“Es muy típico del kirchnerismo crear problemas donde no los hay”. La afirmación corresponde al historiador Luis Alberto Romero, al referirse a la intención de legisladores del oficialismo de instaurar, por ley, el 29 de junio como el Día de la Declaración Independentista, porque en esa fecha de 1815 se inició el denominado Congreso de Oriente, por el cual Artigas y varias provincias intentaron alcanzar un acuerdo de paz con Buenos Aires. Muy pocas veces una frase puede alcanzar tal nivel de objetividad como la pronunciada por el historiador Romero, en razón de que resulta evidente que el Gobierno nacional y toda la pléyade de obsecuentes que lo acompañan (decir “banda” sonaría demasiado crítico aunque no estaría alejado de la realidad) ha impulsado a lo largo de la “década ganada” una serie de movimientos revisionistas que demuestran que lo que buscan es profundizar la grieta entre los argentinos.
La iniciativa “oficial”, que intentaba así desmerecer en la historia lo alcanzado en el Congreso de Tucumán el 9 de Julio de 1816, contó con la aprobación de la Cámara de Diputados pero -afortunadamente- se diluyó en Senadores, para desgracia de los obsecuentes de la Cámara baja y de los intelectuales que durante los últimos años han ganado espacios políticos insospechados, como Carta Abierta o el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, creado por decreto de la presidenta Fernández de Kirchner en 2011 y cuyo primer presidente fue Mario Ernesto “Pacho” O’Donnell, impulsor de la iniciativa sobre el verdadero Día de la Independencia.
Debemos partir de una base: el revisionismo histórico no es un “invento” sólo argentino. Forma parte de una iniciativa que ha ganado a distintos países americanos y que tuvo al venezolano Hugo Chávez como su mayor mentor para después ir ganando espacios en otros países, entre ellos la Argentina. Quien conozca la Venezuela actual podrá observar que existe una absoluta animadversión hacia todo lo relacionado con la conquista española, impulsando la reivindicación de los pueblos originarios. Esa actitud ganó también a otros presidentes y, en el caso de Argentina, quedó reflejado en la decisión gubernamental de destruir (porque otra cosa no han hecho) el monumento a Colón, ubicado detrás de la Casa Rosada, para instalar allí uno de Juana Azurduy. No se trata aquí de buscar la defensa de la conquista pero denostar lo hispano, como se lo está haciendo, nos parece demasiado, más aún cuando la propia presidenta y la absoluta mayoría de la población actual del país tiene ascendientes españoles o italianos.
Pero resulta que en la Argentina no todo termina con esa reivindicación de los pueblos originarios sino que hay sectores que intentan modificar la historia en momentos en que la Argentina había tenido un cambio importante en ese sentido, y el mejor ejemplo se había dado con la figura de Juan Manuel de Rosas, aceptado en las últimas décadas por sus ideas federales y por su lucha contra el centralismo y el unitarismo porteño. Pero los revisionistas no parecen conformes y también ellos “van por más”. El coronel Dorrego pasará a ser general y se intenta recuperar la imagen de los caudillos federales, en una actitud incomprensible en razón de que es impulsada por el gobierno más unitario desde la recuperación de la democracia en la Argentina. Los hechos así lo determinan y los mendocinos lo sabemos muy bien, porque la propia Presidenta se dio el lujo de designar -ella y a dedo- a quienes el oficialismo impulsa como candidatos a legisladores nacionales en representación de nuestro pueblo, en el caso de los diputados nacionales y de nuestra provincia, en el de los senadores.
Si hubiera prosperado el proyecto kirchnerista no sólo hubiera cambiado la historia sino muchas cosas de la vida actual. La calle 9 de Julio ya no podría llamarse así porque el Congreso de Tucumán no fue válido; el departamento de Godoy Cruz y las calles que llevan ese nombre tampoco podrían continuar porque se trataría de un delegado a un congreso trucho, al igual que la imposición del otro delegado mendocino, Juan Agustín Maza y así por el estilo. ¿No será una jugada K para poder así designar con el nombre de Néstor Kirchner a las principales avenidas del país? Sorna aparte, ¿de qué forma puede tomarse un mamarracho de proyecto como el que se intentó imponer en el Congreso?