Durante años, en Estados Unidos ha existido un debate polarizado sobre las consecuencias que la nicotina de los cigarros electrónicos tiene para la salud. En ese mismo tiempo, ha estado popularizándose con rapidez el vapeo de una sustancia más polémica, a lo que los funcionarios del sector de la salud le han prestado poca atención.
Ahora, millones de personas ya no inhalan marihuana de pipas o de canutos con hierba, sino de unos dispositivos estilizados y de cartuchos rellenos con aceite de cannabis saborizado. Las personas de la industria de la marihuana legalizada afirman que el vapeo de los productos representa 30% o más de su negocio. Adolescentes, millennials y las personas conocidas como baby boomers se han visto atraídas hacia la tecnología -sin ceniza, con sólo un ligero olor y fácil de ocultar- y apenas se está evidenciando el peligro de las posibles consecuencias.
La mayoría de los pacientes que están empezando a presentar enfermedades pulmonares graves asociadas al vapeo -que hasta ahora ha sido la causa de que hayan enfermado 1.479 personas y muerto 33- inhalaron vapores de THC, el ingrediente activo de la marihuana que narcotiza a las personas. Hasta no tener más información, los funcionarios de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades han advertido a la gente que no inhale los vapores de los productos del cannabis.
Para algunos científicos, e incluso líderes industriales, las señales de alerta han sido evidentes durante años conforme la práctica de vapear cannabis se extendía en las sombras, impulsada por una combinación de normas, una oleada de legalizaciones por estados y un suministro creciente de marihuana barata.
Pese a que el gobierno y los investigadores destinaron recursos al estudio de los cigarros electrónicos, las normas federales que limitan de manera drástica la investigación sobre las consecuencias del cannabis para la salud (ya que se clasifica como una sustancia controlada de la cual es muy probable que se abuse) han dejado un vacío en el conocimiento científico acerca de cómo el vapeo del THC afecta los pulmones.
El año pasado, Neal Benowitz, profesor de medicina e investigador en el área de la nicotina y el hábito de vapear en la Universidad de California, campus San Francisco, envió una carta al Congreso en la que advertía sobre los riesgos que planteaba no hacer estudios sobre una práctica tan popular.
“Se sabe muy poco sobre la seguridad o los efectos del aceite del cannabis vaporizado”, escribió, y advirtió que algunos de los ingredientes mezclados en los aceites “podrían tener efectos dañinos y tóxicos para los usuarios, los cuales incluyen la posibilidad de causar y favorecer la aparición de cáncer y de enfermedades pulmonares”.
"Es lamentable", afirmó Benowitz en una entrevista reciente sobre el aumento de los casos de hospitalización y muerte debidos a enfermedades pulmonares relacionadas con el vapeo. "No puedo tomar los productos que creemos que son potencialmente dañinos y analizarlos. Puedo comprar un vaporizador en cualquier parte, pero no puedo llevarlo al laboratorio y hacer pruebas con él", indicó.
Incluso los integrantes de la industria de la marihuana legalizada reconocen la falta de estudios científicos sobre los productos que venden para la vaporización de cannabis.
"Existe un vacío evidente para tratar de entender las características de este producto", señaló Jerred Kiloh, presidente de la junta directiva de la Asociación Empresarial Unida del Cannabis, la cual representa a 165 dispensarios de marihuana en California, donde en 2016 se legalizó para fines recreativos.
Kiloh, dueño del dispensario Higher Path en Los Ángeles, comentó que creía que los vaporizadores que se venden en sus tiendas y en otros establecimientos regulados con licencia son bastante seguros porque el Estado midió y examinó los ingredientes. La Oficina para el Control del Cannabis estatal no contestó las llamadas en las que les solicitábamos sus comentarios.
Los aceites para vaporizar por lo general incluyen otros aditivos, solventes y saborizantes, y los investigadores en el área de la salud creen que algunos de esos ingredientes, entre los que se encuentra el acetato de vitamina E, podrían ser responsables de algunos casos de enfermedades pulmonares. Kiloh y otras personas señalaron que el problema de los aditivos desconocidos y potencialmente peligrosos es muchísimo peor debido al creciente mercado negro que ha surgido en los casi 40 estados donde el uso recreativo de la marihuana sigue siendo ilegal.
Incluso en los estados donde esta droga se legalizó, los cartuchos falsificados son más baratos que los productos evaluados, autorizados y gravados. La competencia es difícil para los vendedores legales que pagan impuestos. Un vaporizador autorizado con medio gramo de THC cuesta 55 dólares, en comparación con uno de 25 dólares o menos con un producto no analizado que se puede adquirir en la calle.
“No sabemos cuál es la composición química”, mencionó Kiloh.
Sin ceniza ni papel
En los inicios de la práctica del vapeo de cannabis, un pequeño grupo de innovadores vio la tecnología como una forma más segura de ayudar a los pacientes que usan la marihuana con fines médicos. Esperaban que la vaporización (que implica calentar el THC de modo que se convierta en aerosol) fuera menos dañina para los pulmones que inhalar la marihuana que se ha quemado.
Pero esa filosofía pronto dio paso a un atractivo diferente: la simple conveniencia de convertirla en vapor, lo cual evitaba que los usuarios enrollaran los porros, derramaran ceniza, despidieran un olor que los delatara o fueran detenidos. Los vaporizadores trajeron el despliegue de la alta tecnología a una droga asociada con los hippies y la indecencia, junto con la misma discreción de, digamos, mandar mensajes de texto debajo de la mesa en la que estamos cenando.
El mercado ha prosperado sin normatividad, comentó Eric N. Lindblom, exfuncionario del área del Tabaco en la Administración de Alimentos y Medicamentos. Señaló que el gobierno federal no ha sabido cómo responder a la legalización estatal de la marihuana, y esta incertidumbre ha dejado un vacío en la normatividad, la investigación y la aplicación de la ley.