y dibujante, no los tiene y obviamente no conoce los resultados del proceso judicial.
Mendocina, pero residente en Buenos Aires, dio su impresión sobre lo sucedido hace más de medio siglo. “No tengo la menor duda sobre el dolor que le causó a mi padre el brutal suceso; no es difícil imaginar a un artista de su talla ver destrozada una obra de tal magnitud. Pero su juventud y voluntad eran infinitas… Estaban a su favor ahínco y capacidad de trabajo extraordinarios, su vocación absoluta por el arte y siguió adelante”.
Beatriz le comentó a Los Andes que intentará, siempre que las autoridades provinciales lo consientan, colocar una placa recordatoria en el muro que alguna vez contuvo a la Figura alada.
Una vida consagrada al arte
Mariano Pagés falleció el 19 de diciembre de 2009 a los 87 años en Buenos Aires. Sus obras recorrieron el mundo y han sido expuestas en Italia, Inglaterra, Alemania, España, Suecia, Brasil y Estados Unidos, entre otros países.
Aunque conocido como mendocino, nació en San Juan en enero de 1922. Niño aún fue llevado a Buenos Aires, donde realizó estudios primarios y parte de los secundarios. A los 14 años se radicó en Mendoza. Egresó de la Academia de Bellas Artes de Mendoza en 1946.
Entre tanto, también concurrió, durante cinco años, al taller del prolífico escultor chileno Lorenzo Domínguez. Supo desde joven que había nacido para ser artista: “Mi inclinación por la escultura fue siempre neta. Sin duda, me parece que nací solamente para eso”, confesó una vez.
En su obra, la figura humana fue una constante a través de una amplia gama de materiales, como la piedra, la madera, la cerámica y el bronce, elementos que manejó con solvencia a distintas escalas, desde una pequeña obra hasta un monumento.
En 1960, obtuvo una beca del Fondo Nacional de las Artes, que le permitió perfeccionarse en Europa. El mismo organismo publicó en 1987 una edición crítica de sus trabajos, con el análisis de Rafael Squirru. Residió en Milán (Italia) en 1974-1976, expuso en Varese, en Colonia (Alemania) y Caracas (Venezuela).
Tuvo sentida vocación por enseñar. Fue profesor en la Universidad Nacional de Cuyo, y dirigió la Escuela de Artes en San Juan. También enseñó Dibujo en el Colegio Técnico de Maipú. En 1949 (con 27 años) realizó el monumento al Cacique Guaymallén (carril Bandera de los Andes y Alberdi, San José), compuesto por tres figuras de piedra natural de 3,20 metros cada una de altura alrededor de una columna). En 1952 realizó para la bodega Faraón (de los Cremaschi), en General Alvear, un muro de carácter egipcio, con bajorrelieves que relatan la historia de la vitivinicultura y frente al cual se alza una gran figura sedente en piedra arenisca.
En tercer monumento (desaparecido) es la ya descripta Figura alada. El cuarto, “Paloma”. Se emplazó en 1957 en el Cementerio de Flores de Buenos Aires. En 1966 realiza en San Juan el “Mural de Pino Oregón”. En 2000 es el turno del Monumento a Carlos Gardel, emplazado en el Abasto de Buenos Aires. Recibió el Gran Premio de Honor Presidencia de la Nación (1962) y el Kónex, en 1982.
El "brochazo" al mural del INV
Un caso parecido de eliminación de una obra de arte en un lugar público, ocurrió en 2004 cuando se borró de un “brochazo” el mural colectivo “La cultura del trabajo”, que diez artistas coordinados por Gastón Alfaron pintaron en la pared sur del edificio de San Martín 430.
El trabajo se había realizado en 1990 y los muralistas tardaron 8 meses en concluir la obra. Se extendía a lo largo de 70 metros y en algunos tramos sobrepasaba los 6 metros.
Las autoridades adoptaron la medida para tapar las filtraciones de humedad que acusaba la pared. En el momento de desaparecer el friso era titular del organismo Enrique Thomas. Alfaro y su grupo fueron a la justicia y en 2012 Justicia Federal condenó al INV a indemnizar a cada uno de los diez artistas con 10 mil pesos (con más los intereses de 6% anual desde el 23 de diciembre de 2004).
El fallo judicial señalaba que “la destrucción del mural menoscabó el legítimo derecho de sus autores a velar por la integridad de su obra, lo cual permite presumir la angustia, impotencia y desazón que debieron experimentar al enterarse de su remoción...”.