Un recorrido por una vieja casona cordobesa revela una historia que, en el presente, revive a través de la protagonista, empecinada en mirar más allá.
Así, la novelista Cristina Loza nos introduce en el mundo de “Adorado John”. “Quizás comprendiese ya que los fantasmas son invisibles porque los llevamos dentro. Pero lo que hace que las casas viejas nos resulten inquietantes no es que haya fantasmas, sino que podría haberlos”, dice Marguerite Yourcenar, en una cita al comienzo del libro, recién editado por Emecé. Una cita que ubica al lector, desde el vamos, en un relato donde los fantasmas del pasado se corporizan.
El relato transcurre en la estancia “Los Algarrobos”, de la localidad cordobesa de Monte Buey, donde vivió un californiano de nombre John que murió durante una gran inundación en marzo de 1916, la que se llevó parte de la casa construida sobre el lecho seco de un río.
Años después de esta tragedia, Victoria -el personaje femenino de la trama- decide pasar unos días en el lugar . Pero las huellas de los pies de un hombre aparecen en el espejo de la habitación, “una señal de alguien que se resistía a desaparecer para siempre”, desliza Loza.
“La novela comenzó a gestarse hace dos años, cuando visité la estancia para dar un taller intensivo de escritura y resilencia -recuerda-; dormí en esa habitación y experimenté una sensación de mareo, todo a mi alrededor daba vueltas, una sensación muy fuerte que no había tenido nunca”.
Después de asistirla, la gente de la estancia le contó la historia que arrastraba el lugar: el peso de aquellos años y esas misteriosas huellas impresas en el espejo. “Comencé a tomar fotos automáticamente porque intuía que había algo más y cuando me enteré de la inundación y de la violenta muerte de John, lo asocié con mi mareo y decidí escribir este libro”.
Loza indagó, habló con los dueños actuales, le fueron acercando diarios de viaje traducidos, recortes, fotos antiquísimas. “Y pasé varias noches en la casa recorriendo cada rincón”. Dice que los lugareños, cuando rescataron el cuerpo del californiano, “lo taparon y sólo sus pies quedaron al descubierto, esa última imagen que él vio mientras se lo llevaban las aguas”.
Ya inmersos en la trama, la protagonista intenta ayudar a John en su tránsito al más allá; entabla una relación con ese fantasma y siente una atracción tal que se enamora de ese espíritu atrapado.
Con una prosa que habla “de los espíritus que aún se pasean en las cosas cotidianas de los que amaron”, Loza se emociona al recordar a sus seres queridos que han muerto y a los que, de alguna manera, les dedica el libro.
“La gente que se va da señales”, desliza la autora, convencida de que “las almas no se van tan rápido, no sabemos como es el paso de un mundo a otro”.
“Cuando en mis presentaciones o encuentros con lectores comienzo a hablar de estos temas, veo en los rostros mucha satisfacción; muchos no exteriorizan esto por miedo a ser tildados de locos”.
¿Por qué escribir sobre lo intangible? “Esa pregunta a veces es difícil pero el hacer eco en el corazón del otro, me hace sentir de maravillas”. Télam