Una familia dejó su natal Córdoba y decidió mudarse a Bielorrusia en 1992, seis años después de una de las peores catástrofes de la historia de la humanidad: el incidente nuclear en Chernobyl. Las postales de su álbum íntimo permiten una perspectiva distinta de la tragedia.
Según lo publicado por diario La Nación, al médico y pastor Eduardo Sosa y su esposa, Edith, no los movía un fin económico o profesional sino el deseo de ayudar a los niños afectados por la nube radioactiva. Enterados del incidente, decidieron mudarse a Bielorrusia, que había sufrido las mayores consecuencias de la explosión de la central de Chernobyl, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Ucrania.
"Yo soy médico y pastor evangélico y siempre tuve la idea de ayudar a los más desamparados, por eso cuando surgió la oportunidad de ir a Bielorrusia con mi familia no lo dudamos", explicó Eduardo desde España, donde hoy vive junto con su esposa.
"Cuando llegamos a Minsk (la capital de Bielorrusia) nadie hablaba públicamente de la catástrofe. El tema de la radiación no se consideraba como algo tan grave y recién en agosto de 1993 el gobierno reconoció el tema y creó un ministerio especial para abordar el problema", rememoró el argentino.
A Eduardo y Edith los acompañaron sus tres hijos adolescentes: Sebastián, Federico y Ximena. Si bien había pasado más de un lustro, el horror seguía presente. "En los hospitales había pabellones enteros de chicos con cáncer de tiroides y otras enfermedades de la sangre y las maternidades estaban vacías porque nadie quería tener hijos, por miedo a los problemas con que podían nacer. Realmente hubo una generación que desapareció en Bielorrusia", resumió el hombre.
Por seguridad, apenas llegó a Pripyat, a 22 kilómetros de la central cuyo reactor estalló. Si bien tomó cuidados para la salud, en un momento terminó ingiriendo alimentos radioactivos.
"En Pripyat vivían muchas familias que no tenían medios para irse a otro lado y cómo siempre los más afectados por este tipo de catástrofe son los más humildes, la gente más desamparada. Intentábamos comprar alimento importado de Alemania y Polonia o papel higiénico desde Finlandia, porque los árboles también habían quedado contaminados, pero era muy difícil. En un punto uno termina resignándose a consumir alimentos que estaban irradiados", señaló Eduardo.
El miedo estaba latente. El cordobés contó que la gente hacía fila para comprar unos aparatos para medir la radiación, pero que servía poco ante el grado de contaminación.
Sebastián es uno de los tres hijos de Eduardo y Edith. Es el único que vive en Argentina. Sus recuerdos están latentes: "Yo tenía 16 años y es una edad difícil. Lo que recuerdo era un comienzo con muchas dificultades para adaptarme a un idioma desconocido, una cultura diferente y mucho frío. Pero después todo se facilita cuando vas haciendo amigos. Siempre me llamó la atención que allá la gente madurara más rápido, seguramente por todo lo que le pasó".
Como adolescente, no fue fácil adaptarse a las limitaciones del régimen soviético. "Los supermercados y los comercios en general tenían muy pocas opciones del producto que fuera. Cuando llegaba una campera todos teníamos el mismo modelo y la única forma de comprar algo diferente eran los mercados informales que se armaban en los estadios de fútbol", recordó Sebastián.
Ximena -vive en EEUU- reflexionó que "cuando dejamos Bielorrusia, pensaba que mis padres se estaban equivocando de decisión". En tanto, Federico murió hace unos años a raíz de una enfermedad llamada poliposis múltiple, que es hereditaria. Eduardo nunca supo si Chernobyl tuvo algún efecto.
"No puedo dejar de agradecer a Dios y a todos aquellos que nos ayudaron a desarrollar el carácter de Cristo en nuestras vidas", cerró el padre de los Sosa.