La saga se inició con Borocotó
El otrora mediático médico Eduardo Lorenzo Borocotó un día decidió intervenir en política. Comenzó en los ‘90 aliándose con el excomisario Luis Patti, hoy detenido por delitos de lesa humanidad. Luego pegó un salto a las huestes de Domingo Cavallo, hasta que en 2005 ganó una diputación por el PRO de Mauricio Macri. No contento con tantos saltos, poco antes de asumir se reunió con Néstor Kirchner y en menos que canta un gallo se hizo kirchnerista. Pero allí estalló todo, no tanto por la furia del partido al que había traicionado sino porque una estrepitosa indignación se expandió por toda la República, y la opinión pública in totum lo condenó para siempre. Tanto que a partir de entonces “borocotismo” es el sinónimo argentino del saltimbanqui, el oportunista, el camaleón político.
La saga continuó con Massa
Por sus malabares e indecisiones, Sergio Massa es hoy calificado con otro término que también prendió en la opinión: el de “ventajita”, mote que no sabe cómo sacárselo de encima, aunque parece no desear abandonar las prácticas que lo llevaron a ser calificado así.
Massa dio sus primeros pasos en política -junto con Amado Boudou y otros prohombres de la patria- en el partido fundador en el país del neoliberalismo: la UCR de Álvaro Alsogaray. Con la cooptación de liberales que Menem hizo en los 90, Massa se hizo menemista hasta que con la llegada del kirchnerismo se hizo kirchnerista. Luego se dio vuelta otra vez y enfrentó a Cristina Fernández en 2013 ganando las elecciones. Allí sus estigmas negativos se borraron porque ese salto fue bien visto por la sociedad al impedir con él que se concretara el deseo de reelección indefinida de la mandataria. Sin embargo, en vez de aprovechar el momento de gloria para construir la coherencia que hasta ese entonces nunca había tenido, Massa decidió seguir saltando, ahora no de partido, sino creando un espacio político propio con el cual ir saltando de alianza tras alianza a través de un discurso indefinido e insustancial comparable con el personaje de la novela “Desde el Jardín”, Mr. Chance, un jardinero que lo único que hizo toda su vida fue ver televisión, de donde aprendió lo que sabe. No obstante, con ese conocimiento rudimentario y sólo repitiendo slogans televisivos, llega a presidente de EE.UU. Todo lo que decía Mr. Chance y lo que dice Massa es sorprendentemente parecido. Es el arte de no decir absolutamente nada, de modo que pueda pasarse en un santiamén hacia un lado o el contrario sin contradecirse.
Ahora el hombre está tentado de volver al kirchnerismo. Pero teme que el apodo de “ventajita” se transforme en el de Borocotó, con el cual su carrera política podría tener fin. Sólo por eso duda, pero haga lo que haga ya no hay nadie que no sepa que su vocación de saltarín es lo que mejor define su vida pública.
La saga finaliza (por ahora) con el Alberto Fernández
Sin embargo, es tan rara y original la vida política argentina que bien aplicado, el borocotismo puede devenir un estilo exitoso de hacer política. Y precisamente esa sorpresa nos acaba de brindar (con su innegable talento para la creación de relatos imaginarios que son creídos con fe ciega por multitudes) la ex presidenta y actual candidata a vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Ella ha sabido crear el primer espécimen político que obtiene su éxito no a pesar de haberse borocotizado sino por borocotizarse. Aunque usted no lo crea.
Nos referimos, obvio, a Alberto Fernández, el hombre a quien Ella designara su candidato a presidente gracias a haberla traicionado.
Es que estamos en la dimensión argentina, donde nada es imposible, en particular en su versión peronista donde los experimentos más increíbles son factibles.
Como aquel de las candidaturas "testimoniales" por las cuales se presentaban a elecciones personas que decían que en caso de ganar no iban a asumir. Entre ellos estaba, claro, Sergio Massa.¡Oh casualidad!
Consultado un jurista en aquel entonces acerca de si las testimoniales eran legales o no, respondió que no sabía porque ellas no estaban contempladas en ningún ley ya que nunca ningún legislador imaginó que un engendro de ese nivel sería posible. El albertofernandismo es otro engendro, quizá único en la historia nacional y mundial.
Fernández cumple todos los requisitos para el experimento. Fue funcionario alfonsinista y menemista. Fue dirigente cavallista y llegó a las alturas políticas con Néstor Kirchner, transformándose en el Marcos Peña del expresidente, no sólo por su cargo de jefe de gabinete sino por el enorme poder que alcanzó. No obstante, a poco de asumir Cristina, Alberto saltó de bando haciendo del anticristinismo su marca política principal, tanto que por una década las críticas a sus antiguos compañeros alcanzó los niveles, y a veces superó, de los más feroces enemigos del gobierno K.
Hay que reconocer que por su elevado puesto durante el kirchnerismo, nadie le creyó nunca -incluso quienes compartían sus críticas- que no supiera nada de la corrupción reinante en esos tiempos. Quizá por eso, habiendo fracasado en todo lo que emprendió fuera del mundo K, un día decidió volver con la frente marchita al regazo de Cristina, quien lo acogió benemérita.
No obstante, lo raro es que teniendo tantos que estuvieron en las buenas y en las malas con Ella, Cristina eligiera como su candidato presidencial a un tránsfuga que además por sí mismo no tiene ni un solo voto. Pero es que no lo eligió en premio a una inexistente lealtad, sino precisamente porque alguna vez fue anticristinista feroz, que es lo que Ella necesitaba de acuerdo a su particular razonamiento político y a su preciso conocimiento interno del peronismo. La prueba de su acierto es que apenas designó a Alberto, la ancha avenida del medio con la que el peronismo no K esperaba pelearle a cristinistas y macristas, voló en mil pedazos. La fórmula Fernández Fernández lo hizo.
Lo que ocurre es que en estos cuatro años, el peronismo no logró ningún tipo de renovación ni de personas ni de ideas como sí ocurrió en los años 80. Sólo intentó alejarse de Cristina porque parecía perdedora, pero no apareció ningún rey con el cual suplir a la reina. Aún así, con Ella sola no alcanzaba para lo que Cristina necesitaba: unirlos a todos y dejar fuera de competencia a los pocos que se le resistieran. Lo que está logrando.
¿Que operación política imaginó para lograrlo? Hacer de un modo no convencional lo que casi siempre hizo el peronismo: incorporar a las ideologías más opuestas pero no sintetizándolas sino amontonándolas. Sólo así se explica que en los años 70 fascistas y marxistas pudieran integrar el mismo movimiento. O que en una década los mismos peronistas puedan ser neoliberales y en la otra década, chavistas.
Pero con la decisión de Cristina esa tendencia se profundizó aún más: ahora en una misma fórmula se unen el cristinismo y el anticristinismo. Porque Alberto Fernández no ha emitido una sola autocrítica de todo lo que dijo durante el tiempo que fue el enemigo número uno de Cristina. Y Cristina no se lo ha pedido, más bien lo ha nombrado por eso. Ya que de este modo todos los peronistas que estos años pensaron como Alberto en su desprecio a Cristina, ahora volverán a pensar como Alberto en su renacido amor a Cristina. Una cuestión más sentimental que ideológica. Así todos volverán a la casita de la madre como lo hace el hijo pródigo pero sin necesidad de pedir perdón.
Con su decisión, Cristina demuestra conocer la naturaleza profunda del peronismo. Por eso le va yendo bien. Habrá que ver si eso le sirve para llegar a la naturaleza profunda de todos los argentinos. O lo que es lo mismo, si incluso los más gorilas, son en el fondo culturalmente peronistas y caen en la seducción de la presidenta vice. De cómo le vaya a Cristina en las elecciones se responderá tan crucial pregunta.