La violencia que destruye a las mujeres tiene un territorio amplio. Leí hace poco, en este mismo diario, que el cuerpo de la mujer es un terreno sobre el que se ejerce una prepotencia abusiva. Me refiero al cuerpo no en cuanto simple físico, sino en su totalidad junto con mente, psiquis y espíritu.
En mi constante inquietud respecto al tema de la mencionada violencia, advierto sobre una de las tantas armas con que se ataca a la mujer: los modelos de zapatos; esas incomodidades que inventan los diseñadores, trampas asesinas donde caen como idiotas ciertas moscas.
Con los diseños de zapatos (botas, chatitas, zuecos y sandalias varias, etc.), se conciben artefactos para caminar que, auspiciados por oportunas y malsanas propagandas, logran que las mujeres incautas introduzcan sus pies en calzados propios de la Edad de Piedra. Por ejemplo esas plataformas enormes que me recuerdan a Minie, la novia de Mickey (en la imagen) y que, por su inestabilidad, son el beneficio de los traumatólogos. O los stilettos, usados para satisfacer el goce visual-sexual de los ratoneos masculinos pero que, perversamente, obligan a las mujeres (para sentirse deseadas) a que apoyen su estructura ósea en diez deditos curvados al límite. Los stilettos envían un mensaje de erotismo con valor incalculable, tan incalculable como el daño que causan a los huesos. Son otras de las tantas formas con las cuales la moda obliga a la mujer a presentarse sobre bandeja de espinas en función de un esteticismo pernicioso.
En este orden de cosas interesa destacar la postura de los diseñadores de zapatos para mujeres mayores (60, 70 o más años de edad). Para ellos es evidente su creencia de que, en estas etapas, se acabó la elegancia y la atracción. Las zapaterías ofrecen para las señoras mayores mercaderías que oscilan entre las simples sandalias de taco chato con cuatro tiras cruzadas (al mejor estilo convento) o el zapato cerrado, anodino, con plantillas ortopédicas (un vómito si me permiten). Nada de brillos, bordados, perlas, moños o piedritas en las puntas, costados o taloneras. Ni un entretejido plateado. El mensaje de los creadores es: “Señora, usted está más cerca del cementerio que del festejo. Perdió derechos. Aténgase al arrastre de su esqueleto con la simpleza de quien ya no existe. Usted no va ni a la conquista del mundo ni de sí misma. Usted es nada”.
Y así, la maldecida por los años, que dejó atrás cabellera larga, cinturita delgada y fuerzas musculares, que sobrelleva dolores de reumas, artrosis y deformaciones varias, introduce sus pies en una especie de bolsa cuaternaria.
Mi enfática sugerencia para los diseñadores y para los hijos y nietos de esas madres-abuelas es que respeten el buen gusto -ese que no se pierde-. Fabriquen, vendan y compren zapatos con la gracia del respeto, del afecto y de la consideración hacia quienes pasaron a otra etapa, pero que tienen derecho, hasta su muerte, a verse elegantes en su espejo y en la mirada de los otros.
A los familiares de las madres-abuelas o tías-abuelas mayores les aconsejo que las vistan y calcen con brillos y adornos agradables. La vejez transcurre por el camino de la sencillez, pero también armoniza con el sentido estético y fulgente. Que en cualquier reunión de Navidad, Año Nuevo, Reyes, cumpleaños o aniversarios, nuestras adoradas mayores iluminen. Todavía son estrellas de nuestros universos. No dejen que las apaguen como si fueran perros muertos con modas feas y desabridas. Mal vestirlas, mal calzarlas son agravios. ¿O no?