El acuerdo anunciando entre el Mercosur y la Unión Europea, que debe ser ratificado por el Congreso Nacional, es uno de esos hechos, que ofrecen la oportunidad de transformar la situación de nuestra economía y por ende, mejorar la situación social, que presenta un cuadro de bajos salarios, pobreza e incluso indigencia, que crece, desde hace varias décadas, en cantidades escandalosas.
La Argentina, que en tiempos ya lejanos llegó a representar el 3 % del comercio internacional, desde hace casi ochenta años, fue bajando hasta el escaso 0,3% de la actualidad.
Se instaló la mentalidad de “vivir con lo nuestro”, evitando la competencia y llevando a que nuestras exportaciones más importantes, sigan siendo las agropecuarias.
Exportaciones que se originan en el campo y que provocan el conflicto propio de una economía que, ante su incapacidad de generar empleos bien remunerados, busca la compensación deprimiendo el precio de los alimentos y de esa manera, afectando la producción y como consecuencia, disminuyendo los saldos exportables, tan necesarios para obtener las divisas que requiere el desarrollo nacional.
Hace cien años exportábamos más que todos los países sudamericanos juntos. Hoy Chile nos supera como resultado de más de sesenta acuerdos de libre comercio. Eso le permite vender en el exterior sin aranceles o muy reducidos.
En el caso de Mendoza, la diferencia de aranceles en las exportaciones de vinos es enorme, afectando nuestra competitividad, ahora agravada por las retenciones a la exportación. Único país en el mundo que grava sus exportaciones.
Es hora de terminar con la falsa opción de mercado interno versus comercio internacional. Somos muy pocos, los habitantes del extenso territorio, que ocupamos para creer que ese es el camino del crecimiento y de la generación de empleo bien pagado.
Estados poblados con centenares de millones de habitantes, e incluso miles de millones, como son los casos de China y la India, buscan participar cada vez más en el intercambio de bienes.
No hay un solo ejemplo mundial se sociedad próspera, aislada y cerrada al comercio.
Esto no implica renunciar a instrumentos de promoción de la producción o a la defensa contre el dumping y la competencia desleal.
Los problemas de nuestra economía están vinculados a la baja productividad, por ejemplo en 1950 la Argentina tenía una productividad equivalente al 62 % de la estadounidense y ahora es del 37% . Esto es por la baja inversión en tecnología y bienes de capital y para obtenerlos hacen falta divisas que sólo vienen de inversiones de capitales o de exportaciones y del ahorro.
Este tema no tiene que ser una discusión de baja politiquería. Está en juego la oportunidad de la apertura de un mercado de quinientos millones de habitantes de altos ingresos. Se trata de países que superan el triple de nuestro PBI por habitante.
Esperemos que la discusión parlamentaria sea madura, aunque sabemos que ciertos sectores ineficientes y prebendarios pondrán palos en la rueda y harán funcionar “la máquina de impedir” que tanto daño ha provocado en nuestra nación.
Por supuesto que quedan otras asignaturas, como la necesidad de crear una moneda fuerte y estable que nos libere del bimonetarismo y permita ahorrar en una moneda propia, de manera de solucionar el financiamiento de la economía y, también de las inversiones en infraestructura que requiere el país, evitando, lo más posible, hacerlo en el exterior.
Estos puntos son los, que, pueden formar parte de una agenda constructiva, de consensos sobre asuntos concretos y no en vaguedades discusivas a las que son tan afectos algunos demagogos.
Por ahora, entre tantas pálidas, celebremos una noticia muy importante para nuestro futuro.