Mauricio Macri para la presidencia, María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y Horacio Rodríguez Larreta en la trinchera porteña donde nació el Pro.
Las tres reelecciones que el oficialismo decidió instalar con premura cuando advirtió que la inflación todavía no cede al ritmo previsto no tuvieron una respuesta frontal desde otros espacios políticos, pero despertaron una disputa cada vez más abierta por la franja amarilla del centro del país. Que no fue la cuna del partido de Macri, pero le garantizó la presidencia.
En ese territorio que se extiende desde Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba hasta Mendoza, el voto a Macri articula con la dinámica de los partidos tradicionales. Peronistas y radicales movieron casi al mismo tiempo.
Alfredo Cornejo, gobernador de Mendoza y nuevo presidente de la UCR, convocó en su provincia a referentes de su partido, ensayando esta vez un criterio distinto. Comenzó a poner en primer plano al radicalismo de gestión, para equilibrar la imagen dominante de su fuerza política como socio exclusivamente parlamentario de Cambiemos.
A los radicales la incomodidad ha comenzado a ceñirles por los dos flancos. En los distritos donde lograron sobrevivir al colapso de la estructura nacional de su partido, el macrismo incentiva el crecimiento de dirigentes propios a expensas del mismo espacio político.
Y en las provincias y municipios donde el peronismo aguantó la crisis detonada por la caída de su fortaleza bonaerense, desde la Casa Rosada pactan con los referentes justicialistas a espaldas de sus aliados en Cambiemos.
La reunión del peronismo federal en Entre Ríos pareció una movida en espejo en el polo opuesto de la franja amarilla. En rigor no lo fue, porque incluyó también -al involucrar al massismo- una señal a la interna de la oposición bonaerense.
Las expectativas previas exageraban los resultados de ese encuentro auspiciado por Miguel Pichetto. Los gobernadores peronistas ya habían desairado las convocatorias de los Rodríguez Saá en San Luis y José Luis Gioja en la sede del PJ nacional.
Si se juntaban en Gualeguaychú, los radicales hubiesen sentido que les ocupaban el patio. Justo cuando algunos se lamentan por lo bajo de haberlo alquilado.
El encuentro no fue así de fulgurante. Estuvo nutrido por segundas líneas que ratificaron su decisión de construir una opción de centro nacional.
Lejos del kirchnerismo y a distancia del gobierno. El peronismo cordobés aportó con sus dos vertientes, la de Schiaretti y la de De la Sota.
El santafesino Omar Perotti se desmarcó. En su provincia, el socialismo busca sobrevivir con una reforma constitucional pero Cambiemos carece de referencias claras.
Macri eludió los movimientos en la franja central del país y se fue al norte, donde convocó a los gobernadores de la región. Aunque el contraste es agigantado por los voceros oficiales, el discurso presidencial no se excedió de los márgenes acordados con el peronismo territorial. Relaciones institucionales y punto.
Macri necesita los votos en el Congreso para el pliego de Inés Weinberg de Roca. Quiere que la nueva procuradora general se instale cuanto antes para que contribuya a renovar la imagen deteriorada de la Justicia Federal. El pliego comenzará a moverse esta semana en el Senado mientras en Diputados se abra el que será el debate más intenso del año: la despenalización del aborto.
El kirchnerismo esperaba complicar al gobierno antes de esa discusión con la interpelación a Luis Caputo. El ministro de Finanzas ofrecía dos generosas avenidas para cuestionar al oficialismo.
En lo personal, debía responder sobre sus inversiones en firmas offshore. Y es además el punto más sensible de la ingeniería del gradualismo. Caputo es el gestor del puente financiero entre la economía del déficit y la economía del crecimiento.
Cualquier error de cálculo puede agitar el fantasma del derrumbe final de los años noventa, cuando una crisis de la deuda desencadenó el descalabro institucional más ominoso del país reciente.
En el bloque kirchnerista todavía están criticando a su jefe, Agustín Rossi, por el modo en que desperdició la oportunidad política. Se subió a una minucia gestada como escándalo por la diputada porteña Gabriela Cerruti (foto). Estudiantina de género. Y lo dejó sin poder preguntar a Rodolfo Tailhade, el legislador de su bloque que tenía preparada la artillería pesada contra Caputo.
El gobierno celebró ese error. No le faltaban motivos. Durante su exposición, Caputo puso en evidencia que el problema de los conflictos de intereses se extiende en el oficialismo sin solución a la vista. Pero la oposición prefirió cuestionar la agresividad de su emoji.
Durante el kirchnerismo se hablaba de la "expertise (destreza) en mercados regulados" para explicar el papel de los empresarios que aceitaban sus vínculos oscuros con el funcionariado.
Caputo inauguró la innovación lingüística de su época: ante los congresistas dijo que sus inversiones patrimoniales -como las de tantos en la función pública- están radicadas en "jurisdicciones impositivamente neutras"
De todos modos, la Casa Rosada no debería conformarse con la miopía de sus opositores frente a una gama de riesgos cuya proyección estratégica ha cambiado en el escenario global.
Si el macrismo no refina su conducta y su discurso frente al legítimo cuestionamiento ético que despiertan los conflictos de intereses, más pronto que tarde se encontrará con fenómenos de resolución compleja. El gradualismo de los métodos implica el gradualismo de los resultados. Pero ambos exigen la inmediatez de los ejemplos.
Cuando el presidente Macri asista el viernes a la cumbre regional en Lima, advertirá por los comentarios de los protagonistas que en el mundo actual puede terminar complicado un expresidente populista como Lula da Silva o un conservador como Nicolas Sarkozy.