Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires
Pese a los excesos de optimismo en sus análisis, que ahora se reparten por igual las primeras líneas kirchneristas y macristas, las luces que el miércoles pasado iluminaron el cielo de la política no parecen haber llegado para quedarse. Más bien se pueden comparar con los coloridos fuegos artificiales que entusiasman mientras duran, pero son efímeros porque se agotan en sí mismos.
Que Cristina Fernández haya reaparecido en la ciudad de Buenos Aires para subir otra vez al escenario principal, no cambia demasiado las cosas. La militancia de los jóvenes de La Cámpora y de los sectores más duros que la siguen acompañando, siempre la veneraron como su jefa revolucionaria, estuviera -y no es una ironía- en su departamento del coqueto barrio porteño de Recoleta, o en su mansión de El Calafate.
Más que en la construcción política con la que muchos se ilusionan, el reencuentro se ubicó en un legítimo plano emocional que sirve para fortalecer lazos que ya se tienen.
El acto frente a los Tribunales adonde tuvo que concurrir la ex presidenta para declarar en la causa por la venta de dólares a futuro en el final de su mandato, puso otra vez de cara a la sociedad todas las razones por las cuales el kirchnerismo perdió las elecciones presidenciales.
Desde la prepotencia, la intolerancia y hasta la violencia ejercida por la fuerza de choque camporista que se adueñó de la zona, hasta el discurso de siempre de Cristina, sin una sola autocrítica y haciendo enemigos a todos los que no piensan como ella, sean propios o ajenos. También la soberbia de compararse con Hipólito Yrigoyen y Juan Perón, cuyas fuerzas políticas no se fueron del poder porque perdieron una elección como ahora el Frente para la Victoria, sino por ser derrocados por golpes militares.
Especulaciones
La ingenuidad política, que en forma repetida exhibe el amateurismo macrista, llevó a que en la Casa Rosada supusieran que todas aquellas cuestiones negativas que mostraron Cristina y sus seguidores, les estaban haciendo un favor al Gobierno.
Desde que se conoció la citación a la ex mandataria por parte del juez Claudio Bonadío, ministros muy cercanos al Presidente subestimaron con displicencia lo que ocurriría. Si bien es cierto que al acto concurrió menos gente de la que esperaban los organizadores, la importancia de la convocatoria radicó en la oportunidad.
El gobierno de Mauricio Macri no ha logrado, en estos cuatro meses de gestión, hilvanar algo que se le parezca a un plan para proteger a los sectores medios y bajos de la sociedad de las consecuencias de la inflación, a la que contribuyen los tarifazos y agravan los despidos. Ese cuadro de situación de un momento crítico de la gestión presidencial, es el que aprovechó Cristina para reforzar sus argumentos, eludir cualquier responsabilidad sobre la herencia dejada y pivotear sobre la necesidad de sumar nuevas y viejas voluntades para volver al poder.
“Ese cristinismo duro se mantendrá un tiempo pero, sin el apoyo del peronismo que hoy mira para otro lado, conseguirá poco”, fue la reflexión el jueves de un senador clave en el bloque que todavía se llama -pese a las diferencias internas- Frente para la Victoria. “Son los que eran, no más”, agregó, pese a la euforia del camporismo.
Para distintos encuestadores, Cristina tiene hoy un 30% de adherentes. Si así fuera, podría hacerse un ejercicio de imaginación sobre las elecciones legislativas del año que viene. Si ella decidiera ser candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, y suponiendo que sus rivales fueran Sergio Massa por el Frente Renovador y Elisa Carrió por Cambiemos, aquel 30% le alcanzaría para ganar.
Detalles
El gran autor de este despertar de la ex presidenta fue el juez Bonadío. Primero, porque se apresuró a citarla en una causa menor; segundo, porque se negó a postergar la declaración indagatoria cuando varios de sus colegas y superiores le sugirieron hacerlo. El otro responsable es el Gobierno. El lunes por la noche, en la cena del Centro de Implementación de Políticas Públicas para el Crecimiento (CIPPEC), una importante personalidad advirtió al Presidente sobre la inconveniencia política de que se brindara a Cristina semejante escenario.
La reacción de Macri fue llamar a su jefe de Gabinete, Marcos Peña, y a su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, para que le explicaran a esa persona que no había de qué preocuparse. “Irán cuando mucho 10 mil personas y no será un acto relevante”, le dijeron. Eso muestra la calidad de la información que disponen y de la evaluación política que hacen.
En niveles altos de la Justicia se estima que las causas por corrupción contra ex funcionarios kirchneristas avanzarán a buen ritmo y que unificarlas en una gran megacausa demoraría mucho tiempo las resoluciones de cada instancia. Cuando a esas fuentes jerarquizadas se les pregunta si Cristina Fernández, al final de los procesos judiciales en los que está involucrada, puede terminar presa, responden que no. “Tal vez condenada pero, por las penas previstas para esos delitos conocidos hasta ahora, presa no”, señalan.
Fortalecido anímicamente pero no en su número, el kirchnerismo duro dará batalla, como lo pidió su jefa. Pero a menos que los sectores del peronismo que reúne a intendentes, gobernadores y legisladores dispuestos a construir consensos cambien de actitud de manera drástica, el oficialismo tendrá todavía márgenes de maniobra. Eso a pesar de su notable falta de habilidad política.