El acuerdo con China, el estatuto legal del coloniaje

El acuerdo con China, el estatuto legal del coloniaje
El acuerdo con China, el estatuto legal del coloniaje

El gobierno de Cristina Fernández ha firmado y los bloques oficialistas del Congreso ratificado, con obediencia sumisa, los tratados con China que pueden ser considerados verdaderos “estatutos legales del coloniaje”, frase que, quien esto escribe, ha tomado de Arturo Jauretche para referirse al tratado Roca-Runciman, firmado en Londres el 1 de mayo de 1933.

El mundo actual ofrece, pese a la baja reciente, buenos precios para nuestros productos; la demanda se presenta sostenida para las próximas décadas ante la incorporación de centenares de millones de personas a las clases medias en Asia, lo que implica mejor alimentación, mayor consumo de carnes y bebidas como el vino y numerosos productos que deberían ser, en lugar de materias primas, alimentos elaborados para generar empleos y salarios en nuestro país.

Con las políticas antiexportadoras del gobierno kirchnerista, esta oportunidad no puede aprovecharse por el estancamiento de la producción agrícola y la baja notoria del stock vacuno nacional, a lo que se agregan las políticas contra la inversión que impiden agregar valor, sinónimo de generar empleos.

Nadie cuestiona el comercio con China, del que la Argentina ha sido pionera. En 1964, ante las dificultades para colocar en los mercados internacionales una cosecha excepcional de trigo, el presidente Arturo Illia tomó la decisión de vender varios millones a China popular, aún gobernada por el genocida Mao Tse Tung.

En el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse, se decidió establecer relaciones diplomáticas con China Popular y, durante la dictadura de Videla, el ministro Martínez de Hoz firmó importantes acuerdos comerciales, complementado luego por un viaje a Pekín del propio Videla.

Con la recuperación democrática todos los presidentes preservaron e incrementaron los vínculos y tanto el presidente Alfonsín como el presidente Menem viajaron al populoso país.

¿Que se cuestiona? En lo económico, se firman acuerdos para vender materias primas sin agregar valor. Se elimina para China la Ley que restringió la adquisición de tierras a firmas extranjeras, algo grave por el desastre ambiental que provocaron con tierras africanas. Se adquieren usinas nucleares a un país que nunca exportó esa tecnología y otra a Rusia, que sufrió el desastre de Chernobyl.

Se compran bienes industriales llave en mano como los vagones ferroviarios sin transferencia de tecnología cuando nuestro país tuvo una fuerte industria ferroviaria que incluso exportó. Se compran en China los equipos para generar electricidad eólica, eliminando la fabricación nacional que en Mendoza ha realizado Pescarmona, ante la indiferencia del gobierno provincial.

Además, para la elaboración de ciertos productos se traen obreros de China con las leyes laborales y los procedimientos ambientales de ese país, que es un gran contaminante. Se adjudican a China grandes obras públicas sin proceso licitatorio y, por primera vez en la historia nacional, se otorga una base a una potencia extranjera con la instalación espacial de Neuquén con dependencia del ministerio de Defensa de China.

La Presidente cree en la decadencia de Occidente por la crisis de 2008 que, pensó, era terminal para el capitalismo. Por eso, acuerdos con Rusia, China e Irán, países violadores sistémicos de los derechos humanos y gobernados por oligarquías y teocracias, sin respeto por las libertades esenciales a la dignidad humana.

En el caso de Rusia, una potencia con escasa importancia económica, salvo como proveedor de petróleo y gas a Europa y cuya gravitación en el mundo se debe a su arsenal nuclear, la baja de los precios de la energía, provocado por los cambios tecnológicos en los Estados Unidos, la ha sumido en dificultades financieras y en la baja del nivel de vida de su población.

China y los Estados Unidos, por otra parte, han complementado sus economías y el gigante asiático es un gran tenedor de bonos del tesoro estadounidense pero a su vez dependiente de ese mercado y de su tecnología.

La Argentina, más allá del discurso sobre la patria grande y la construcción de la unidad latinoamericana, ha saboteado todo intento de integración regional, se ha vinculado con dictaduras como la venezolana y trabado las negociaciones con la Unión Europea y el Nafta, perdiendo nuestros productores grandes posibilidades. Por ejemplo, en el caso del vino, exportar a Estados Unidos con arancel cero, como lo tiene Chile.

Cuando Arturo Jauretche lanzó su anatema sobre el tratado Roca-Runciman el mundo era diferente al que nos toca vivir.

La crisis estallada en 1929 provocó el cierre y aislamiento de las economías. El comercio internacional se redujo a la tercera parte, el precio del trigo bajó a la mitad. Los dominios del imperio británico, productores de cereales y carnes, plantearon al gabinete inglés la reserva de ese mercado para sus productores. El cierre de las exportaciones de carne argentina llevaba al país al colapso, como si ahora nadie nos comprara un kilo de soja.

Con la firma del tratado de Londres, más recordado como Roca-Runciman, el país aseguró la venta de 390 mil toneladas de carne anuales. Por su parte se comprometió a comprar a los británicos el carbón, siguiendo la recomendación de las entidades empresarias de comprar a quienes nos compraban.

Como cláusula controvertida se reservaba un 15% de la cuota de carne a empresas totalmente argentinas, considerado insuficiente. Este tratado tuvo vigencia por dos años y cuando se renovó con la firma de Manuel Malbrán y Anthony Eden, se suprimió esa restricción. Estos convenios fueron apoyados no sólo por la Sociedad Rural sino también por la Unión Industrial.

Es que el tratado tuvo como resultado una aceleración de la industrialización argentina. Luego de la Primera Guerra Mundial los fabricantes estadounidenses lograron avanzar en los mercados latinoamericanos en general y en el nuestro; con los Estados Unidos teníamos el problema de la falta de complemento de nuestras economías pues competíamos en el mercado de cereales y carnes.

La preferencia que el tratado Roca-Runciman otorgó a los productos industriales ingleses llevó a los industriales norteamericanos a fabricar en nuestro país. Firestone, Good Year, Gillette, Ducilo, Palmolive dejan de ser importadores, incluso las empresas de autos instalan plantas de montaje, previas a una eventual fabricación.

En 1934 el PBI industrial iguala al de origen agropecuario y en cinco años lo duplica y los obreros, que eran poco más de cuatrocientos mil en 1934, cinco años después pasan a cerca del millón, proceso que la Segunda Guerra Mundial consolida.

A China no le venderemos aceite y harinas de soja sino la materia prima. A los ingleses les vendimos carnes enfriadas y congeladas, es decir industria, no ganado en pie para ser faenado y elaborado en Gran Bretaña. Lo que deberíamos hacer es utilizar cada vez más la soja para fabricar carnes de todo tipo. Eso es agregar valor y multiplicar las fuentes de trabajo.

Los nacionalistas de los treinta, fueran de la variante elitista o la populista, nunca entendieron ese proceso porque la crisis puso en duda los paradigmas vigentes, cuando se cuestionó desde la vigencia de la democracia ante el peligro comunista y al modelo que llevó a convertir un desierto en una nación moderna en una generación.

Tal fue la incomprensión que esa generación de intelectuales no percibió que la influencia británica en la Argentina estaba en declinación ante la aparición de otros jugadores y el propio desarrollo nacional que llevó, por ejemplo, en esa década del treinta, a seguir construyendo ferrocarriles estatales, comprar otros ingleses como el Central Córdoba o construir una red carretera competitiva de los trenes, concluyendo con el monopolio del transporte.

Ciertas visiones históricas han persistido y algunos pretenden emparentar con las mismas como ese nacionalismo de los treinta que se consideraba sucesor de Rosas, cuando en verdad, más allá del conflicto de la Vuelta de Obligado, la vinculación de Juan Manuel de Rosas con los intereses ingleses era mayor que en la década del treinta.

Tal vez la explicación nos la brinda el notable historiador francés Fernand Baudrel, quien critica a la historia tradicional por hacer un simple repaso superficial de la cotidianidad política, lo que llama “la historia corta” que no tiene en cuenta los procesos coyunturales y los cambios estructurales que se van dando y que merecen una mirada más amplia social y económica.

Las decisiones de Cristina están influenciadas por miradas cortas que critican crisis superadas o por consejos de gente de poca formación como Chávez, del que se convirtió en dependiente, muerto Néstor Kirchner. Así está Venezuela.

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