El '68 como acto de clausura - Héctor Ghiretti

Los sucesos del ’68 nunca fueron una revolución . Incluso quedaron lejos de la política.

El '68 como acto de clausura - Héctor Ghiretti
El '68 como acto de clausura - Héctor Ghiretti

Es sabido que la historicidad de las acciones del hombre depende de su relevancia social. Son acontecimientos importantes para la posteridad.

Con el '68 francés sucede algo extraño: no constituyó el fin de una época ni el inicio de una nueva. Pero nada después de él volvió a ser lo mismo.
Recordemos.

A mediados de los sesenta, los jóvenes franceses nacidos en la posguerra entraban a la universidad. Nunca una generación había crecido en un ambiente más optimista y venturoso.

La reconstrucción y el desarrollo económico europeo, sostenido durante dos décadas, auguraba un futuro no menos brillante:  años después los llamarían "les trente glorieuses" (los treinta gloriosos).

Prueba de esa prosperidad era la posibilidad de acceso masivo de capas medias a los estudios universitarios. El primer choque de los baby boomers (niños de posguerra) franceses fue encontrar una universidad sobrepoblada, burocratizada, estructurada en un rígido sistema de castas.

Sin embargo, este razonable y moderado descontento fue aprovechado por una élite de estudiantes ideologizados, que vieron la oportunidad de poner en marcha un proceso revolucionario que terminaría definitivamente con las contradicciones humanas, la exclusión y la explotación.

En lugar de pedir respuestas al sistema ¿por qué no terminar con él? Si la Revolución Francesa había sido política y la Revolución de Octubre había sido social, ahora tocaba transformar radicalmente las bases culturales de la vida social. El saldo del 68 en lo inmediato fue extremadamente discreto.

La agitación estudiantil fue cabalmente explotada por la Confederación General de los Trabajadores, bajo control comunista, que se desmarcó del reclamo juvenil, aprovechó la amenaza y la inicial vacilación del gobierno para obtener un  aumento salarial y mejoras en las condiciones de trabajo.

Desde una perspectiva política, para decirlo en los términos de los Cohn-Bendit, se desplegaron con toda potencia las armas de la crítica, pero nunca se llegó a la instancia decisiva de la crítica de las armas.

Los sucesos de mayo de 1968 acabaron, ciertamente, con la hegemonía del general De Gaulle sobre la política francesa. No obstante, su gobierno superó el trance y salió fortalecido de la turbulencia. Esa misma élite política se mantendría en el poder hasta entrados los noventa.

A mediano y largo término el '68 tampoco mostró la repercusión que pareció tener. La universidad se transformó, indudablemente, pero hacia la especialización, la profesionalización y la despolitización.

En 1973, la crisis originada por el petróleo terminó con la perspectiva de un estado de bienestar en permanente avance. Las victorias de la CGT quedarían en el recuerdo, conforme Europa Occidental ajustaba a la baja sus expectativas de crecimiento y prosperidad.

En 1981, en medio de la crisis económica, un socialista llegaba por fin al Elíseo. Parecía que la larga marcha hacia el poder de los indignados del '68 llegaba a la meta. El gobierno de François Miterrand, no obstante, depararía a la izquierda amargos desengaños.

En el plano cultural la afirmación radical del individualismo que pareció florecer en las discusiones del '68 no se desarrollaría en la soñada vida comunitaria, sino gracias a la sociedad de consumo y el despliegue espectacular del capitalismo y  la tecnología.

El '68 nunca fue revolución. Incluso quedó lejos de la política. ¿Psicodrama, comedia, malestar de la cultura, revuelta espiritual? Nada de lo que vino después se produjo en los sucesos del '68. Ni siquiera se le pareció. Tampoco el '68 terminó con lo anterior. Sus jóvenes protagonistas formaban parte de ese mundo que se acababa. Representaron dramáticamente su final. Su ceremonia de clausura.

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