Hace exactamente 90 años, un accidente ferroviario producido en Mendoza, enlutó a Chile y Argentina en la entonces llamada estación Alpatacal. El suceso dejó un saldo de unos 30 militares chilenos fallecidos.
Aquella catástrofe pudo haber sido mayor sin la intervención de un dedicado médico mendocino llamado Pedro Eloy Funes, quien salvó a un centenar de hombres que viajaban en aquel tren.
Los años hicieron que aquel facultativo, que puso en juego toda su pericia y conocimiento, quedara olvidado luego de aquel 7 de julio de 1927.
Radiografía del corazón
Pedro Eloy Funes nació en Mendoza en 1886. Luego de cursar los estudios primarios y secundarios eligió la carrera de medicina en Buenos Aires, y se especializó como cardiólogo, para dedicarse a la investigación en esa materia. Viajó a Europa y cursó estudios de perfeccionamiento en la antigua y prestigiosa universidad de Heidelberg, en Alemania (en ese momento, uno de los más afamados centros de investigación cardiológica). Fue allí donde se desempeñó como asistente voluntario por 4 años. Después, partió hacia Francia y. en la Universidad de París, trabajó en el Hospital de la Pitié; bajo la dirección de conocidos especialistas franceses.
Regresó a su terruño y ejerció la medicina y, por más de 50 años, se dedicó de lleno a su profesión. Además, fue profesor de higiene y psicología en los colegios Agustín Álvarez y el Liceo de Señoritas de esta ciudad.
Entre otras actividades fue director de los hospitales Emilio Civit y Central. También, como docente en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, ocupó la cátedra de Semiología y Clínica Propedeutica.
Entre sus grandes amigos se contaba al célebre doctor Maza, que investigó sobre el Mal de Chagas. Otro de sus colegas notables fue el destacado cardiólogo René Favaloro.
El profesor Funes falleció el 11 de noviembre de 1974.
Los cadetes chilenos
Para conectar a este gran profesional que fue Funes, con el suceso que lo hizo célebre, empezaremos a narrar las instancias del hecho.
El día 6 de julio de 1927 partió desde Santiago de Chile una delegación de la Escuela Militar de aquel país, con destino a Buenos Aires. Los soldados habían sido invitados por el gobierno argentino a la celebración por los actos del Día de la Independencia y a la inauguración del monumento al general Bartolomé Mitre. Nadie imaginaba que aquel viaje terminaría en una catástrofe que enlutaría a los dos países hermanos.
Más de 200 militares chilenos, entre cadetes, oficiales y suboficiales, partieron rumbo a Mendoza por el ferrocarril trasandino. El convoy llegó a nuestra ciudad casi a medianoche.
En la estación fueron recibidos por autoridades de la provincia y, luego de los saludos y honores de rigor, los uniformados hicieron su transbordo al tren que los conduciría a Buenos Aires.
En la madrugada del 7 de julio había una espesa niebla cerca de la estación Alpatacal. A unos 100 metros se encontraba detenido el tren denominado Internacional, que venía desde Buenos Aires. Estaba quieto, a la espera del cambio de vía. La locomotora del tren que transporataba a los cadetes intentó frenar al ver a la mole detenida en las vías, pero fue en vano: impactó violentamente contra ella.
Ni bien se produjo el choque, las calderas de las locomotoras explotaron y los vagones se prendieron fuego.
En pocos minutos se conformó un escenario dantesco, un verdadero desastre de cuerpos calcinados, gritos de jóvenes adolescentes y actos de heroísmo. Gran parte del convoy se redujo a cenizas y hierros retorcidos.
El saldo de ese accidente fue de 30 muertos, de los cuales varios fueron de la empresa ferroviaria. Algunos cuerpos no pudieron ser identificados porque quedaron carbonizados. Los heridos volvieron a Mendoza, en otro tren, para ser atendidos.
El salvador de guardapolvo blanco
Inmediatamente llegaron las noticias de la catástrofe acontecida en la estación de Alpatacal. Con premura se solicitó la intervención sanitaria del doctor Pedro Funes, que organizó un operativo y concurrió al lugar del accidente con varias ambulancias procedentes desde diferentes hospitales mendocinos.
Al llegar a Alpatacal, después de un largo camino, cientos de personas- incluyendo bomberos, policías, militares, médicos y enfermeros- corrían de un lado a otro, tratando de socorrerlos.
El panorama era espantoso: hierros retorcidos y humeantes; cuerpos calcinados, depositados en un costado y tapados con sábanas.
En el otro extremo del andén se oían los desgarradores gritos de los heridos: muchos de ellos tenían quemaduras muy graves; otros, contusiones o quebraduras.
Gracias a la intervención sanitaria del doctor Pedro Funes, se salvaron muchas vidas. Los cuerpos de los heridos fueron trasladados en ambulancias, desde el lugar del siniestro hacia varios hospitales, para darle su debida atención.
A pesar de este luctuoso accidente, el resto de los cadetes sobrevivientes partieron para Buenos Aires con el fin de concurrir al acto del 9 de julio. Allí fueron proclamados “héroes”.
Tiempo después, el gobierno de Chile, le otorgó al doctor Funes una condecoración en la que decía: “El presidente del gobierno de la República de Chile le confiere la condecoración Al Mérito en el grado de Caballero por la cual se le expide un Diploma signado por su mano”.