El alma de los animales

A juzgar por una antología publicada recientemente, compuesta por textos antiguos sobre “el alma de los animales”, el autor concluye que no sólo el hombre moderno está obsesionado con su perro.

El alma de los animales

Por Por Umberto Eco - Servicio de noticias The New York Times - © 2015

La editorial italiana Einaudi lanzó recientemente una fina antología de textos antiguos sobre el “alma de los animales”. Al parecer, nosotros no fuimos las primeras personas que se obsesionaron con su perro o con dietas vegetarianas para evitar matar seres animados.

De acuerdo con la antología L’anima degli animali (El alma de los animales), pensadores y escritores han estado lidiando con el concepto de la racionalidad animal desde hace milenios. Por ejemplo, en el texto Historia animalium (Historia de los animales), Aristóteles señala que muchas bestias dan señas de poseer cualidades mentales: que son capaces de demostrar amabilidad, valor, timidez, miedo, astucia e, incluso, algo similar a la sabiduría.

En los círculos estoicos gozó de mucha popularidad una historia atribuida de manera unánime a Crisipo de Solos. La versión más conocida fue relatada por Sexto Empírico, que habla de un perro que llega a un punto donde confluyen tres caminos. Habiendo determinado, gracias a su sentido del olfato, cuáles caminos no había tomado su presa, el perro decidió que debía tomar el camino restante. Esto demostraba que el perro podía razonar de acuerdo con principios lógicos.

Otro texto seminal que está incluido en la antología es De sollertia animalium (Sobre la inteligencia de los animales) de Plutarco. Si bien admite que la racionalidad animal es menos perfecta que la de tipo humano, Plutarco señala que también en la humanidad pueden encontrarse varios grados de perfección (una forma elegante de insinuar que hay hombres y mujeres que razonan como bestias).

En otro texto, Bruta animalia ratione uti (Las bestias son racionales), Plutarco responde a quienes presentaron objeciones a atribuir razón a criaturas que no tienen la noción innata de la divinidad, señalando que Sísifo era ateo.

La antología también ofrece un argumento razonado contra el consumo de carne. En De abstinentia (sobre la abstinencia de alimentos animales), Porfirio escribe que él piensa que los animales sí expresan sus sentimientos, y que el hecho de que no entendamos esos sentimientos no es más sorprendente que el hecho de que no entendamos la lengua de los escitas o de los indios.

Es una lástima que L’anima degli animali termine con Porfirio. Sería interesante leer una antología más amplia que abarcara los debates sobre la racionalidad animal que siguieron al antiguo texto de Porfirio. Una colección así contendría los excelentes escritos de Montaigne y Descartes, así como las prolongadas polémicas de Leibniz, Locke, More, Rousseau y otros.

La posición mecanicista ante la cuestión de la racionalidad animal -argumento que reduce todas las funciones biológicas a procesos físicos y químicos- evita muchas de las inquietantes cuestiones morales que rodean a la crueldad contra las animales pues, por supuesto, no es posible ser cruel con una máquina.

Pero entre los siglos XVII y XVIII, muchos llegaron a objetar esa opinión, diciendo que la diferencia entre hombre y animal era solo de grado, abriendo así una perspectiva que desde entonces ha sido considerada “proto-evolucionista”: la vida como un continuo ininterrumpido que evoluciona constantemente entre la res extensa (el cuerpo) y la res cogitans (el alma o la mente).

Una de las aportaciones más extrañas a este debate nos llega por cortesía del reverendo Guillaume-Hyacinthe Bougeant, jesuita que publicó su “Divertimento filosófico sobre el lenguaje de las bestias”, en 1739. Bougeant parece simplemente querer divertirse un poco pero, no obstante, su punto de vista es bastante curioso: si admitimos que los animales exhiben un comportamiento inteligente -que hablan entre ellos y se comunican con los humanos-, ¿acaso existe también un paraíso y un infierno que les estén reservados? La respuesta de Bougeant era que los animales están habitados por demonios que los obligan a vivir su propio infierno en la Tierra.

Bougeant alegaba que esto explicaba que los animales fueran tan malos (por qué los gatos no son de fiar y por qué los insectos se devoran unos a los otros) y están condenados a sufrir a manos de los humanos.

La idea de Bougeant fue contradicha indirectamente en nuestros tiempos por el abogado y escritor Paolo de Benedetti. En Teologia degli animali (Teología de los animales), él alega que los animales pretenden el derecho a la vida eterna. De Benedetti alguna vez observó que lo verdaderamente difícil de creer es que el paraíso exista, no que, una vez llegados ahí, no podamos quedarnos con nuestro gato en las rodillas.

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