Hoy 2 de marzo se cumplen 454 años de la fundación de Mendoza, Nuevo Valle de Rioja. El clima vendimial le ha jugado una mala pasada a esta fecha que debiera ser importante y, sin embargo, no lo es entre nosotros. En efecto, aquí se festeja al Santo Patrono y el Día del Empleado Municipal con sendos asuetos, pero no se homenajea la propia fundación. ¿Cómo llegamos a este estado de indiferencia? Como diría un famoso capocómico nacional: “… de a poquito”
Historia y Memoria serían conceptos clave. Los hechos fácticos devienen en hechos históricos, de mayor o menor magnitud, que articulan y se ponen en valor según las conveniencias de determinada época, determinada sociedad, determinado grupo social, etc. Los argentinos, como sociedad, ignorábamos que existían “relatos” históricos. Creíamos que sólo había historia. Una historia “objetiva” de batallas, revoluciones, de manual, aburrida o no, etc. Una historia que no tenía nada que ver con nuestra vida cotidiana.
La última década nos develó (al público generalizado, obviamente no a los especialistas) algo totalmente novedoso. No sólo había historia sino que había una historia buena y otra mala. Personajes históricos o próceres buenos y otros malos. ¿Quién establecía estas diferencias? Un nuevo sujeto llamado: El RELATO. A veces a éste lo enunciaba la presidenta en sus discursos; otras veces los intelectuales que la apoyan o los funcionarios nacionales, provinciales, etc. Gracias al relato nos anoticiamos que los diarios no eran objetivos, que los jueces no impartían justicia y que los discursos no eran ingenuos. Que había que desconfiar de todo lo que se nos había contado como histórico o como cierto porque podría no serlo. Obviedades que pasaron de ser verdades reveladas a pocos, para convertirse en verdades reveladas a muchos.
No me interesa en este artículo analizar si este relato oficial es bueno o malo, verdadero o falso, sino reflexionar acerca de la eficacia que ha tenido para sus promotores (doce años de un mismo partido y equipo gobernante). En realidad, lo que hemos conocido como relato no es sino el nombre popular de aquello que en la psicología social se categoriza como Representaciones Sociales. Así visto, las luchas de relato y anti relato no serían sino formas de lucha de representaciones sociales, en un marco de confrontación política determinada y que se expresan en un campo de lucha que sería los medios de comunicación masiva: prensa, televisión, radio, etc.
Los relatos han existido desde tiempos muy antiguos y han respondido siempre a la necesidad de los hombres de contar la realidad a partir de su propia interpretación, o aprehensión de dicha realidad. Es decir, no son buenos ni malos, simplemente son relatos. Construcciones culturales intencionadas como es el caso de las representaciones sociales.
¿Hay un relato sobre Mendoza?
Claro que hay un relato (o representación social) sobre Mendoza. Lo hayamos llamado, o no, con ese nombre. Si quisiéramos saber cuál es el relato sobre Mendoza sirvan de ejemplos dos fenómenos sociales: los textos vendimiales y los textos que narran los locutores vendimiales en la noche de la Vía Blanca y en el Carrusel mientras “rellenan” el tiempo muerto que media entre un carro y otro. Todo ese saber popular que no está guionado por nadie sino que se transmite como “sentido común” y por ende resulta tan efectivo. Todos los “clichés” que circulan sobre Mendoza: … la que vence al desierto, … la de gente laboriosa y tenaz ... la cuna de la libertad, etc.; la de las frases ampulosas y solemnes. Todos esos estereotipos forman parte del discurso. Sean ciertos o no, conforman el relato.
Ahora bien. Ya que vivimos alternando entre relatos gubernamentales y relatos vendimiales, que compiten entre ellos para ver cuál es más épico (obvio que sus creadores o difusores no reconocen sean relatos sino que, para ellos, son la realidad, sin más). Ya que parece ser inevitable la existencia de relatos, me pregunto: ¿Por qué no armamos un relato sobre la ciudad que tenga, al menos, bases históricas y bases tópicas (topos=lugar)? Para ello, sugiero vincular la historia con el espacio, poniendo historia al espacio y espacio a la historia.
Siempre la memoria es una construcción cultural deliberada y eso es bueno para reforzar nuestra identidad ciudadana y nuestro patrimonio cultural; que seamos sagaces en vincular cualquier tema que tratemos en una fiesta vendimial, en eventos culturales, actos recordatorios, discursos escolares u oficiales, etc., con nuestra historia y con nuestro espacio citadino.
Hay múltiples relaciones posibles de establecer entre la ciudad y su historia; sin embargo, las desperdiciamos. El Carrascal (en la etiqueta de un vino mendocino) se ilustra con un chateau francés cuando, en realidad, era el nombre de un islote donde los negros alfareros hacían botijas en la época colonial, en la confluencia del Canal Zanjón y el Zanjón del Escarpe, o sea en Alem y Costanera, frente al Hospital Central. ¿No les da pena, que desperdiciemos de esta manera nuestra verdadera historia?
Así, la aparición del tomero vendimial no sería en un no espacio, en un no lugar, si la vinculamos con la red pre hispánica de acequias que heredamos de los huarpes y la localizamos en la franja que media entre la Avda San Martín y la Avda Boulogne Sur Mer, que era la zona histórica de chacras de la ciudad hasta ayer, antes que la urbanización creciente se la devorara.
Si debemos presentar un cuadro de bailarines de tango, aprovechar el pie para contar que, la actual 4ª sección, o la Avda. Juan B. Justo, eran las zonas de los piringundines y conventillos donde, a comienzos del siglo XX, se empezó a bailar el transgresor Tango. Si recuerdo al Gral. San Martín, no presentarlo en su caballo blanco cruzando los Andes (un figurita del Billiken), sino paseando con su esposa por la ciudad, por el Paseo de la Alameda o yendo a trabajar por las estrechas calles coloniales sin árboles, de su casa, en la calle Corrientes, hacia el Cabildo.
Historia, espectáculo y espacio vinculados de manera tal de usar esos inmensos auditorios que se convocan para las vendimias para contar la historia de la ciudad. De apropiarnos del espacio como lugar donde ocurrió dicha historia. Cuando organicemos nuestro discurso con estos ejes temáticos, el interés turístico será una consecuencia natural de la valoración genuina de algo que los mendocinos ya habríamos aprendido a apreciar antes. Donde cada vecino pueda ser el guía espontáneo y próximo que acuda en auxilio de un paseante o turista que nos pregunte algo referido a la ciudad, algún hito histórico, algún personaje importante.
Cuando viví y estudié en la ciudad de Florencia (Italia) mi primera gran sorpresa fue descubrir que a cualquier florentino podía preguntarle por sus calles, iglesias o monumentos. Ellos conocían la memoria de su lugar y su pasado de memoria, porque la historia de la ciudad no es algo que compete sólo a los especialistas sino a todos los citadinos.
Lo que no se conoce no se ama y lo que no se ama no se valora, ni se resguarda. Para esta noble causa puede servirnos construir nuestro propio relato citadino.